Unas semanas después de la llegada de Emmanuel Macron al Elíseo, uno de sus partidarios, el actual presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Asamblea Nacional, sintetizó la orientación económica y social que seguiría: “Objetivamente, los problemas de este país implican soluciones favorables a los altos ingresos” (1). Y los privilegiados aludidos demostraron su reconocimiento hacia su benefactor: entre 2017 y 2022, de la primera vuelta de una elección presidencial a la otra, los resultados de Macron entre los más ricos pasaron del 34% al 48%. La izquierda en el poder raramente demostró tanta maestría para satisfacer a su electorado…
Dado que el jefe de Estado también aumentó su popularidad entre los votantes de más de 65 años (una progresión del 12% de un escrutinio presidencial al otro), se puede medir el alcance del “coraje” con el cual Macron se regodea cuando busca convencer al país de aceptar una “reforma” de las jubilaciones cuyas principales víctimas serán las clases populares que votaron en su amplia mayoría contra él. Mientras que su cuestionamiento de las “conquistas sociales” dispensará al capital, así como a los ya jubilados (incluso a los más privilegiados), impondrá en efecto dos años de trabajo suplementario a los obreros cuya esperanza de vida con buena salud es inferior en diez años a la de los ejecutivos superiores (2). Para aquellos a los que el régimen salarial usó, agotó y quebró, la línea de llegada se desplaza una vez más. El tiempo del descanso, de los proyectos, de los compromisos elegidos será devorado por el trabajo obligatorio.
Un futuro garantizado
¿Y por qué razón? Porque lo que elige el poder no es remediar la decadencia de los hospitales y las escuelas, sino “bajar el peso de los gastos de jubilación” en la economía nacional en el mismo momento en que, por otra parte, los gastos militares se disparan (el ministro de Defensa prevé que entre 2017 y 2030 se habrán duplicado). El proyecto de civilización que semejantes prioridades trazan es lo suficientemente sórdido como para que, contrariamente a lo que se observó en noviembre-diciembre de 1995, en ocasión de un movimiento social enorme que se asemeja un poco al actualmente en curso, incluso algunos de los medios de comunicación mejor dispuestos hacia el poder tengan que (provisoriamente) bajar las armas (Ernaux, pág. 22).
Decidida a perseverar pese a todo, la primera ministra Elizabeth Borne se preocupa sin embargo de que su texto pueda “darle de comer a la Agrupación Nacional [Rassemblement National]”. El Presidente que la nombró no tiene esa preocupación. “En 2027 –explicó en diciembre último–, no seré candidato, por lo tanto, no voy a ser responsable por lo que pase” (3). La posteridad puede retener entonces de su Presidencia arrogante que sirvió sobre todo como estribo a Marine Le Pen; el futuro de Macron está garantizado. Si en las próximas semanas conquista galones de “reformador” frente a la derecha y la Comisión Europea, podrá luego disertar en Davos o en Qatar, y aspirar a la dirección de Uber, de Netflix o de un gran banco de negocios internacional. ã
1. Jean-Louis Bourlanges, citado por L’Opinion, París, 29/30-9-17.
2. Según el Observatorio de las Desigualdades, la esperanza de vida a los 35 años de los ejecutivos sin problemas sensoriales y físicos es de 34 años, contra 24 años de los obreros.
3.Le Monde, París, 8/9-1-23.
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Pablo Rodríguez
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