Home Ediciones Anteriores Artículo publicado N°133 Colombia, cartografía del voto en blanco

Colombia, cartografía del voto en blanco

Colombia, cartografía del voto en blanco

En las pasadas elecciones legislativas el voto en blanco sumó cerca de un millón y medio de votos, cifra para nada despreciable, la misma que marca en Colombia el desarrollo de una tercera ola de indignación electoral en menos de doce años, ¿Tendrá la fuerza necesaria este tipo de voto para ganarle a los candidatos del establecimiento? ¿A qué está dispuesto el candidato-presidente para garantizar unos comicios sin la competencia de la indignación en la urnas?

El desayuno permite vaticinar cómo será el almuerzo; o lo que es lo mismo: siempre los inicios terminan por delinear los procesos. Así es. Las elecciones del pasado 9 de marzo al Congreso no sólo marcaron el retorno de la oposición de derecha al legislativo sino que mostraron un ascendente factor: el voto en blanco, con el 5.33 por ciento de los sufragios en el Senado y el 6.68 en la Cámara de Representantes, cifras que en el conteo nacional aparentan debilidad, pero que al escudriñarlas traslucen signos de latente indignación en el país nacional, marcando la tendencia para la primera vuelta presidencial del 25 de mayo.

 

 

El voto en blanco y el Congreso

 

En las elecciones parlamentarias de 2014, uno de cada dos colombianos no respondió al llamado a las urnas. Este proceder de un porcentaje nada desdeñable de nuestra sociedad, conocido como abstencionismo, es una constante a lo largo de los últimos sesenta años, y muestra, de alguna manera, la renuncia pasiva de un significativo porcentaje de la población nacional al sistema político y al juego electoral, poco o nada atractivo en su refrendación; abstencionismo que no señala un punto de quiebre con el orden social colombiano, es un “no participar porque ya casi todo está definido”.

A la abstención consuetudinaria le acompaña de manera cercana en estas elecciones el voto en blanco, con 885.375 sufragios, que según Carlos Ariel Sánchez, Registrador Nacional, podrían duplicarse con alrededor de la mitad de los votos nulos, algo más de 750 mil, que debido a las complicaciones del tarjetón fueron doblemente marcados en las múltiples casillas que tiene este voto.

Es un resultado que no llega sólo. La campaña por el voto sin rostro despegó desde inicios del año 2014, al conformarse múltiples comités para su impulso e integrando nombres que van desde criticadas figuras como Gustavo Bolívar (director de telenovelas como “Los tres caínes”) y liderazgos de la izquierda como Daniel Libreros, hasta agrupaciones como la Coalición de movimientos sociales y políticos de Colombia –Comosoc- y el Partido Socialista de los Trabajadores. Comités y figuras que intentaron, sin lograrlo, ser el rostro de la campaña sin candidato. Entonces, ¿cuál es el trasfondo del voto en blanco?

 

Sus geografías

 

El recorrido nacional, a partir de los resultados electorales en las principales ciudades, y algunas regiones que fueron coordenadas del paro nacional agrario, nos permiten hacer una radiografía del voto en blanco.

Bogotá: la capital está caracterizada como el epicentro del voto de opinión, y el territorio con mayoría elector del país, pese a ello sólo votaron al Senado 4 de cada 10 capitalinos en condiciones de elegir, y 3 de cada 10 a la Cámara; la abstención llegó al 65 por ciento y el voto en blanco al 9.94. Es decir, en la ciudad donde el poder político de la nación está concentrado, la democracia formal no logró captar ni a la mitad de la población habilitada para sufragar, y adicionalmente una parrilla de más de 100 candidatos para las dos cámaras del poder legislativo no logró movilizar las sensibilidades ciudadanas. Una democracia ahogada en la principal ciudad del país deja fluir factores históricos de descredito con los esquemas del sistema político, a la vez que señala comportamientos de castigo frente a la situación de quiebre que significó la destitución –y la disputa jurídica– del alcalde Gustavo Petro.

Medellín: Este territorio, con alto potencial electoral para el Uribismo, sólo contó con el 41.15 por ciento de sufragantes. Aunque con una participación mayor a la registrada en Bogotá, el resultado fue tenue pues aquí reside uno de los fortines electorales del expresidente. El voto en blanco llegó al 7.48 por ciento en la Cámara y 7.42 para el Senado.
De los 2.501.213 habitantes de la ciudad –de los cuales algo menos de millón y medio pueden votar– apenas 204 mil acompañaron al Centro Democrático, que con sus listas cerradas para el Senado fue el partido más votado.

Cali: Si en Bogotá la opción por el blanco hizo parte de un claro castigo ciudadano –por la destitución de Petro– y un rechazo a las mafias políticas instaladas en el Concejo que actuaron en alianza con Samuel Moreno, en Cali –la capital del Valle–, circulo de control de poderes oscuros regionales, este voto sólo registró 6,8 por ciento en Senado y 7.7 en Cámara. Sin embargo, la abstención llegó a una de las máximas cifras nunca antes registrada en capitales departamentales: 67,7 por ciento, es decir, apenas 3 de cada 10 caleños se dejaron embrujar por las urnas, denotando con claridad la fractura y el descrédito del poder político en una ciudad que en los últimos 10 años tuvo más de 8 alcaldes, eso sin ahondar en la influencia de connotados parapolíticos –como Dylian Francisca Toro y Juan Carlos “el negro” Martínez– en las definiciones de la circunscripción de la capital del Pacífico colombiano.

Boyacá: una de las regiones más dinámicas en protestas agrarias durante el 2013, concretó en estos comicios un quiebre con el Uribismo y con el Partido Verde, fuerzas punteras en la política de este departamento en el anterior período electoral. En los comicios del 9 de marzo alrededor del 47 por ciento de los boyacenses, relacionados dentro del censo electoral, ejercieron su derecho al voto, de los cuales alrededor del 9 por ciento decidieron marcar la casilla del voto en blanco, una cifra reducida que refleja la permanencia de potentes maquinarias políticas tradicionales que aún conservan poder de atracción sobre la población.

Circunscripciones especiales: en las curules otorgadas para minorías indígenas y negras para el Congreso existe un patrón de voto que cuestiona la realidad del poder.

En la elección de la curul de los pueblos originarios al Senado el elegido fue Jesús Chávez, anterior Concejero Mayor del Cric. El total de votos por candidatos a esta circunscripción sumaron 171.281, pero a la vez los tarjetones marcados en blanco alcanzaron 138.716. Es decir, le ganaron a todos los candidatos y tuvieron una distancia de apenas 32 mil sufragios con el conjunto de votos para partidos políticos. A pesar de esta realidad las elecciones fueron refrendadas y no se repetirán. La Cámara, en esta circunscripción especial, es menos preocupante, pero no por ello deja de alarmar: a la par de los 79.199 votos por candidatos indígenas existieron casi 38 mil en blanco. Realidad que podría ser más alarmante de contarse con cifras de la abstención electoral entre los pueblos indígenas.

Circunscripción afrocolombiana. Con la polémica elección de los dos representantes a la Cámara de la fundación Ébano de Colombia, ninguno afro, los dos –Moisés Orozco Vicuña y María Socorro Bustamante– herederos de la parapolítica, queda abierta la discusión sobre el status y el mecanismo de verificación de la participación y representación de las comunidades negras del país.

A los 159.523 sufragios consignados por las listas de partidos afro los confrontan 77.538 en blanco, superando en más de 43 mil a la mayor electora, María Bustamante. A pesar que ningún elegido se equiparó con la popularidad de la casilla sin candidato, la curul fue otorgada, añadiéndole un cuestionamiento más a esta circunscripción.

El palo en las anteriores elecciones provino del Parlamento Andino. El espacio legislativo de la Comunidad Andina de Naciones –Can– obtuvo en Colombia 3.623.193 votos en blanco, 400 mil más que la sumatoria de la totalidad de sufragios por partidos. Un castigo evidente para un espacio más simbólico que real. En este escenario reina la incertidumbre alrededor de la repetición de la consulta. Hasta ahora la Registraduría dilata su respuesta, amparada en el argumento de los costos económicos de los nuevos comicios. Por su parte el Congreso aún en funciones sólo responde con una reforma legal que obliga a no realizar elecciones para tal parlamento en el próximo periodo electoral.

Ante su propio callejón. Desde la Constitución de 1991 la democracia colombiana marca la consolidación de su propio tope electoral. En los últimos veinticuatro años –y de alargarse el ciclo, desde las elecciones que instalaron el Frente Nacional–, el país no alcanza porcentajes de participación arriba del 50 por ciento; es decir, la que reina aquí es una democracia sin refrendación popular.

 

La tercera ola de una indignación

 

Realidad política. El voto en blanco refleja la tercera ola de indignación expresada en las urnas colombianas. La primera y segunda fueron, en su orden: Carlos Gaviria y la Ola verde, las que pasaron por el apoyo de partidos de izquierda y de centro contrapuestos al establishment. En esta ocasión la indignación electoral para la primera vuelta presidencial toma distancia del conjunto de candidaturas y partidos de la democracia criolla, ¿podrá movilizar el millón seiscientos mil colombianos, que supuestamente alcanzó en las elecciones al Congreso?

Aparte de ser termómetro de la indignación electoral, ¿ el voto en blanco puede tener efectos políticos? La polémica abierta tras los comicios del 9 de marzo describe a la perfección la confusa arquitectura del Estado colombiano: mientras la Registraduría y el Ejecutivo asumen que este voto ganaría en las elecciones solo si posee mayoría absoluta –50 por ciento más uno de los sufragrantes–, expertos como Jaime Araújo –expresidente de la Corte Constitucional– sostienen que después de la reforma constitucional de 2003, corroborada por un Acto legislativo de 2009, quedó reglamentado que el voto en blanco resulta ganancioso obteniendo la mayoría simple, o sea, ganándole a los candidatos así sea por un solo sufragio y sin tope alguno. De ser así los escuálidos competidores por el atril de Bolívar, y los partidos que los respaldan, enfrentan aprietos, pues si llegase a ganar la casilla sin candidato no solo tendrían que repetir las elecciones, sino que los candidatos tendrían que cambiar, sin poder participar en los nuevos comicios los partidos que no superen el umbral.

Ante esta posibilidad, las reacciones del candidato-presidente y de los órganos máximos del poder electoral han pasado no sólo por disputas de interpretación legal, han llegado al extremo de obligar a que el Concejo de Estado se pronuncie alrededor de la no validez del efecto político del voto en blanco en la segunda vuelta, evidenciando la existencia de temor ante la posibilidad que la ola de indignación electoral llegue a disputar la punta de la primera vuelta, y que llegue a ser el renglón puntero en la ronda final.

Ante estos escenarios, el país tiene ante sí (más allá de los tipos en blanco legales como les llaman a los artilugios jurídicos definidos según la mirada del interpretador), un punto de quiebre del sistema de partidos y de los liderazgos personales de quienes ejercen la jefatura de Estado. Tendencia que podría profundizarse si en la consulta electoral de mayo las indignidades marcan una pauta de la rebelión ciudadana –de las capas medias, que en verdad son quienes más responden a este tipo de eventos. Tipo de indignidad, o de protesta, que sin duda alguna el régimen tendrá la posibilidad de sortear entre artilugios legales, lo que permite preguntar, ¿está la sociedad colombiana ante los dolores de parto de un nuevo sistema político o simplemente ante una aflicción del país político? 

 

*Integrante del Consejo de Redacción, Le Monde diplomatique, edición Colombia.

 

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications