Barack Obama II

Tras un mandato decepcionante, la imagen de Obama vuelve a emerger al calor de la avanzada campaña para la elección presidencial del 6 de noviembre. La mejoría de los índices económicos y sociales en los últimos meses podría resultar determinante.


Tres elecciones decisivas se celebran en las próximas semanas cuyos resultados dibujarán el nuevo rostro del mundo. La primera es la del 7 de octubre en Venezuela (véase el dossier “Elecciones presidenciales en Venezuela”, págs. 16 a 20). Si –como prevén los sondeos– gana Hugo Chávez, será una gran victoria para todo el campo progresista en América Latina, y la garantía de que los cambios continuarán.

 

La segunda, a mediados de este mes, tiene lugar en el marco del XVIII Congreso del Partido Comunista de China, donde con casi toda seguridad Xi Jinping será elegido nuevo secretario general del Partido, en sustitución de Hu Jintao. Este será su primer paso hacia su probable elección, dentro de unos meses, como próximo presidente de China y, en consecuencia, líder de la segunda economía mundial, de la principal potencia emergente y rival estratégico de Washington.

 

La tercera, el 6 de noviembre, decidirá el mantenimiento del demócrata Barack Obama en la presidencia de Estados Unidos, o su sustitución por el republicano Mitt Romney (véase Johann Hari, pág. 26). Aunque está demostrado que un cambio de mandatario no afecta demasiado al poder financiero (que es quien decide en última instancia), ni modifica las opciones estratégicas fundamentales de la potencia estadounidense, no cabe duda de que estas elecciones, en el contexto internacional actual, resultan determinantes.

 

A priori, Barack Obama tenía pocas esperanzas de renovar su mandato. Pero el asesinato de diplomáticos estadounidenses en Libia y los ataques contra la embajada estadounidense en Egipto el pasado 11 de septiembre –justo once años después de los atentados contra el World Trade Center en 2001– han hecho entrar de repente los temas de la política exterior en la campaña electoral. ¿Podría esto favorecer la reelección de Obama ?

 

Ningún candidato ganó jamás en base a un proyecto (o un balance) de política exterior. Sin embargo, se puede afirmar que esos trágicos sucesos recientes no han desfavorecido a Obama en la medida en que, por contraste, su rival republicano Mitt Romney dio, en esa ocasión, una imagen de político superficial e irresponsable. Muy alejada, en todo caso, de la imagen que la opinión pública tiene de un verdadero hombre de Estado.

 

Si añadimos a eso el efecto devastador que provocó, días después, la difusión de un video “clandestino” en el cual Romney declara con desprecio que la mitad del país –los electores de Obama– se compone de “víctimas”, de “perdedores” y de “asistidos”, podemos afirmar que el presidente saliente recobra, a pocas semanas del escrutinio, posibilidades de ganar.

 

No era evidente. Porque, habiendo prometido mucho durante su campaña de 2008, Barack Obama decepcionó en igual proporción. Él mismo admitió haber vendido demasiados sueños. Y su popularidad se despeñó desde muy alto. Tanto que cabe preguntarse: ¿cómo un hombre que atrajo a dos millones de personas el día de su asunción como presidente en Washington en enero de 2009, y que tiene más de trece millones de seguidores en Twitter, pudo perder tan brutalmente su magia?

 

Los errores

 

Intelectualmente brillante, el primer presidente negro de Estados Unidos no consiguió transformar su país. El dinero sigue dominando la vida política, las instituciones siguen paralizadas por los bizantinismos del Congreso, la economía sigue rengueando y la hegemonía planetaria de Washington está más cuestionada que nunca.

 

También es cierto que, al llegar a la Casa Blanca, el nuevo presidente se vio confrontado a una crisis financiera, industrial y social de una gravedad sólo comparable con la Gran Depresión. El país había perdido ocho millones de empleos… Sin embargo, Obama dio la impresión de no darse cuenta que el navío se hundía. Siguió con su papel de Gran Embaucador de la campaña electoral. No vio venir el naufragio. Y falló durante la primera parte de su mandato.

 

Tenía que haberse apoyado en su gran popularidad para atacar –inmediatamente– a los excesos irracionales de las finanzas y de la banca. Restableciendo la prioridad de la política sobre la economía. No lo hizo. Y su presidencia arrancó sobre una base errada.

 

Obama debió también utilizar el apoyo de la nación para golpear de inmediato al Partido Republicano y ampliar el frente de las reformas. Debió dirigirse directamente al pueblo para presionar al Congreso. Y obligarlo a votar las leyes sociales y fiscales que hubiesen permitido reconstruir el Estado de Bienestar y restablecer la felicidad social. Tampoco lo hizo. Escogió la prudencia. Y fue otro error.

 

No cabe duda de que sus reformas de salud y de las reglas de Wall Street han sido importantes. Pero las obtuvo muy rebajadas. La ley sobre la reforma de salud se elaboró de modo muy conservador, y la consecuencia es que millones de estadounidenses han tenido que recurrir al sector privado de los seguros de salud. La reforma de las regulaciones del mercado financiero tampoco ha tenido un alcance suficiente para poner fin a las peores costumbres del sector especulativo y bancario. En fin, la Casa Blanca no promovió suficientemente el Employee Free Choice Act que hubiese garantizado a los trabajadores la posibilidad de crear más sindicatos.

 

Pero además, Obama había prometido cambiar el modo de funcionamiento de la vida política estadounidense, en particular en el Congreso. Igual que Franklin D. Roosevelt en los años 1930, Obama debería haber movilizado al pueblo para utilizarlo como un arma en su combate legislativo. Tampoco lo hizo. Y acabó por parecerse a las momias políticas de Washington que tanto había criticado. Y que los ciudadanos detestan. Consecuencia : fueron los republicanos quienes se dirigieron directamente al pueblo…

 

En principio, los demócratas disponían de todo lo necesario para gobernar. Controlaban los poderes ejecutivo y legislativo: la Presidencia, la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado. Normalmente, el control de esas dos palancas esenciales basta para conducir un país. Pero ya no en nuestras sociedades post-democráticas.

 

En realidad, a pesar de su legitimidad democrática, Obama y el Partido Demócrata sólo disponían de una baza, cuando hoy se necesitan al menos tres para gobernar. Les faltaban, pues, dos más: los grandes medios de comunicación de masas (los republicanos tienen la cadena Fox). Y un poderoso movimiento popular surgido de la calle (los republicanos tienen el Tea Party). Obama y los demócratas no tenían ni uno, ni otro. Y constataron su impotencia…

 

De tal modo que –algo insólito– se vieron desbordados por la derecha en pleno período de crisis económica y social… La derecha estadounidense tuvo el monopolio de las manifestaciones de calle, de las luchas contra el gobierno y hasta de la batalla de las ideas… Consecuencia: en las elecciones de medio mandato, en noviembre de 2010, los demócratas perdieron la mayoría en la Cámara de Representantes.

 

La ofensiva demócrata

 

Hubo que esperar hasta los albores de la campaña electoral para que Obama entendiese por fin que debía salir del lodazal politiquero de Washington y apoyarse en una estrategia orientada hacia los movimientos populares. En Denver, en octubre de 2011 –por primera vez desde que llegó a la Casa Blanca– Obama movilizó directamente su base popular lanzándole una llamada de socorro: “Los necesito. Necesito que protesten. Necesito que se movilicen. Necesito que sean activos. Necesito que se dirijan al Congreso para gritarle: ‘¡Hagan su tarea!'”.

 

Esta nueva estrategia resultó eficaz. Los parlamentarios republicanos tuvieron de repente que ponerse a la defensiva. Un nuevo Obama más agresivo y en pleno ascenso en los sondeos empezó a emerger. Y hasta tuvo nuevas audacias: se declaró en favor del matrimonio gay, y en favor de otra política hacia los inmigrantes que pusiera fin a las expulsiones indiscriminadas de los sin papeles. Su popularidad aumentó.

 

Entre tanto, los republicanos elegían para representarlos en la carrera hacia la Casa Blanca al multimillonario Mitt Romney. Éste concentró inmediatamente sus críticas contra Obama denunciando el “balance catastrófico del mandato” del presidente: 23 millones de desempleados o trabajadores precarios; un déficit presupuestario nunca visto en Estados Unidos, y una deuda nacional en aumento (50% en cuatro años) equivalente al PIB estadounidense.

 

Romney confiaba en unas encuestas según las cuales el 54% de los electores declaraba que Obama no merecía un segundo mandato, y el 52% estimaba que vivía “peor hoy que hace cuatro años”.

 

El candidato republicano no paró de repetir eso a lo largo de su campaña. Olvidándose de señalar que los sondeos también decían que el propio Romney no conseguía convencer a los electores de su sinceridad y de su interés por la gente. Las encuestas también revelaban que una mayoría de estadounidenses estaba de acuerdo con Obama sobre casi todos los grandes problemas: desde la reforma de la salud hasta la política fiscal. En cualquier caso, pensaban que Barack Obama los defendería mejor que Mitt Romney.

 

Éste tuvo entonces la idea de designar al muy conservador Paul Ryan –presidente de la Comisión del Presupuesto de la Cámara de Representantes– como candidato a la vicepresidencia. Designación que estimuló a Obama porque, a partir de ese momento, decidió invertir los papeles habituales de una campaña presidencial. Se plantó en opositor ofensivo en vez de defender su balance. Ya no fue él quien se justificó por sus dificultades para relanzar la economía, sino que obligó a los republicanos a explicar su impopular plan de recorte del presupuesto nacional, su promesa de “reducción de los impuestos de los millonarios” y de supresión de las ayudas a las familias modestas. De ese modo, Obama se transformó en el campeón de las clases medias, segmento principal de la población estadounidense y por consiguiente del electorado.

 

Hecho significativo: en su discurso del 6 de septiembre pasado ante la Convención demócrata, el presidente no defendió su balance, excepto en política exterior. Recordó la muerte de Osama Ben Laden, el repliegue militar de Irak y su decisión de retirar las tropas también de Afganistán.

 

Habría mucho que decir sobre el balance de su política exterior que es, globalmente, muy decepcionante. Tanto en América Latina (Cuba, Venezuela, golpes de Estado en Honduras y Paraguay, etc.) como en Medio Oriente (primaveras árabes, Libia, Siria, Irán, Palestina…). Pero el resultado de la elección no lo determinará la política exterior.

 

Todo se jugará sobre las cuestiones económicas y sociales. Y éstas, en los últimos meses, han mejorado netamente. El crecimiento, por ejemplo, vuelve a ser positivo (+0,4% de media por trimestre). La situación del empleo ha mejorado mucho (un millón de empleos creados en los últimos seis meses). Salvada de la quiebra gracias al Estado, la General Motors ha recuperado el primer puesto (en vez de Toyota) en la lista de los principales fabricantes de automóviles del mundo. La construcción de viviendas también va mejor. La Bolsa progresó en +50% desde 2009. Y el consumo de los hogares vuelve a estar en alza.

 

¿Será esta reciente mejoría suficiente para garantizar la reelección de Barack Obama?

 

*Director de Le Monde diplomatique, edición española.

© Le Monde diplomatique, edición española

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