Escrito por Miguel Á. Quintero, Nicolás Pabón, Jorge Zaccaro*, María Elisa Balén**, Juan Gabriel Gómez

Raquel Ramírez, sin título (Cortesía de la autora)

Pandemia y crisis económica estuvieron unidas desde la detección del covid-19. La reacción casi inmediata del gobierno Duque fue la más elemental: otorgar medidas especiales a los bancos, vía Banco de la República, para que facilitaran crédito a hogares y empresas, en este caso para cubrir la nómina y así conservar empleos. La deuda como una solución frente a la crisis. Alternativas como la renta básica, en cambio, siguen en debate un año después. En este escenario ¿es el endeudamiento la única solución viable?

La forma como los economistas se refieren al dinero con palabras como liquidez y flujos de capital llevan a pensar en el sistema monetario como si se tratara de un sistema de tuberías y tanques manejado desde una estación de control. En él, serían unos pocos quienes deciden cómo y por dónde debe fluir un recurso que todos necesitamos, y la deuda aparece como el único motor que permite bombear el dinero a través de sus canales. Así, mientras que los bancos se llenan como tanques a rebosar gracias a las políticas del gobierno y del banco central bajo la promesa de que irrigan el sistema, en las zonas más vulnerables de nuestras ciudades se izan trapos rojos como símbolo de la sequía que aflige muchas vidas.

Aunque los economistas aluden a él en términos de flujos y liquidez, el dinero no es como el agua, un recurso dado por la naturaleza que sólo podemos canalizar, sino que es un invento humano diseñado para cumplir ciertas funciones sociales. Sus características de diseño determinan aspectos como la forma en la que es producido (por qué instituciones, cómo y cuándo), el formato usado (i.e. conchas, metal, papel, una tarjeta plástica o, unos y ceros registrados en un computador), la infraestructura y circuitos por los que se mueve y las reglas para usarlo. Por ejemplo, el diseño del papel moneda surgió en la edad media con una función muy específica: proteger las piezas metálicas de los peregrinos que viajaban de una ciudad a otra. Entonces ¿por qué no preguntarnos acerca del diseño actual del dinero? ¿Será el más apropiado ante la situación que hoy vivimos?

El tipo de dinero que predomina actualmente es conocido como “dinero fiat”, o fiduciario (del latín fiat lux –hágase la luz–), y no tiene un soporte material con el que se trate de respaldar su valor (como el patrón oro) sino que es creado por los bancos. Primero, por el central (Banco de La República) que imprime efectivo y emite dinero digital. Segundo, por los bancos privados, que únicamente pueden emitir dinero digital. Es decir, cuando un banco privado o multilateral concede un crédito, podría parecer que el dinero de dicho préstamo fuera como agua de un pozo que la entidad crediticia almacena y reparte a su discreción, para luego cada mes recibir el pago por lo prestado, más un monto adicional llamado interés. Pero esto no es así: cuando se otorga un préstamo, este dinero no está almacenado en alguna reserva de los bancos, en una relación 1 a 1, y en algunas ocasiones no existe pozo alguno: el dinero es creado al instante. Con un click el banco crea una deuda y modifica el saldo existente en la cuenta del nuevo deudor (persona o país): crean dinero de la nada.

Más aún, cuando conceden un préstamo, el dinero creado sólo corresponde a la cantidad principal emitida, y el interés, el pago que debe darse por el dinero prestado, no ha sido creado. De esta manera, la única forma de conseguir el dinero necesario para pagar los intereses es compitiendo por el monto en circulación que alguien más también requiere para pagar sus deudas o simplemente sobrevivir. Por lo tanto, el dinero, por sus características de diseño, incentiva la competencia y la acumulación. Así, mientras quienes requieren acceder a un crédito para cosas como estudiar, o comprar una vivienda, compiten mes a mes para pagar sus deudas, unos pocos acumulan por medio del interés.

Entonces, si el dinero es un invento humano ¿por qué no repensarlo para que funcione de otra manera? ¿corresponderá su diseño con los valores que deberían cimentar la vida? ¿Por qué no pensar en dineros que incentiven la protección del medio ambiente y el valor del trabajo de cuidado, sobre la rentabilidad y la acumulación? Estas preguntas han motivado el resurgimiento de monedas complementarias que, sin reemplazar el dinero existente, brindan otras alternativas sobre cómo propiciar el relacionamiento social con y por medio del dinero, permitiendo habitar mejor el mundo.

Pluralidad de dineros

Las monedas complementarias son una realidad que ya lleva tiempo: al presente, hay más de tres mil operando. Existe incluso una asociación de investigación sobre innovación monetaria y sistemas monetarios comunitarios y complementarios (Ramics, por sus siglas en inglés). Uno de los principales promotores de las monedas complementarias, Bernard Lietaer, las explica en términos de medios para conectar necesidades insatisfechas con recursos inutilizados. Podrían considerarse como necesidades insatisfechas en nuestro contexto, por ejemplo, la cantidad de familias y negocios que se quedan en la calle al no poder pagar el arriendo por falta de dinero convencional, mientras que miles de apartamentos y locales quedan desocupados. La perspectiva de gente viviendo en la calle en condiciones de creciente precariedad junto a propiedades vacías, es particularmente chocante en contextos pandémicos pero hace parte de la ‘normalidad’ de los ciclos económicos. En cambio, una moneda complementaria puede conectar el conocimiento en agricultura de esa madre sin techo con el técnico en sistemas que decidió empezar una huerta y a éste con el tendero que tiene dificultades con las clases virtuales de su nieta, y quien a su vez necesita propaganda para nuevos productos que le llegaron, algo que pueden hacer los del grupo de danza que necesitan un lugar para ensayar. Las monedas complementarias pueden variar en términos de sus mecanismos, del contexto en el que operan, y los problemas que buscan abordar. Más que proponer un diseño definitivo, el énfasis está dirigido a la existencia de un amplio espectro de posibilidades que pueden variar según los valores por priorizar y construir. Los ejemplos vienen a la mano:

El pueblo austríaco de Wörgl ganó fama relativa entre quienes estudian historia monetaria, y en particular la crisis económica de 1929, por la implementación exitosa de una moneda que se “oxida”, esto es, que los billetes pierden su valor nominal con el paso del tiempo para así desincentivar su acumulación. Si a final de mes un billete de un dólar, pongamos, sólo vale 95 centavos, hay un incentivo para que cambie de manos rápidamente, promoviendo la circulación de bienes y servicios y evitando el estancamiento característico de las recesiones. La moneda Chiemgauer que opera actualmente en Alemania se basa en este mismo principio: creada en 2003 por un profesor de colegio y sus estudiantes, aplica el mecanismo de oxidación automáticamente como interés negativo, moviendo anualmente el equivalente a cientos de miles de euros con una velocidad de circulación hasta tres veces mayor que la del euro.

Pero el principal problema puede que no sea orientar el dinero hacia el fortalecimiento de circuitos locales de intercambio –como en el caso anterior, en el que un euro se cambia por un chiemgauer– sino tener en cuenta, para empezar, a quienes tienen poco dinero. Es el caso del Tumin mexicano, en el que el grupo de asociados se reúne y decide quienes en la comunidad necesitan Tumins y cuántos entregarles, para que, juntándolos con pesos mexicanos, puedan completar “el peso que les falta” en sus compras básicas, a la vez que impulsan mercados alternativos. En ese caso, se trata de una emisión de dinero por consenso.

Un tercer ejemplo es el de la moneda PAR, en Argentina. Los clubes de trueque que proliferaron allí como alternativa ante la crisis del 2001 son bastante conocidos, muchos de los cuales tuvieron problemas con los vales que usaban para intercambiar, ya sea por fraude, sabotaje, o porque los mecanismos de emisión no eran claros. PAR fue pensada como solución a esto: es una moneda de crédito mutuo que funciona de manera digital, apoyada en tecnología blockchain, que facilita el intercambio sin necesidad de emitir previamente una base monetaria. Con el crédito mutuo, es posible registrar balances en una cuenta tanto positivos como negativos para representar y llevar el registro de las deudas entre participantes de una comunidad. Los saldos son creados en el momento de cada transacción, sin tener que acudir a una institución financiera para crearlos en primer lugar, y mucho menos pagar intereses por esos números.

Dentro de las enormes posibilidades, hay un tipo particular de moneda complementaria de especial relevancia en el contexto de la crisis económica de la pospandemia: los impuestos que se pagan con actividades socialmente útiles. Se trata de una idea con la cual empezamos a familiarizarnos en Colombia con ocasión de una iniciativa de la alcaldesa de Bogotá. Su antecesor había propuesto un esquema para aliviar la restricción del “pico y placa”: quienes quisieran usar todos los días su carro en la ciudad podrían hacerlo a cambio de pagar un impuesto. La idea es sencilla y muy práctica, pero tiene una connotación odiosa: quienes no tuvieran dinero para pagar ese impuesto permanecerían sujetos a la restricción de movilidad. Por eso, la propuesta de la alcaldesa fue mejor: para liberarse de tal restricción se debería realizar una tarea comunitaria. En otras palabras, el impuesto podría cancelarse con una actividad socialmente útil, que podría ser realizada por cualquier persona. Propuesta que es factible generalizar en multiplicidad de municipios para pensar en impuestos pagables por todas sus residentes, incluso por aquellas que no cuentan con ingresos seguros o por quienes queden desempleadas, y que servirían para dinamizar las economías locales atendiendo, precisamente, las necesidades insatisfechas de la población.

En efecto, cada municipio puede hacer un censo de las necesidades por ser cubiertas con la realización de actividades socialmente útiles, por ejemplo, el cuidado de la niñez y de los adultos mayores; censo a partir del cual precisaría los impuestos que cada residente tendría que pagar, esto es, indicaría el número de horas de cuidado que cada uno debería llevar a cabo, los lugares donde podría hacerlo, la forma de acreditar la actividad realizada, etcétera. No todos los residentes de un municipio están dispuestos a realizar estas actividades. En tal caso, el municipio podría estimular que otras personas lo hicieran en su lugar, lo cual generaría una serie de intercambios beneficiosos tanto para la persona que sustituye al residente en el pago de su impuesto como para ese residente.

Por su parte, la comunidad en general se beneficiaría de un esquema que movilizaría capacidades inutilizadas para atender necesidades insatisfechas y, además, cada una de las partes podría aprovechar su ventaja comparativa. El impuesto en este caso sería una moneda complementaria con una estructura muy similar a la de los bancos de tiempo, la cual contribuiría a romper el esquema mental de la pobreza. ¿Por qué? Mucha gente cree que es pobre porque no tiene plata en el bolsillo. Ignora que es rica en capacidades para hacer muchas cosas que benefician a los demás. Cuando se activan esas capacidades, se activa un volumen de riqueza que no está en los libros de contabilidad de los bancos ni en los cálculos convencionales del Producto Interno Bruto de un país. Es un volumen de riqueza a la espera de un medio para circular socialmente. Uno de esos medios es justamente el impuesto pagadero con actividades socialmente productivas.

Cómo hacer para que las monedas complementarias funcionen

La modalidad de moneda complementaria aquí propuesta comparte con todas las demás una serie de características que son esenciales para su funcionamiento. Es factible pensar en estas características como en las reglas del lenguaje: existe una amplia libertad para expresar nuestro pensamiento, pero debemos hacerlo dentro del marco de unas reglas comunes, que son las que facilitan la comunicación. De manera análoga, las modalidades de las monedas complementarias son muchas, pero si una comunidad decide crear un circuito monetario propio tiene que llegar a un acuerdo acerca de las reglas de juego que gobernarán el funcionamiento de ese circuito, y para ello resolver varios problemas básicos. Uno muy importante es llevar la contabilidad de aquello que se paga con esa moneda. Por ejemplo, en un banco de tiempo, si realizo una actividad en beneficio de otra persona durante dos horas, voy a querer que otra persona realice en beneficio mío una actividad por un tiempo igual o que dos personas lo hagan, cada una durante una hora. Llevar la contabilidad permite que todos los usuarios del banco de tiempo tengan la confianza de que esa moneda complementaria funciona justamente, esto es, que nadie se aprovecha de nadie más. Dicho en otras palabras, que todos ponen y que todos toman, y sobre todo, que no hay nadie que tome más de lo que pone.

Otra regla importante concierne a los derechos y deberes de los miembros del circuito monetario, así como a las sanciones aplicables a aquellos que incumplan las reglas de la moneda, el modo de aplicar esas sanciones, etcétera, dinámica que es posible ilustrar con un ejemplo: usualmente, en un banco de tiempo o en un sistema de crédito mutuo hay un límite de ‘endeudamiento’. Esto es, me puedo beneficiar de que otra persona me de algo o haga algo a cambio de la moneda complementaria, pero no puedo beneficiarme indefinidamente sin corresponder con algo que a su vez beneficie a los demás. De otro modo les estaría explotando. Si las reglas en las cuales se basa la moneda complementaria no le pusieran freno y no castigaran a quienes quisieran aprovecharse de los demás, se rompería la confianza no sólo entre las personas que usan esa moneda sino en la moneda misma. De ahí la importancia de establecer claramente desde el principio las reglas de juego, las cuales encarnan y generalizan el principio de reciprocidad que sirve de fundamento a las monedas complementarias.

Lo dicho hasta ahora aplica también a los impuestos que funcionan como moneda complementaria y sirve para resaltar un aspecto fundamental: la importancia del acuerdo que sirve de base a las reglas de juego de todas las monedas. En el caso de los impuestos, el acuerdo base es el de los representantes elegidos en cada municipio, esto es, los concejales. Sin embargo, para que el impuesto logre exitosamente movilizar capacidades inutilizadas para redimir las necesidades insatisfechas de la población se requiere de un amplio consenso ciudadano. Para tal efecto será preciso explicar, a su vez, cómo funcionará ese impuesto, qué actividades socialmente útiles podrán realizar los residentes, dónde y cómo el municipio llevará la cuenta de los pagos, quiénes se beneficiarán, cómo podrá pedirse una rendición de cuentas de la forma como ha operado ese impuesto, etcétera. Un aspecto clave del funcionamiento de este tipo de impuestos es la confianza en que las contribuciones de todos los residentes redundarán en un mayor nivel de bienestar del conjunto de los habitantes. Análogamente, monedas complementarias como los bancos de tiempo y los sistemas de crédito mutuo funcionarán exitosamente si cada uno de sus usuarios respeta su acuerdo de funcionamiento. Dicho de otro modo, el acuerdo de cada uno de respetar esas reglas es lo que le dará realidad al principio “todos ponen y todos toman”, que es el fundamento de la confianza en la moneda complementaria.

Si la moneda es un invento humano, entonces cualquier comunidad podría crear una moneda complementaria para resolver el problema identificado por Lietaer: conectar necesidades insatisfechas con recursos inutilizados. Un elemento fundamental para que cualquier moneda funcione consiste en resolver el problema de la confianza. Para pensadores sobre el dinero como Bruno Theret existen tres tipos de confianza en una moneda, que están ligados entre sí: la confianza en términos de que otras personas sí la recibirán (confianza metódica), en términos de que esté ligada a un proyecto común cuyos valores se comparten (confianza ética) y en términos de que la entidad u organización que gobierna la moneda –o establece las reglas de funcionamiento– sabe lo que está haciendo (a esto Theret lo identifica como confianza jerárquica, que es más apropiado para las monedas nacionales que para redes relativamente descentralizadas).

La confianza asume, como está visto, distintas modalidades. Confiamos en las demás personas por cuenta de los lazos que nos unen a ellas, como lo son los de parentesco o amistad, pero no solo con amigos y familiares es posible crear una moneda. Cuando la relación es con extraños en quienes no sabemos si son de fiar o no, usualmente hay necesidad de acudir a un acuerdo donde se establecen unas garantías y sanciones. Un viejo principio dice que el acuerdo es ley para las partes. Esa ley en realidad es un conjunto de reglas de juego que gobiernan el modo como las partes se deben comportar. En ese sentido, si las reglas con las que se diseña una moneda logran establecer suficientes incentivos y penitencias que respondan a los valores y necesidades que una comunidad desea impulsar, es probable que el acuerdo funcione tan bien que más gente quiera usar esa moneda.

Estos tipos de monedas no pretenden sustituir al sistema monetario vigente. Buscan conectar aquellos recursos que las prácticas monetarias actuales dejan inutilizados, con aquellas necesidades que permanecen insatisfechas. Pero no sólo es eso: la diversidad de las monedas complementarias existentes está motivando a crear nuevos ecosistemas de dinero que ayuden no sólo a superar la crisis económica actual, sino a habitar el territorio bajo valores y prácticas más acordes con el mundo que anhelamos vivir y legar.

5 de febrero de 2021

Si alguien quiere profundizar en la información presentada, le invitamos a escribir a: miaquinterolo@unal.edu.co.

*Grupo Sociología del Dinero,**Grupo de Protección Social – CID, Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género; Grupo Sociología del Dinero.

Información adicional

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