¿Puede existir una simulación de la política que carezca de contenido? En esencia, esta es la pregunta que surge al leer Pornopolítica, el nuevo libro del docente e investigador Edwin Cruz Rodríguez, publicado en septiembre de 2025 por Ediciones Desde Abajo. En su nueva obra, el autor se propone argumentar, desde un lenguaje sincero y tajante, que la intersección entre la política contemporánea y nuestra sociedad digitalizada refleja un comportamiento alegórico con la pornografía, pues, en principio, se disputan el campo de la visión y la atención de las personas.
A lo largo de los cuatro capítulos que componen este libro, el autor aboga por identificar la pornografía con un régimen escópico, esto es, “un conjunto articulado de factores, históricamente cambiantes, que definen lo legítimamente visible en el espacio público y lo que debe permanecer oculto” (2025, p. 10), cuya función es la configuración de una estética común por medio de la privatización de la esfera pública y el desplazamiento de las discusiones políticas por las murmuraciones íntimas. Así, nuestra contemporaneidad mediatizada, obsesionada con plataformas de redes sociales virtuales como TikTok o Instagram que actúan como herramientas de dominio, demuestra los alcances del régimen escópico pornográfico para la vida pública, pues éste se extiende a la despolitización y simulación de la política. En efecto, el autor plantea que la pornografía se comporta no sólo como un tipo de género de imagen mecánico, reiterativo, y masculinizado, sino también como el principal producto de una economía de atención a corto plazo, a la que cada vez más la política le echa mano para sobrevivir en la inmediatez aun cuando su ejercicio sea pura simulación sin efectos.
Para ello, Edwin Cruz aborda la relación estética que establece la pornografía frente al erotismo, situándola como la representación ideológica del sexo, que se despoja del juego, el deseo y el gozo para alcanzar una relación onanista que suprime la experiencia sexual. Es así que, con la expansión del consumo de masas y el inicio de la digitalización global a finales del siglo XX, la pornografía dejó de existir como un producto reservado a la marginalidad del puritanismo para ser parte de los consumos cotidianos de la esfera privada. Aquella implosión del porno lo lleva a la generalización, pues de la polémica de los cines para adultos nace una “industria” atrincherada en la libertad sexual, la autonomía individual, y el reclamo por un goce producido en oficinas y sets; tal grado de reproductibilidad genera un género maquínico del cuerpo, una “mera carne” exento de sensibilidad. La generalización de una sexualidad limitada a la consecuencia de la recompensa y estímulo instantáneo que promete la pornografía, entonces, generaliza una forma de visibilidad en la que el capital erótico se traduce en capital político, social y económico, y por tanto se posiciona en relación a las nuevas tecnologías y plataformas, donde la vida social se encuentra en un infinito presente en el que las personas son espectadoras y espectáculos de sí mismos.
El libro recupera las principales discusiones actuales en la filosofía y la teoría política, y las enfoca en una profunda preocupación por la sociabilidad predominante en nuestra época. Para el autor, esa sociabilidad está dominada por el capitalismo de plataformas, el resultado de la acción de los conglomerados y oligopolios tecnológicos los cuales por medio de sus productos moldean y dirigen la atención de millones de personas. En conjunto, este modelo reduce el mundo de lo social a una simulación de sí mismo: las personas no crean lazos sólidos, sino suspendidos en un eterno presente que se renueva con base en un algoritmo personalizado, que en consecuencia capta la atención y extrae valor de las relaciones entre las personas, privatizando el vínculo social mismo. El capitalismo de plataformas ha logrado mediar estas relaciones humanas bajo la pretensión del régimen escópico de la pornografía, pues las plataformas se alimentan de un ejercicio que promete la satisfacción constante, instantánea e interrumpida, causando que la compulsión a las redes sociales sea tan placentera como la compulsión a la pornografía. Así, el régimen escópico fija la mirada de las personas sobre la inmediatez y la compulsión, haciendo el efecto del placer egoísta del porno una realidad ubicua para la esfera pública.
El autor identifica que la política, en consecuencia de la digitalización de las relaciones sociales, ha intensificado la competencia por la atención. Ello ha hecho de la política un ejercicio simulado, donde el espectáculo y el show permiten la emergencia de políticos-influencers que adoptan la liquidez del ámbito virtual. Este panorama amplía los horizontes de la interacción entre los representados y los representantes, no porque genere nuevas instancias de interacción y seguimiento democratizantes, sino porque conlleva a la creación de vínculos para-sociales, que venden la política de forma más “cercana” y amena, al grado de reducirla a la simulación del juego. La sustracción de la solemnidad de la política se alienta con la expansión de la economía de la atención, que requiere que las relaciones para-sociales se hagan más verosímiles, llevando a candidatos y electores, a seguidores y famosos, a una disputa por ser “más real que lo real”. En consecuencia, la exposición constante en las redes sociales digitales se convierte en omnividencia, una configuración de toda interacción como una forma de comprobar la transparencia de lo que se dice, y, de ese modo, lograr conectar con mayor audiencia. Empero, ello hace que lo público deje de estar compuesto por asuntos realmente relevantes para la sociedad, y pase a describirse como situaciones personales que restan a la transparencia de cada persona; los debates de la esfera pública dejan de consternar un elemento político y pasan a configurarse como pornopolítica, ya que requieren de la polémica, el rumor, la develación de secretos y ocultamientos como una forma de sobrevivir en el flujo interminable de información digital. Es, por tanto, que la pornopolítica se establece como una simulación, así como el porno emula la sexualidad convirtiéndose en algo aún más real (como lo plantea Baudrillard [1984, p. 63]: “la sexualidad no se desvanece en la sublimación, la represión y la moral, se desvanece con mucha mayor seguridad en lo más sexual que el sexo: el porno”); la pornopolítica aísla a las personas e impide la construcción de lazos, reemplazándolos con una falsa integridad para capturar la atención.
En suma, Edwin Cruz demuestra que la pornopolítica describe la relación entre una sociedad desdibujada por la digitalización, que encuentra en ella un placebo ante la profundización de la precarización, la desigualdad y el autoritarismo. En conjunto, la pornopolítica hace que nuestras miradas se fijen entre sí, no para construir lazos significativos que puedan transformar nuestros contextos, sino porque “en el espectáculo interactivo de la política contemporánea los ciudadanos están presentes como actores de la puesta en escena, pero no como agentes políticos” (2025, p. 139). Es de ese modo que el autor encuentra en la pornopolítica la proscripción del escenario para tratar los problemas de la vida en común, llegando a la impotencia de la actividad política que es desplazada por la repetición compulsiva de un final que ya se conoce. En suma, la pornopolítica, en consecuencia de la economía de la atención, causa la perdida de la posibilidad de actuar conjuntamente, al eliminar la fantasía y la resistencia por convertirla en una evasión de la realidad, llevando a una semiopraxis en el que se mantiene impotente y alejada a la gente de la política.
El peso de otros autores como Baudrillard, Debord, Arendt y Rancière es más que presente y pertinente en este libro. El autor, de forma astuta y clara, logra navegar el psicoanálisis, la estética y la filosofía para acertar en un diagnostico agudo y crítico del despojo de la atención personal. A lo largo del libro, Edwin Cruz Rodríguez demuestra los efectos de la compulsión digital de la política, introduciendo un importante aporte a la consideración postestructuralista de la hiperrealidad como una expresión de impotencia ante la transformación. Al igual que su objeto de estudio, el autor no posa su mirada sobre un espacio geográfico particular, sino sobre todo un escenario virtual y despolitizado sobre el que se desplaza la atención, fijando la mirada del lector a la crítica sesuda de la vertiginosidad contemporánea.
Baudrillard, Jean (1984) Las estrategias fatales. Barcelona: Anagrama.
Cruz Rodríguez, Edwin (2025) Pornopolítica. Bogotá: Ediciones Desde Abajo
Juan David Cardozo Terreros.


