Los prolegómenos vienen del segundo semestre de 2017 y en 2018 veremos su desenlace. Todo un entorno de manipulaciones políticas, capacidad de engañar, desplazamiento de los contrarios, distracción, adulación o desprestigio. Un constante despliegue de maquinarias burocráticas, ofrecimiento de prebendas, acuerdos clientelares, distribución de territorios, demandas judiciales, posicionamiento (o desprestigio) de nombres, ofertas de reformas, consultas electorales internas, confrontaciones públicas y privadas. Esto y mucho más, como preparación de las elecciones que en el país tendrán escenario durante el primer semestre de 2018, para el Congreso de la república y para la Presidencia.
Son disputas y maniobras que no sólo se presentan en Colombia sino que también encuentran escenarios similares en varios países de nuestro continente, donde de igual manera se realizarán comicios presidenciales en el curso del año: México, Brasil, Paraguay y Venezuela. La disputa electoral, en marcha en los cinco países relacionados, como marca indeleble de lo poco que aún persiste de la democracia liberal, tiene la importancia y el significado de un pulso entre la continuidad abierta y desenfrenada del modelo económico y político, reinante en la región en las últimas décadas, o su continuidad disimulada.
Cuba, con un régimen político diferente, también vivirá cambio de presidente: sale Raúl Castro Ruz en abril próximo, continuando así la retirada de la que pudiéramos denominar “generación heroica”, que será sucedida por una nueva, la de los “hijos de la revolución”. Raúl deja el escenario institucional y público a la cabeza del Estado, sin abandonar la secretaría general del Partido Comunista de Cuba.
El pulso, sostenido a lo largo y ancho de la región, queda reflejado en las afinidades que recorren el sistema e imponen sus boyas por doquier: corrupción abierta (recibo de un porcentaje por cada contrato que aprueba el Estado), corrupción disimulada (privatización de lo público en beneficio de los particulares) y destrucción de los valores que hasta hace poco se podían entender como referente fundamental para un proyecto de país: preeminencia del bien común, garantía del conjunto de los Derechos Humanos, soberanía alimentaria e industrial, y solidaridad comunitaria, entre otros factores comunes.
En ninguno de estos países, la disputa del modelo vigente alcanza el borde de una variación estructural de la situación. Contextos nacionales donde unos y otros candidatos se expresan con el único discurso que atinan a ofrecerles a sus posibles electores: “mejorar las condiciones de vida”, eso sí, sin indicar cómo podrán hacerlo realidad sin rompen con la herencia recibida.
La excepción en este mosaico monocolor se presenta en México, con la campaña que encabeza el Consejo Nacional Indígena y que lidera con vocería y candidatura presidencial María de Jesús Patricio Martínez. Es ella la excepción y la muestra de una campaña antisistémica que señala de manera nítida que el problema de nuestras sociedades no es solamente el mal gobierno; que el problema de fondo es el de un régimen capitalista que las somete, las oprime y empobrece. La campaña, además, sin maquinaria política alguna y sin los apoyos de grupos económicos o similares, saca a relucir en cambio un despliegue autogestionario e imaginativo sin par. En efecto, busca reunir las miles de firmas que exige la autoridad electoral de su país para poder postularse a la contienda electoral, en un ejercicio donde explicitan, además, que no les interesa el gobierno, al que, de llegar, administrarían desde un Consejo Colectivo, integrado por decenas de miembros. ¡Todo un ejercicio pedagógico, organizativo y mediático para romper la resignación de los millones de personas que allí habitan!
Como es de público conocimiento, aquel país, “tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos” (1), que marca el 1º de julio para su votación presidencial, y que de acuerdo a las denuncias de uno de los candidatos de la actual campaña, vivió un fraude en los comicios de 2006 y otro en 2012 (2), padece hoy la multiplicación de carteles del narcotráfico que, en un despliegue extremo de violencia y poder, tratan de imponer su dominio sobre el tan lucrativo negocio, dejando a su paso un mar de muerte y terror que, con el transcurso de los años, atomiza una sociedad que conoció en las primeras décadas del siglo XX una revolución de hondo calado, y en los últimos quinquenios del mismo siglo dejó ver multiplicidad de luchas e inconformismos que disponían su situación hacia una confrontación social en procura de una sociedad más justa.
Esa misma sociedad conoció también períodos y episodios de cohesión e íntima solidaridad (por ejemplo, en el momento de enfrentar el terremoto que los afectó en 1985) con la cual se podría dar la confianza de superar cualquier adversidad. ¿Cómo surgieron y pudieron tomar tal fuerza los empresarios de un negocio hasta ahora criminalizado? Todo parece indicar que, tras su emergencia, crecimiento y posicionamiento, hubo un diseño geopolítico copiado del laboratorio colombiano: el narcotráfico como estrategia de control, dominio, sometimiento, atomización social y militarización de las sociedades, para romper en esta forma una ligazón comunitaria con posibilidades de rebeldía y disputa de poder.
Puesta la vista en el sur del continente, donde Brasil es potencia y factor decisivo en su geopolítica, está en despliegue una campaña electoral que cita a elegir presidente el 7 de octubre. Con un gobierno espurio, producto de una truculenta conspiración judicial que mantiene a este país sumergido en una de las más graves crisis de gobernabilidad de toda su historia, atizada y cruzada por reiteradas denuncias de corrupción, la campaña en marcha logra, una vez condenado Luis Inácio Lula da Silva por supuesta corrupción –y a pesar de su ratificada candidatura–, dejar el campo expedito para los sectores más regresivos de este país.
Allí también, según manda el recetario neoliberal, están en marcha las privatizaciones y recortes en la inversión social, y no perderán el ritmo pese a las promesas de los candidatos en el curso de los próximos meses de campaña. Tanto el aval del capital internacional a los variados sucesos que son noticia, así como el beneplácito de los Estados Unidos y todos sus países satélites, aportan en esta dirección.
Por su parte, en Venezuela, donde con un polémico adelanto de la fecha se elegirá presidente en el cuarto mes del año –en día aún por establecer–, si bien el discurso oficial dice una cosa, la evidencia es que el establecimiento no logra demarcarse de la corrupción y, aunque el interés es no reducir la inversión social ni renunciar a la gestión en el aspecto público, lo cierto es que la crisis económica, social y política que los azota implica que en la práctica la inversión social sea cada vez más insuficiente, abriéndose con tal realidad una fosa en la que cada día cae un mayor porcentaje de su población golpeada por el empobrecimiento. El ritmo creciente de migrados a todos los países de la región es un signo indicativo de cómo su población trata de sobreaguar en medio de la tormenta. Sin duda, el Estado es insuficiente, un vacío que deja abierta la puerta para que “entre el diablo y escoja”. La campaña del actual mandatario, Nicolás Maduro, que persistirá en su reelección con medidas de ley y electorales favorables para este propósito, estará marcada por este signo.
Es una realidad que no da margen alguno al agrupamiento conocido como Mesa de Unidad Democrática (MUD), ya que varios de los partidos que la integran fueron vetados, de acuerdo al organismo rector electoral, por supuesta doble militancia. Asimismo, tales partidos no contarán con el tiempo ni con las condiciones organizativas y mediáticas para enfrentar en igualdad los hilos del control social trazados desde el Palacio de Miraflores. En el flanco de la crítica y la oposición de izquierda, moribunda en la sala de las indecisiones y la atomización, la oportunidad es ninguna; no tienen posibilidades para levantar banderas de cambio y liderazgo social, y reunir el respaldo social necesario que los ponga al frente del país.
Por su parte, en Paraguay, la cita a las urnas marca el 22 de abril, cuando se elegirá Presidente y Congreso. La novedad en esta nueva convocatoria es la renovada alianza entre los liberales y el Frente Guazú, distanciados desde la destitución, en junio de 2012, de Fernando Lugo como presidente del país. Se trata de un acuerdo electoral al cual se suma la agrupación Mario Ferreiro. Según lo acordado, la presidencia le corresponde al Partido Liberal y la vicepresidencia al Frente. Esta alianza enfrentará al Partido Colorado, hoy con la maquinaria del poder a sus pies, como fue común en la mayor parte del siglo XX.
El antecedente de la destitución de Lugo, la rivalidad que mantuvo el Frente que dirige desde el momento mismo de su destitución por haber apoyado los liberales el “golpe constitucional”, y las escasas afinidades programáticas que pueden tener, plantean un grande interrogante sobre un acuerdo facilitado por el afán burocrático. Con los liberales a la cabeza del Ejecutivo, poco podrá cambiar en la dirección neoliberal que reina en este país.
La disputa en Colombia
La más reciente cita en las urnas, con el triunfo del No en el referendo por la paz en 2016 –con algo de antecedente en el triunfo del candidato Óscar Iván Zuluaga en la primera vuelta de la elección presidencial 2014–, constituye un referente obligado y por tener en cuenta en el análisis de los resultados próximos.
Con un calendario electoral que arranca el 11 de marzo para elegir a quienes integrarán el Congreso (Senado y Cámara), en nuestro país la elección de presidente puede estar marcada como mínimo por dos vueltas (la votación por los congresistas fungirá como la primera), y tal vez por tres, ya que, de no registrarse ganador absoluto en la votación de mayo 27, vendrá una nueva citación para junio 17.
Con la vista puesta en tales fechas, las maniobras dentro de los diversos partidos y movimientos para decidir su candidato presidencial, así como para estructurar las listas para Congreso, han sido intensas, foto y radiografía del país político que tenemos; retrato que, en todo caso, a la desprevenida ciudadanía le permite visualizar cómo la política electoral deja al desnudo su verdadera piel cuando está por fuera de la lógica cotidiana.
Fruto de las maniobras desplegadas por unos y otros, y del juego que conturba y descubre el presidente Santos, cuyo partido de la U no tiene candidato, para evitar una derrota en la primera vuelta, o pretendiendo un triunfo o papel destacado en los comicios, quedaron integradas coaliciones interpartidistas: una de centro izquierda (Polo Democrático, Fajardo, Verdes); otra, con algunos de los exponentes de la derecha dura (el Centro Democrático, el exprocurador Alejandro Ordóñez y el pastranismo –Marta Lucía Ramírez).
Por su lado, Cambio Radical, partido de claro signo derechista, aunque vergonzante, hereda el favor de Juan Manuel Santos para esta contienda. Aparece ante la ciudadanía con fuerza propia y suficiencia de triunfo. Con seguridad, recibirá en las próximas semanas la adhesión de algunos senadores liberales, así como de elementos provenientes del partido conservador. La sumatoria de este partido, como de la U en pleno, no es de extrañar; incluso, el arribo a tal campaña de sectores de la izquierda, con historia de radicalidad, a nadie debe sorprender. En el ínterin, por estos días se hacen reuniones de distinta intensidad. Desde la casa de gobierno, el presidente Santos impulsa a la sombra y a la luz la candidatura de Germán Vargas Lleras.
Para fortalecer su diseño electoral, valora, dubitativo, opciones como la de Juan Carlos Pinzón (que tiene eco en el estamento militar y sus familias) puede sumarle votos.
Por su parte, otros partidos y movimientos de distinto signo buscan todavía cómo impulsar a sus candidatos: Gustavo Petro y Carlos Caicedo, a la Presidencia. Intentan decidir en una consulta cuál de los dos lideraría una campaña con el signo de izquierda. Dada su debilidad en la lista para el Congreso, puede darse una separación. Clara López, en el segmento de una izquierda descolorida, realiza todo tipo de zigzagueos en procura de acceder como segunda en una fórmula con los liberales –Humberto de la Calle– o con Cambio Radical –Germán Vargas Lleras–, y también con cualquier otro que lo permita.
Luego, quedan personas deseosas de las mieles del poder. En esta condición, simplemente le jugarán a mostrar que tienen algunos votos e intentarán negociarlos a cambio de un ministerio, una embajada o algún puesto para ellos mismos o para algún familiar, como en el caso de Piedad Córdoba, entre otros. En particular, la candidatura de Rodrigo Londoño y del nuevo partido que representa, el factor que determinará a cuál sombra se arrime es la promesa de cumplir con los acuerdos firmados en La Habana, tras lo cual puede suceder que le vendan su alma al diablo.
Entre promesas y negociaciones, al mismo tiempo, quedaron redondeadas las listas para Senado y Cámara, cuya elección en marzo afectará en definitiva los acuerdos logrados hasta ahora para las presidenciales, y, del mismo modo, los que están en proceso de firma, en la posibilidad de ruptura o recomposición. Los 2.951 candidatos inscritos para disputar los 166 escaños para la Cámara de Representantes (1.837 personas repartidas en 356 listas) y los 102 escaños para el Senado (1.114 personas repartidas en 26 listas), evidencian a toda prueba que la chanfa como congresista es buena, lo que amerita todo tipo de acuerdos y empréstitos.
La cantidad de inscritos y su vocación de “servir a la patria” prometen una intensa disputa. En todo caso, tendrá dificultad para quebrar, así sea en un mínimo porcentaje, el persistente abstencionismo reinante en nuestro país: 62,57 por ciento en el Plebiscito y 55,81 en las últimas elecciones para el Congreso. Como las otras muestras de desinterés, enfado, incredulidad, etcétera, que guarda un importante número de connacionales ante la “democracia más estable del continente”: 842.615 tarjetones sin marcar para Senado y 489.853 para Cámara en 2014. Los nulos para Senado fueron 1.485.567, mientras que para Cámara totalizaron 1.750.071 (3).
Es una realidad con pregunta por otra manera de encarar el reto por Colombia, de darle forma a una política que apasione y movilice al país en pleno. Condición urgente de participación activa de las mayorías. Condición fundamental para vivir en confianza, justicia y alegría. Llegar en esa escala obliga por lo menos a los 36 millones y un poco más de connacionales en edad de votar a sentirse recogidos, interpretados y realizados por y a través de las políticas de gobierno.
Mientras estos tiempos de utopía llegan, seguiremos viendo en cada campaña electoral reuniones de distinta componenda, intensidad y resultados, acuerdos, promesas, dilaciones, vacilaciones, apariencias, todo esto como parte de un discurso en el cual se ofrece una cosa y resulta otra en la gestión gubernamental. Para nuestro caso y el de América Latina, privatizaciones y desestructuración del interés público, con leyes para favorecer a unos pocos y llevar al límite de su existencia a los muchos. ν
1. Según decir del presidente Porfirio Díaz.
2. AMLO difunde audios que, asegura, prueban el fraude de 2006, http://www.milenio.com/politica/amlo-lopez_obrador-fraude_electoral-2006-milenio-noticias_0_944305712.html.
3. Las cifras de las urnas para los comicios, El Nuevo Siglo, enero 6 de 2018.