A finales de enero pasado se llevó a cabo, en Santiago de Chile, la Cumbre de mandatarios de la Unión Europea y de América Latina y el Caribe. No es la primera vez que se reúnen, desde 1999 lo han hecho en seis oportunidades; la novedad en esta oportunidad consistió en que ahora el interlocutor de los europeos se presentó como región integrada, a través de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe, Celac, fundada el 3 de diciembre de 2011.
La importancia de este tipo de “cumbres”, como se sabe, es relativa y no debe esperarse de ellas más consecuencias que las que se derivan del propio acontecimiento político y diplomático. No está de más recordar que estaba convocada inicialmente para enero de 2012, respetando la convención de hacerla cada dos años; se aplazó, en medio de la crisis europea, por una causa que no convenció a nadie: el cumpleaños de la Reina de Inglaterra
En perspectiva histórica la explicación de la importancia de esta cita es sencilla: para la Unión Europea significa estrechar lazos con una región antiguamente controlada por los Estados Unidos pero que ya le había brindado pingües beneficios para sus inversiones en la época de las privatizaciones de los años noventa y le había reclamado renovada atención durante la ofensiva imperialista del Alca. En esta segunda década del siglo los competidores por este mercado, que llaman “emergente”, se han multiplicado, comenzando por la gigantesca República Popular China. Para los países latinoamericanos y del Caribe se ubica llanamente dentro de su perspectiva de diversificación de las relaciones exteriores; cabe recordar que ya muchos de ellos han firmado con la Unión Europea sendos Tratados comerciales o de protección de inversiones. Pero también existen, como es obvio, varias deudas históricas y en lo inmediato algunos motivos de confrontación, especialmente en los temas de las migraciones y las nacionalizaciones, de ahí que muchos esperaran de su parte actitudes y pronunciamientos inquietantes. Más aún si se tenía en cuenta que enseguida se realizaría otra reunión, la de la Celac, en la cual su presidencia pasaría de Chile a Cuba.
Una Cumbre al gusto del consumidor
De acuerdo con el signo de los tiempos y con las nuevas sensibilidades latinoamericanas, la denominación que se le dio a la Cumbre fue “políticamente correcta”: “Alianza para el desarrollo sustentable, promoviendo las inversiones de calidad social y ambiental”. Tan sólo el núcleo de la frase, referido a las inversiones, resultaba sincero. En efecto, aunque muchos pensaron que el énfasis de los europeos iba a estar en la reanudación de negociaciones comerciales con los países de Mercosur, el verdadero propósito quedó muy claro desde el comienzo. El embajador de la Unión Europea en la República de Chile, Rafael Dochao Moreno, manifestó, días antes, que el objetivo de la Cumbre “es que salga adelante el concepto de seguridad jurídica para las inversiones y se den señales a favor de reglas de juego claras para los inversionistas, pues ha habido últimamente falta de respeto de algunos países con empresas europeas” (1). Hasta el tono empleado era de por sí chocante.
Es poco probable que éste haya sido el “mensaje” ya que la declaración final no hizo más que desarrollar la mencionada denominación en la forma de declaración de buenas intenciones. En realidad, en medio de la crisis, las transnacionales europeas no estaban en condiciones de imponer reglas, aunque tampoco iban a asumir compromisos diferentes a la famosa “responsabilidad social empresarial”. Desde luego, no es de menospreciar el hecho de que una delegación de empresarios europeos llevara a cabo una reunión simultánea con sus homólogos de América. Pero la coyuntura de recesión mantiene una gravedad sin precedentes. Como bien se encargó de recordárselo el pronunciamiento de un conjunto de organizaciones sociales presentes en la “Cumbre de los pueblos” que se realizó en forma paralela: “Si los capitales europeos tuvieran alguna ‘responsabilidad social’ deberían primero invertir en sus propios países y no dejar tras su huida al exterior a más de 26 millones de personas sin trabajo”(2). En todo caso, la transacción significó un buen debut diplomático para la joven Celac.
Duelo de protagonismos
La propia presencia de la Celac ya era, como se ha dicho, un logro. Se confirmaba el hecho histórico sin precedentes de que ya la relación de los otros continentes con América Latina no se iba a hacer con la mediación de Estados Unidos, enterrando por fin el viejo “panamericanismo”. La Celac, como suele decirse, es una suerte de OEA sin Estados Unidos y Canadá, y así fue impulsada políticamente. Con el significativo ingrediente de la presencia de Cuba. Corresponde a la nueva realidad contemporánea del desplome de la vieja hegemonía y el surgimiento de un mundo multipolar. Pero hasta ahí, aunque no es poco, llega el balance geopolítico. En la mencionada Cumbre no hubo simetría. Mientras que la Unión Europea es un proceso avanzado de integración, lo alcanzado aquí no deja de ser un Foro Político, de considerable fragilidad interna. Y esto fue evidente en la otra Cumbre, la de la Celac.
Aparte de la “transmisión del mando”, un hecho político de primer orden, pese al carácter simbólico de la Presidencia, precisamente por recaer en Cuba, no fue mucho lo que se logró en la reunión. Un síntoma fue el vano esfuerzo del presidente Evo Morales. Su objetivo, legítimo y sensato, era llevar al plano multilateral la vieja disputa con Chile por la salida al mar: “El enclaustramiento marítimo, según estudios internacionales, nos afecta con 1,5 por ciento de crecimiento cada año, y por eso apelamos a los gobiernos para pensar cómo resolver de manera conjunta estas demandas y su acompañamiento. Mi obligación, nuestra obligación, es apelar a ustedes, queridos presidentes, para hallar una solución a este problema histórico”. Sin embargo, frente al silencio del resto de mandatarios, el presidente Piñera no solamente se dio el lujo de increparlo sino que logró ampliamente el cometido de reducir el asunto, nuevamente, a un conflicto bilateral.
La verdad es que en este proyecto, en su heterogeneidad, conviven diferentes fuerzas y corrientes, una de ellas todavía ligada a la política de Estados Unidos. En efecto, simultáneamente tuvo lugar otra reunión, que no había tenido la misma difusión pero que en medios masivos de comunicación como los colombianos se consideró la más importante: la de los países que aspiran a conformar lo que han dado en llamar el “arco del pacífico” sobre la base del Acuerdo de Integración del Pacífico AIP, firmado en Lima el 2 de mayo de 2011, entre México, Colombia, Perú y Chile.
Este proyecto que avanza en la denominada “integración profunda” –todos tienen Tratados con Estados Unidos– busca por lo menos tres objetivos: el primero, es la más fluida y expedita integración financiera. Ya entre los tres suramericanos existe una integración de las bolsas de valores. Con México, se incorporan con mayores garantías los capitales financieros norteamericanos. El segundo, claramente al servicio de la política explícita de los Estados Unidos, tiene que ver con su pretensión de dominio sobre el mercado del pacífico. Ahora en marzo, precisamente, tendrá lugar en Singapur la reunión del Tratado Trans-Pacífico (TPP, por sus iniciales en inglés) que, apuntando a hacer un puente con la Apec, representa la iniciativa más importante del momento en materia de “libre comercio”. El tercero corresponde a una política, ya no explícita pero igualmente importante, de los Estados Unidos, de dificultar la salida al pacífico por parte del capitalismo brasilero. Como dice O. Ugarteche, se trata, antes que cualquier otra cosa, de una fórmula de “Stumbling Block”, es decir de “obstáculo” (3). Todo ello sin contar la obvia pretensión imperial de reforzar el control militar sobre el continente, que tiene su base más apreciada en Colombia. Es en este último punto donde tiene, por cierto, su desafío más importante el proyecto de Celac.
¿Un nuevo regionalismo en el continente?
No obstante, no es ésta la única manifestación de heterogeneidad. Es cierto que, desde el comienzo del nuevo siglo, y particularmente desde 2005, con la derrota del Alca, la dinámica de la integración regional, sobre todo en América del Sur, cambió de sentido político. Pero no se trata de un proceso único. Pueden mencionarse los cambios en Mercosur y la CAN, aunque ésta última ya entró en definitiva decadencia. Y también la propuesta del Alba que, representando una evidente toma de posición política, y un criterio fundamental como es el de la solidaridad y la complementariedad, no alcanza de todas maneras a configurar un esquema integracionista. Sin embargo no cabe duda que la experiencia más notable es la consolidación de Unasur. Esta dinámica ha recibido nombres como el de regionalismo post-neoliberal o el de regionalismo post-hegemónico (4).
Quizás sea esta última la mejor denominación. Lo que efectivamente tienen en común es que toman distancia de la política de Estados Unidos, lo cual es apenas, en principio, una adaptación a la realidad multipolar del mundo contemporáneo. Es por eso que pueden convivir dentro de los procesos, países, o mejor, gobiernos, que todavía se mantienen en la órbita del viejo imperio. Desde luego, conviven mejor en los procesos amplios, como Celac –imponiendo el costo de la reducción de sus alcances– se apartan de iniciativas como el Alba y forcejean de manera permanente en la más importante que es Unasur.
La heterogeneidad tiene que ver también con la existencia de múltiples asimetrías de todo orden. Dejando de lado toda ingenuidad, incluyendo la que está animada de las mejores intenciones políticas, lo cierto es que cada proceso de integración está impulsado por fuerzas fácilmente identificables, capitalistas por supuesto, ubicadas en los países de mayor poderío económico. Y esto es válido para Unasur, en referencia a Brasil. El punto de partida no deja lugar a duda. En el año 2000, el presidente Fernando Henrique Cardoso organizó en Brasilia la primera reunión de presidentes de la región, orientada a la formación de una comunidad sudamericana. Los temas centrales fueron la integración económica, el fortalecimiento de los regímenes democráticos y la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Sudamericana (Iirsa).
La propuesta ha dado muchas vueltas desde entonces, pero se mantiene en lo fundamental. Inicialmente quiso ser una convergencia entre la CAN y Mercosur, pero muy pronto se abandonó la idea de liberalización comercial regional en vista de que, a pesar de la derrota del Alca, varios países habían firmado TLC con Estados Unidos, lo cual impedía recurrir al ejemplo europeo. En el 2004 se constituye la Comunidad Suramericana de Naciones. El proceso avanza hasta 2006, incorporando, en el momento, las ideas e ilusiones de los gobiernos de Venezuela, Bolivia y finalmente Ecuador (5). Cada uno parecía liderar un tema: el primero la integración energética, el segundo el enfrentamiento de la crisis climática sobre la base del respeto a la madre tierra y el tercero la propuesta de una nueva arquitectura financiera. No obstante, finalmente se impone el pragmatismo. Cuando por fin se lanza Unasur en 2008, ya la base de la integración, de la mano de Brasil, es la Iirsa
El verdadero contenido de la integración
El uso del término integración debe tomarse aquí con sumo cuidado. En realidad, Unasur no implica una institucionalidad supranacional a la cual se le hubiese cedido una porción de soberanía para actuar como sujeto en las relaciones internacionales y respecto a cada uno de los países. Es, más bien, un organismo intergubernamental. Tiene un carácter en lo fundamental político; depende de la renovación permanente del acuerdo entre los gobiernos. Es en ello en donde puede demostrar sus mejores logros, por ejemplo la intervención eficaz con ocasión de la crisis de Bolivia y hasta durante la confrontación entre el gobierno de Colombia y los de Ecuador y Venezuela. Es por eso que en materia económica se limita a los programas de cooperación acordados los cuales se gestionan a través de los Consejos que son por ello sus instrumentos fundamentales. Como el Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento, Cosiplan, instalado en el 2009, el cual adopta la iniciativa Iirsa. En noviembre de 2011 este Consejo lanza la nueva Agenda de Proyectos Prioritarios de Integración, API.
La verdad está en que el talón de Aquiles de éste regionalismo es algo que también parecería común, en mayor o menor grado: su persistencia en un modelo de economía extractivista, bajo una égida financiera, que condena a los países, aún dentro de la diversificación de relaciones internacionales, a ser exportadores de commodities. Lo peor es que dicho modelo se ha convertido en la verdadera base de la integración. Con un sentido que queda muy claro en las palabras del presidente del Bndes de Brasil, en el 2003, a propósito del Proyecto del Río Madeira, fundamental en el eje Perú-Bolivia-Brasil:
“…Estoy totalmente seguro de que 4,8 mil kilómetros de vías acuáticas –30 millones de hectáreas de tierras en Brasil, en Bolivia y Perú abiertas a la producción– representan para la historia del continente un movimiento en pequeña escala como lo que fue la ocupación del viejo oeste del continente norteamericano. Creo que es un gesto, un proyecto que tienen este significado de poner a la modernidad sudamericana en la hinterlan¬dia aún no ocupada” (6).
Cómo no recordar lo dicho anteriormente en relación con el proyecto del arco del pacífico como fórmula de “obstáculo”.
Y se dice talón de Aquiles no gratuitamente. Son estos megaproyectos, articulados enteramente con los de explotación de recursos naturales, desde la minería, pasando por la agroindustria, hasta el uso del agua para la generación de energía eléctrica, los que suscitan los más graves conflictos sociales. Pueblos indígenas, de afrodescendientes y comunidades campesinas que se resisten a ser despojados de sus tierras y de sus medios de subsistencia; numerosas organizaciones sociales que se enfrentan a la destrucción del medio ambiente. He ahí la contradicción que se le plantea al nuevo regionalismo cuando en nombre del pragmatismo desarrollista se pone en último plano la noción del “buen vivir” y la defensa de los derechos de la madre tierra. En estas condiciones, definitivamente, la tarea de la integración, como integración de los pueblos, está todavía pendiente.
1 Citado en la declaración al respecto de Jubileo Sur/Américas, enero 22 de 2013.
2 Ver el pronunciamiento en www.alianzasocialcontinental.org
3 Ugarteche, “El bloque del pacífico desde la integración estratégica”. ALAI-AMLATINA, 26/04/2011
4 Ver en la serie de la Universidad de las Naciones Unidas, una obra colectiva (2012) bajo la dirección de Pía Riggirozzi y Diana Tussie: “The rise of Post-Hegemonic Regionalism”.
5 No sin la presencia activa de los movimientos sociales. En diciembre de 2006 en Cochabamba, de manera paralela a la Cumbre de los Mandatarios, se realizó la Cumbre Social por la integración de los pueblos
6 Citado por: Henkjan Laats: La Integración Suramericana: Actuar Juntos y Bien. CEADESC. 2009, Cochabamba disponible en www.ceadesc.org.
Héctor-León Moncayo S.*
*Integrante del Consejo de Redacción Le Monde diplomatique, edición Colombia.