Se acerca el segundo semestre de 2025 y, con él, la efervescencia de las elecciones presidenciales y parlamentarias en Chile. Como es costumbre, el análisis político se centra en las estrategias de los partidos, las alianzas entre grupos empresariales y gremiales, e incluso en las figuras mediáticas que, con su indecisión o desmarcación, parecieran tener la llave del futuro político del país. Sin duda, todos estos actores ejercen una influencia considerable en el devenir electoral. Sus declaraciones, sus financiamientos y sus movimientos estratégicos son observados con lupa, y con razón. Sin embargo, en esta ecuación que busca predecir el pulso ciudadano, se omite con demasiada frecuencia al verdadero gigante dormido: el poder territorial.
Es un error persistente cifrar el resultado de las elecciones exclusivamente en las cúpulas. Se descuenta, en gran medida, la capilaridad del poder local y regional, que actúa como el verdadero nervio del sistema político. Mientras los partidos debaten en el Congreso y las élites empresariales definen sus apoyos, en cada municipio y en cada región se está gestando un entramado de relaciones, lealtades y gestiones que, a fin de cuentas, moviliza el voto de manera más directa y efectiva. El poder territorial no es una abstracción, sino una realidad palpable encarnada en miles de figuras que interactúan día a día con la ciudadanía.