El emprendimiento es un tema de moda. A diario observamos como lo retoman y enfatizan en los medios de comunicación y las redes sociales, entre otros espacios. El tema parece ser tan evidente que tenemos una actitud natural hacia él. Es obvio y necesario emprender en cada uno de los diferentes ámbitos de nuestra existencia. Pero, ¿será tan natural el posicionamiento de este tema? ¿Qué consecuencias tiene su reconocimiento social? ¡Qué va de saber-hacer del trabajador a un saber-ser!
El mundo del trabajo que hoy tenemos no siempre fue así. Para llegar al estado que hoy comporta diversas transformaciones ganaron espacio dentro de la sociedad. Una lectura con perspectiva de largo plazo del discurso que lo legitima y las prácticas que implica permite debatir y confrontar este ‘así es’ y este ‘dejar hacer’.
Las transformaciones del mundo del trabajo
Gran parte de los estudios globales sobre las transformaciones del mundo del trabajo, toman como referente un cambio en el régimen de acumulación. Un cambio del fordismo al posfordismo y que revela nuevas prácticas del ser y de la organización de la empresa y el trabajo. Sin embargo, estas transformaciones han tenido trayectorias diferentes en cada país e incluso en las regiones.
El desarrollo en Latinoamérica estuvo constituido por un “fordismo incompleto o subfordismo”, es decir unos intentos de industrialización teniendo como referencia la transferencia tecnológica y el modelo de consumo fordista, pero sin las condiciones sociales en el trabajo y sin un consumo masivo. Específicamente, en Colombia, a comienzos del siglo XX “era difícil encontrar formas de trabajo asalariado o redes mercantiles extensas que vincularan a los productores a un mercado amplio nacional o mundial” (Ocampo, 1982, p. Int). Durante la crisis mundial de 1929, el país presenció un crecimiento industrial sin precedentes y su industria fue jaloneada por comerciantes antioqueños y por la fusión o absorción de empresas regionales por parte de empresas nacionales que ya se iban consolidando rápidamente. El periodo de 1950 a 1975 estuvo marcado por una tentativa de industrialización dirigida por el Estado y en la que se impulsaron los créditos de fomento. El Estado tenía el papel de empresario, de inversionista, de regulador y de planificador entre otras funciones.
En la mitad de la década del 70, a nivel mundial se empezaron a desarrollar nuevos paradigmas organizativos teniendo en cuenta las experiencias organizativas en la fábrica Toyota y los desarrollos tecnológicos e informáticos. En Colombia, la industria nunca pudo consolidarse en la elaboración de bienes intermedios y bienes de capital.
La crisis de la deuda latinoamericana, cocinada a partir de la decisión de la Reserva Federal en Estados Unidos de subir las tasas de interés en 1978, fue el vehículo para justificar la adopción de un modelo de desarrollo contrario al cepalino de industrialización dirigida por el Estado con elementos como la regulación de mercados, bancos centrales con objetivos de desarrollo, seguridad social sin intermediación privada, entre otras políticas centrales.
El modelo introducido a plenitud en la década de los noventa ha sido poco funcional al desarrollo del mercado interno y empezó a privilegiar al sector financiero con la introducción de los fondos privados de pensiones, la emisión de TES (títulos de deuda de la tesorería nacional) y el control de la inflación por medio de la independencia del Banco de la Republica.
La desindustrialización del país (su producción industrial pasó de un 21,2% del PIB en la década de los ochenta a 10,7% en 2015), se evidencia por el cierre de factorías. Recientemente, fábricas como la de Chiclets Adams, Icollantas-Michellin, Bayer, la ensambladora de Mazda y otras, cerraron sus plantas contribuyendo a la pérdida de empleo industrial.
Este modelo que privilegia las rentas financieras por encima del sector productivo, ha generado un gran impacto en el mundo del trabajo, impacto que llega acompañado por un cambio en los imaginarios, en las experiencias de percepción del espacio y del tiempo, así como de los valores que justifican las practicas cotidianas y que empiezan a generar un discurso tolerable, que interpela la subjetividad y que recurre a la incertidumbre, la flexibilidad, la autonomía y la autogestión. Impacto que, asociado a la despolitización que caracteriza a una buena parte de nuestra sociedad, alcanza a extender sus efectos de manera impune, incluso, sobre la relación patrón-trabajador, sobre la importancia de las conquistas alcanzadas por los mismos trabajadores, traducidas ahora en normas y leyes, e incluso sobre el papel y las responsabilidades del Estado en el mundo del trabajo.
En los nuevos discursos del trabajo se dice que “la responsabilidad es de cada uno, se debe aceptar la propiedad de los problemas y resolverlos… Nadie sabe lo que nos depara el mañana, el aprendizaje constante es parte de mi oficio… (en resumen, se recomienda en la empresa flexible que) cambien los oficios, como cambien las personas que los realizan, las relaciones que tienen con sus gerentes, sus trayectorias profesionales, la forma en cómo se mide y se fomenta el rendimiento, el papel de los gerentes y ejecutivos y hasta lo que ocurre en la mente de los trabajadores… se cambia todo, porque todos estos aspectos –personal, oficios, administración y valores están vinculados entre sí” (Hammer & Champy, 1994, p. 65).
En este escenario, los sindicatos como organismos de negociación colectiva de las condiciones de trabajo, están cada vez más debilitados por diversos factores (amenazas, estigmatizaciones, contratos de trabajo más individualizados y, claro, el individualismo de los trabajadores). En América Latina en los últimos años, por ejemplo, la tasa de sindicalización más alta, que en realidad es baja, corresponde a la Argentina con un 37 por ciento de trabajadores formales sindicalizados (1). Le sigue Uruguay con un 25 por ciento, Brasil con 19,1, Venezuela 13 y Chile 12. Algunos países no superan ni el 10 por ciento de trabajadores sindicalizados como es el caso de Colombia (4.7%) y Perú (4,5%) y que sin duda reflejan la precaria situación de estas asociaciones y por consiguiente la debilidad para negociar colectivamente unas mejores condiciones de trabajo. No obstante, esta situación no ha devenido solo como precarización del trabajo, sino también en la disminución del trabajo asalariado como porcentaje del total de empleo. Según cifras de la OIT (2) año 2000, en Colombia el 54 por ciento de los empleos constituían un trabajo asalariado, indicador que para el año 2015 había caído al 41,5. Es decir que menos de la mitad de los empleos está constituido por trabajo asalariado.
Tenemos por tanto ante nosotros cambios en el modelo de desarrollo y en el mundo del trabajo-empresa, que no son ni casuales ni pasajeros, los mismos que han creado las condiciones y abierto espacio al emprenderismo. Su discurso (3) surge entonces en un contexto social determinado y no como suele presentarse como una creación neutral “desde la nada” (ex-nihilo).
El emprendimiento
El discurso del emprendimiento, nos muestra uno de los elementos centrales en la transformación del mundo del trabajo en los últimos años. La necesidad de apelar no solo al saber-hacer del trabajador sino sobre todo a un saber-ser. El emprendedor “es aquel que a partir de la identificación de una oportunidad decide aprovecharla poniendo toda su capacidad al servicio de la nueva aventura, buscando, encontrando y organizando los recursos técnicos, humanos y de capital para poner en marcha su ejecución” (Timmons, 2001). No obstante, para llevar a cabo esta tarea son necesarios factores motivacionales, características personales, físicas, intelectuales y competencias generales. En el mundo emprenderista, la grandeza se mide por el conjunto de habilidades y características que hay que tener, y sobretodo ser, para poder moverse o en realidad conectarse y desconectarse de los proyectos, que en el mundo emprenderista son la búsqueda de oportunidades, contactos y mercados para dar salida a sus productos. El emprenderismo pretende brindar un relato de vida y de desarrollo personal creíble.
Este discurso ha tenido varios caminos de llegada en Colombia. Lo anteceden algunos de los programas para el desarrollo de la microempresa, sin embargo, es desde 2002 que hay un impulso con la ley 789 de 2009 y la 1014 de 2006 (de fomento a la cultura del emprendimiento). Prueba de ello es que en Colombia la Tasa de Emprendimiento Activo se mantiene alrededor del 22 por ciento. Por ejemplo, de 3’220.260 habitantes que tiene su capital con edad entre 18 y 64 años, 669.492 se encontraban inmersos en nuevas actividades emprendedoras durante los últimos 42 meses –desde que se iniciaron los estudios (2006)–, indicador que ubica al país de manera constante, en un comparativo mundial realizado durante los últimos años, dentro de los 10 países con mayor tasa de “emprendedores”.
Según datos del programa Bogotá Emprende (que atiende anualmente a más de 700.000 personas involucradas en la creación o puesta en marcha de nuevas empresas), son más mujeres que hombres las que acuden a este programa de apoyo al emprendimiento y dado que la principal motivación de la mayoría de gente, que ha recurrido a Bogotá Emprende para iniciar proyectos de emprendimiento, es la necesidad (4), “la proyección de un perfil de mujeres empresarias” refleja más bien que la precaria situación laboral recae con mayor peso sobre las mujeres que sobre los hombres, tesis que ha sido explorada en diversos estudios de género (Pineda & Acosta, 2009), (Sdde, 2013).
A su vez, en el año 2010, el Centro de Investigaciones para el Desarrollo (CID) de la Universidad Nacional, contratado por la Cámara de Comercio de Bogotá, evaluó el programa Bogotá Emprende, sus impactos en empresarios y emprendedores. Una de las principales conclusiones arrojadas por su estudio “es que, aunque el programa logra su objetivo de afianzar los fundamentos teóricos en la formación sobre emprendimiento y desarrollo empresarial, a través de preparación, asesoría y motivación […] estos servicios no cumplen con las expectativas de la mayoría de los beneficiarios, puesto que estos manifestaron buscar ayudas económicas” (Cid-Unal, 2009, p. 3).
Otro elemento muy importante es que cerca del 70 por ciento de los emprendimientos fracasa (5), lo que plantea grandes preguntas y desafíos sobre el devenir del emprendimiento y su impacto.
En un trabajo de campo realizado a cerca de 30 emprendedores, se trató de reconstruir sus experiencias de éxitos y fracasos (Guevara, 2014). Se ha podido reconocer que la experiencia de “triunfar” en el emprenderismo se vive como la realización de un sueño y de un proyecto de vida. No solo la alegría de tener unos ingresos que apartan la vulnerabilidad, sino el sentimiento de sentirse realizado, de ser reconocido por los demás como alguien que se hizo a sí mismo, dado precisamente el estatuto que tiene el individuo y su independencia. No obstante, en estas mismas proporciones puede llegar a sentirse el fracaso y estas experiencias cobran relevancia cuando un numeroso grupo de personas las está padeciendo.
Con la expansión y aceptación del discurso del emprendimiento, que está centrado en el “saber-ser” no solo en el trabajo sino en la vida en general, las experiencias del fracaso remiten a graves consecuencias no solo “materiales” (que trae entre otras el endeudamiento), como la precariedad y vulnerabilidad, ya de por si extremadamente degradantes de la condición humana sino que también a medida que va penetrando el discurso, ese fracaso se experimenta cada vez más fuerte en términos “emocionales y psicológicos” como el vacío del “sentido de la vida” de “ser alguien” que tornan aún más complejo el control del presente por parte de los individuos para planear el futuro.
Además, si dentro de la población colombiana entre 18 y 64 años, cerca del 80 por ciento está de acuerdo con que la actividad de creación empresarial es positiva y les interesa y alrededor del 70 por ciento de los encuestados considera tener las capacidades para realizarla; el problema entonces no solo es la precariedad y vulnerabilidad al emprender para poder subsistir (emprendimiento por necesidad), sino que este discurso también empieza a seducir, generándose aquí nuevos desafíos para las luchas actuales.
Uno de los problemas tiene que ver con la centralidad del emprendedor. El nuevo héroe de la cultura global no es como antaño, el santo, ni el reformador, ni el científico, sino que ese lugar lo puede estar ocupando el emprendedor. Basta ver las reacciones que generó en todo el mundo la muerte de Steve Jobs (Ceo de Apple), y que entre otras colocó su biografía, un himno al hombre que se hace a sí mismo, en los primeros lugares de los libros más vendidos, incluso en Colombia (6). Creemos, entonces, que uno de los mayores riesgos de que la visión emprenderista siga expandiéndose y posicionándose en el “imaginario” de los jóvenes y los seres humanos en general, está en que fija unos parámetros de lo que deben “ser” y “hacer” en el mundo. En este mundo, el éxito y sobretodo la frustración, ya no solo son cargas materiales sino también simbólicas, pues el peso simbólico de lo que significa el no poder sacar una empresa adelante, un fenómeno por cierto muy frecuente, se experimenta en depresión y pérdida del sentido de la vida.
En todo caso, el emprenderismo es un discurso relativamente joven, a juzgar por el tiempo que lleva desarrollándose. No obstante, este discurso puede seguir expandiéndose, pues a pesar de que empíricamente más emprendedores fracasen que los que tienen éxito, también el discurso se “lava las manos” al enfatizar en que el éxito es más de capacidades personales, individuales, y que hay que caerse y levantarse las veces que sea necesario. El grado de penetración de esta cultura emprenderista es entonces un asunto que no está determinado, que está en juego y que también dependerá de la posición crítica y de la construcción de mecanismos de resistencia que asuman los diferentes actores sociales y que hasta ahora ha sido generalmente más de aceptación.
Cuando se deconstruye el discurso del emprendimiento, nos enfrentamos a una realidad masiva de economía popular en Colombia. En el corto plazo y la inmediatez, quizás lo más importante sea lograr un mayor empoderamiento económico, pues en los bancos comerciales los intereses anuales son altísimos por el riesgo latente de pérdida lo que impide que muchos adquieran préstamos, obligados a recurrir a mecanismos informales de crédito, por ejemplo el famoso gota a gota.
Particularizando esta reflexión, y mirando hacia Bogotá y su pasada administración (2012-2015), encontramos en ella intentos por potenciar el emprendimiento, de lo cual da cuenta su intento por fundar una banca pública y con ello reducir las tasas de interés –legales e ilegales– que le cobran a los pequeños y medianos empresarios, proyecto que se cayó en el Concejo.
Sin embargo, es necesario pensar el mismo estatuto del emprendedor. Buscar nuevos mecanismos de protección social y que la política sea instituida por todos aquellos que tienen algo en juego. No podemos pensar que la organización de su trabajo y de su producción es un asunto técnico que se determina desde el IPES o desde cualquier ministerio o secretaria desde oficinas. Esto significa entre otras una coparticipación real en las decisiones.
No obstante, son varios los niveles en los que deben plantearse las resistencias, porque el neoliberalismo tiene una propuesta renovada sobre el individuo como hemos visto. Es necesario tratar de salir del inmediatismo y tener una perspectiva de largo plazo y preguntarse ¿qué tipo de sociedad y de individuo se está construyendo o puede instituirse a través de estas cotidianidades? Algunos piensan que hoy es necesario (¿re?) industrializarnos y que este debería ser uno de los horizontes, puesto que la industria es el sector que más puede jalonar empleo y cuya calidad es mayor que en otros sectores. Si este fuera el horizonte, es necesario dejar de pensar la industria como finalidad y como única solución que debe aplicarse en todo lugar y en todo momento, ya que este desarrollo ha demostrado ser colonizador.
No obstante, las luchas de hoy deben emprender la institución de nuevas subjetividades para resistir la subjetividad del emprendedor. La puesta en escena de colectivos, empresas, movimientos, etcétera, en la que todos los miembros tomen decisiones y se obliguen a cumplir lo que decidieron, genera un nuevo gobierno de sí y de los otros que puede producir la subjetividad de lo común para resistir la subjetividad neoliberal emprendedora. Además de esto, quizá también sea el tiempo en que debamos repensar la política y que todos los movimientos sociales acompañen otra reivindicación más general como posibilidad de mayor empoderamiento. La de separar la capacidad de recibir un ingreso de la capacidad real de producirlo y pasar de la discusión de la salarización a la del desarrollo de distintas formas de vida. Como dicen los zapatistas, un mundo en el que quepan muchos mundos.
1 Datos tomados de la página http://www.skyscraperlife.com/latin-bar/63026-ranking-paises-por-tasa-de-sindicalizacion.html, basados en datos de la OIT. Consultado el 2 de marzo de 2016.
2 Datos tomados del artículo. Empleo en Colombia, publicado por el periódico El Tiempo versión Web consultada el 8 de marzo de 2015. http://www.eltiempo.com/economia/sectores/empleo-en-colombia-hay-un-deterioro-en-la-calidad-del-empleo-en-el-pais/16394070
3 En este trabajo utilizamos el concepto de discurso propuesto por Michel Foucault, en La Arqueología del saber, que va más allá del significado tradicional, de referirse a un objeto, al volverse el discurso una fuente constitutiva del objeto mismo. En este sentido, el discurso del emprendimiento no solo son palabras sino que deviene en prácticas y está encarnado en instituciones e imaginarios colectivos.
4 Tomado de http://www.elespectador.com/impreso/negocios/articulo-294831-emprender-crecer
5 El estudio realizado por la organización MET, que se dedica a la promoción del la emprendimiento femenino, muestra que este fracaso de emprendimientos afecta fundamental las mujeres http://colombia-inn.com.co/met-el-70-de-los-proyectos-de-emprendedoras-colombianas-terminan-en-fracaso/
6 Ver la noticia en http://www.caracol.com.co/noticias/entretenimiento/steve-jobs-el-libro-mas-vendido-en-colombia-garcia-marquez-es-tercero-en-mexico/20120224/nota/1634294.aspx. Consultado el 8 de mayo de 2013
Bibliografía
CID-Unal. (2009). Evaluación De Impacto y Desempeño Del Programa Bogota Emprende Ficha Resumen. Bogotá: Unal.
GEM. (2010-211). Global Entrepreunership Monitor Bogotá. Bogotá: Universidad De Los Andes.
Guevara, C. (2014). La cultura emprenderista en Bogotá. Tesis.
Hammer, M., & Champy, J. (1994). Reingeniería. Norma.
Mayor, A. (1992). Perspectivas del Taylorismo en Colombia: Conflictos y Subculturas del Trabajo entre Ingenieros, Supervisores y Obreros en torno a la Productividad, 1959-1990. Universidad Nacional.
Ocampo, J. A. (1982). Desarrollo exportador y desarrollo capitalista colombiano en el siglo XIX. (Una hipótesis). CEDE, 37-75.
Pineda, J., & Acosta, C. (2009). Distribución del ingreso, género y mercado de trabajo en Colombia. En OIT, Mercado laboral colombiano. Cuatro estudios comparativos, pp. 13-57, Bogotá: OIT.
Rodriguez, O. (2001). La difícil consolidación de un Estado de bienestar, En: Desarrollo económico y social en Colombia. Unilibros , v.1 , p.203 – 230 ,2001 .
SDDE, S. D. (2013). Mercado Laboral. Bogotá: Publicaciones SDDE.
Timmons, J. (2001). Entrepreneurship management and innovation. University of Western Sydney .
* Economista y Magíster en sociología. Profesor Universitario. Correo: camilo.guevara.c@gmail.com Twitter: @camangue