Esos recuerdos nunca nos abandonan. Al comenzar los años setenta del siglo XX, entrado ya en la pubertad, asistí a una de las reuniones de niños y jóvenes organizadas en Semana Santa por el colegio San Pedro Claver de Bucaramanga. Entusiasmado con la lectura y por la curiosidad, inquiriendo todo aquello que no comprendía, me atreví a preguntar en el círculo de la palabra en el que estaba adscrito por los otros hijos de María, la Virgen. Era una pregunta sincera pero que no encontró respuesta sencilla sino furia, al ser rodeado de inmediato por un grupo de muchachos mayores que amenazantes me gritaron con fanatizada mirada encendida en odio: ¡Cristo Rey vendrá a castigarlo!
En este mismo colegio compartí docentes con el hoy precandidato Alejandro Ordoñez, una de las opciones del uribismo en su consulta interna por celebrarse el 11 de marzo, a quien encontré y entrevisté brevemente en el evento con (pre y) candidatos presidenciales organizado por la Universidad del Rosario. Como egresados del mismo colegio nos alegramos al recordar con gratitud al hermano Arroyave, nuestro vasco y formidable maestro de lectura. Al preguntarle a Alejandro como quisiera ser recordado en cincuenta años, me respondió: ‘como un defensor de la familia, la propiedad privada, los valores tradicionales’. Sus palabras me retrotrayeron a las quemas de libros por él lideradas en el parque San Pío en los años sesenta. Ese tipo de sucesos, con el temor que despiertan, nunca se olvidan. Le pregunté si estaría dispuesto a trabajar en favor del país en un gobierno de signo diferente al de la ideología que encarna, y su respuesta fue rotunda: ¡No!
Sus palabras me llevaron a pensar por el tipo de “familia” a que se refería, porque por su entonación era evidente que creía que había sólo una. Y reflexioné sobre el miedo que desde siempre nos ha acompañado como humanidad ante el hecho de ser y pensar de modo diferente al establecido. El miedo a alguien que se declara “salvador” y “defensor de las tradiciones”, pues con esa autoconciencia se han adelantado las muchas cruzadas que han tenido lugar en este martirizado planeta.
Pensé también en el miedo a las consecuencias por no aceptar las injusticias instauradas por las relaciones despóticas que trajo la Colonia. El miedo impuesto por los aparatos represivos del Estado adoctrinados en el anticomunismo y la contrainsurgencia desde los años cuarenta del siglo pasado. El miedo a expresar ideas diferentes a la burbuja de sentido fijado por quienes administran lo admisible y lo inadmisible. Administradores que ejercen un poder otorgado por la red corporativa beneficiada con el orden demencial imperante que pretende pasar como lo más normal del mundo.
En 1948, Gaitán se atrevió, venciendo el miedo engendrado por el genocidio ejecutado sobre su movimiento desde años atrás, a encarnar una opción popular para la presidencia de 1950. El gobierno de los Estados Unidos realizó entonces la primera operación encubierta de la Guerra Fría en Colombia. Éramos en ese entonces, y somos hoy, libres de elegir, siempre y cuando elijamos a uno de los candidatos del partido único de las corporaciones. Somos libres de elegir a cualquiera que acate la instrucción del poder global que ordena sacrificar las mayorías nacionales en los altares del recaudo para pagar la deuda que nunca se acaba de pagar. Una deuda incrementada de modo notable con la contratación del complejo militar industrial estadounidense, para develar y destruir no sólo la insurrección armada, sino la resistencia política al modo de dominarnos que nos empobrece y desangra.
Pero sucede que el miedo, como las bayonetas, no sirve para sentarse en él. Y hay hombres y mujeres que no se han vendido, ni se dejan intimidar, y conforman una estirpe del decoro que encarna el profundo anhelo de la multitud de grandes y sabias transformaciones. Y sucede también que los pueblos aprenden. Y los tiempos parecen estar cambiando. Y el miedo también se agota. Y despunta en el horizonte la Colombia digna y soberana largo tiempo anhelada. ν