La amenaza nuclear esgrimida por Israel para bombardear Irán distaba de tener fundamentos sólidos. Los motivos del ataque contra su viejo enemigo no fueron otros que una voluntad disciplinadora de Tel Aviv, dispuesta a destruir a quien se oponga a sus ambiciones con el aval de “la comunidad internacional”.
Día tras día, Medio Oriente parece cerca del abismo, y la posibilidad de un incidente nuclear de gran envergadura no es cosa de agoreros infundados. Cuando decidió lanzar un ataque aéreo masivo contra la República Islámica de Irán, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu no sólo demostró que es perseverante en sus ideas (1). Sobre todo, hizo subir varios niveles la tensión regional y desencadenó una nueva y corta guerra que incluso Estados Unidos, aliado y gran protector de Tel Aviv, afirmaba no querer.

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