A propósito de “La utilidadde lo inútil” de Nuccio Ordine

El pasado mes de junio falleció el filósofo italiano Nuccio Ordine. Este artículo aborda uno de sus libros más controversiales.

Arte, inutilidad y desinterés

“La fecunda inutilidad de la literatura” es una frase del filósofo Nuccio Ordine,  fallecido el pasado 10 de junio, con la cual hace una defensa de la utilidad de los saberes humanísticos considerados por el capitalismo del rendimiento y del emprendimiento como saberes no productivos,  no rentables, para nada servibles. La literatura, el arte, la poesía, el teatro, la filosofía, etcétera, se asumen como áreas crítico-creativas que navegan en otras sendas diferentes a las lógicas de la competencia, la eficacia y acumulación de capitales. Es, como argumenta Ordine “una forma de resistencia a los egoísmos del presente, un antídoto contra la barbarie de lo útil que ha llegado incluso a corromper nuestras relaciones sociales y nuestros afectos más íntimos. Su existencia misma, en efecto, llama la atención sobre la gratuidad y el desinterés, valores que hoy se consideran contracorriente y pasados de moda” (1).

Para Ordine los saberes humanísticos, incluso su aparente inutilidad, ayudan a fortalecer las ideas democráticas de libertad, justicia, solidaridad y al espíritu crítico-analítico frente a las múltiples realidades. De allí que, la sociedad de la “urgencia”, considere dichas áreas del saber y de la cultura no aptas para el apoyo y el mantenimiento del poder, ni para el sostenimiento de sus concepciones utilitaristas.

Ante la “fiebre del beneficio” capitalista se propone la “pasión poética” de los considerados “buenos para nada”, lejos de las ambiciones de los usureros, de los esclavos del tiempo que sólo registra producción y consumo. La aventura es riesgosa y no carece de peligros, pero es el desafío lo que importa, es su proyecto de remero a contravía lo que impulsa la balsa de los libertarios, marginados de la realidad de los “pragmáticos” y “útiles”. Al decir del poeta Ovidio, frase que nos la recuerda Ordine, “por más que te esmeres en encontrar qué puedo hacer, no habrá nada más útil que estas artes, que no tienen ninguna utilidad” (2).

La poesía, el conocimiento humanista, se presentan entonces como proyectos inocuos ejercidos por seres fracasados. Y, para consuelo de dichos autores, queda la frase de Samuel Beckett que sintetiza la condición del fracaso: “Inténtalo de nuevo, fracasa de nuevo, fracasa mejor”. O bien, la de Baudelaire cuando  afirma que “ser un hombre útil me ha parecido siempre como algo en verdad espantoso”. Frases que ponen la aguja en la llaga de aquellos que son serviles, gregarios y obedientes en el sufrimiento; útiles para denunciar a los descarriados.

Al unísono con la frase de Baudelaire, Eugène Ionesco también contribuye a generar escozor y crítica a las ideologías utilitaristas y ecónomas que atacan las actividades y conocimientos inútiles. Escuchémosle: “Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu, donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio” (3).

Y en esa perspectiva, sobre el desinterés por lo bello que se ejerce en esta sociedad de las rentabilidades,  Ordine afirma: “A la enseñanza pública le incumbe la delicada tarea de apartar al hombre de las miserias del utilitarismo y educarlo en el amor por el desinterés y por lo bello” (4). También Víctor Hugo exigía levantar el espíritu hacia lo bello, lo desinteresado y lo grande.

Una tensión perceptible siglos atrás, pues ya desde el siglo XVIII la cuestión del desinterés estético fue abordada por varios filósofos de la Ilustración. Con el avance en los estudios sobre el juicio del gusto estético, se introduce en ese período el problema del interés o desinterés en la contemplación de la obra de arte. Los conceptos de interés, utilidad, están unidos de por sí a la racionalidad del hombre de negocios del liberalismo burgués. Lo bello, según esta concepción, queda reducido a la utilidad que da placer (por ejemplo en David Hume), al interés del propietario que se vuelve patrón del gusto. La recepción de la obra de arte se determina por los conceptos de su posesión. Sin embargo, la teoría sobre el desinterés estético (que Immanuel Kant llevará a sus últimas consecuencias) es un reto a las ideologías burguesas de intereses comerciales y a la instrumentalización de la obra de arte, pues separa lo estético de la utilidad, reivindicando la creación y la contemplación desinteresada.

El desinterés estético desea sólo sentir lo visto a través de una contemplación que supere la instrumentalización del objeto. Contemplación versus posesión utilitarista del objeto. Placer de la mirada puramente estética. La contemplación sin interés de posesión es un abandonarse a la percepción desinteresada, lo cual es su recompensa sensorial estética, origen de algunos esteticismos y del arte por el arte en el siglo XIX.  Esto contribuyó a fortalecer la Estética de lo pintoresco que hacia finales del siglo XVIII se establece como estilo de vida: arquitectura de jardines paisajísticos, lo ornamental, castillos, edificios, torres, columnas, pirámides, obeliscos fingidos, ermitas, pagodas, ruinas artificiales. El deseo de posesión se cambia por el deseo de apreciación desinteresada

Desde esta mirada, Ordine dialoga con las reflexiones de Kant sobre el desinterés estético, o el Juicio de gusto estético desinteresado, cuya contemplación libre del sentido de posesión (propiedad privada), con intencionalidad sin intención, plantean ya las contradicciones que en los siglos XIX y XX resaltarán en las estéticas puras y las estéticas de las industrias culturales. La disyuntiva entre el funcionalismo y la forma o entre la utilidad por encima de la forma artística, llevará a Kant a elaborar su teoría del arte como finalidad sin fin o meramente formal, en la cual el arte no está basado en la utilidad. Es claro que en la globalización neoliberal el desinterés estético y aquella finalidad sin fin han concluido, pues su finalidad sí posee un fin: constituirse en una estética con efectos para el mercado y el consumo (5).

Educar para las exigencias del mercado

La lógica de los beneficios, de la producción, del mercado y el consumo ha impactado en todos los ámbitos de la cultura, incluyendo la educación, otro de los grandes temas que aborda Ordine. Universidades como empresas, con los profesores considerados insumos y gestores administrativos, los estudiantes clientes y las instituciones convertidas en centros comerciales que venden títulos al por mayor y al detal para el mundo laboral y la dictadura del emprendimiento. Se impone, entonces, una educación para el mercado. Todas las –pocas– conquistas de autonomía de los saberes son consideradas caducas, y se acusa a la educación tradicional de no consolidar espacios para “aprender a aprender” las lógicas mercantiles dinámicas, acordes con los tiempos de una globalización activa, voraz y triunfante.

La estrategia es perversa: liquidar los pocos espacios de pensamiento crítico que aún quedan en las universidades; prevenir –a través del ahogo administrativo y gestional– cualquier brote reflexivo, creativo y humanístico. Es claro que el neoliberalismo se ha propuesto, sistemáticamente, desarticular los núcleos académicos productores de discursos divergentes y contestatarios. De esta manera la educación, subordinándose al lenguaje y a los intereses de los sectores empresariales y financieros, liquida sus escasas fuentes de autonomía académica.   La universidad queda reducida a una eficiente empresa de servicios. Es la mercantilización y privatización de la enseñanza contra su socialización democrática. Los estudiantes-clientes realizan sus compras de carreras universitarias convertidas en mercancías, en ofertas según la preferencia del cliente. Es el negocio de la educación, en el que la mal llamada “calidad” se paga, y bien alto. De ciudadanos con derechos democráticos, a estudiantes usuarios de un servicio que se compra.

En esa lógica, la Universidad, como prestadora de servicios, se ha propuesto liquidar las áreas humanísticas y educar únicamente para las competencias, destrezas y habilidades que exige el mercado, cayendo en manos de tecnócratas con apariencia apolítica, pero legitimadores a ultranza de las políticas de pauperización de la misma. Se cumple así con las necesidades de la empresa y no con las exigencias propias de una academia edificada desde y para el debate de ideas. La pedagogía queda reducida a un lenguaje instrumental, alejada de sus contenidos propiamente cognitivos, epistémicos, éticos y estéticos. A los estudiantes les exigen poseer unas competencias cognitivas individualistas y técnicas que aniquilan, sin consideración, el saber por el saber y exaltan un saber-hacer empírico-pragmatista.

Estas son las nuevas sensibilidades educadas para legitimar las lógicas de los mercaderes, que imponen un “capitalismo cognitivo” que obliga a las investigaciones universitarias a tener “un impacto social”, es decir, que sean económicamente lucrativas. De modo que el conocimiento se mide desde una caja registradora, fomentada por las lógicas de la urgencia, la competitividad y la rentabilidad.

Al decir de Ordine, “sería absurdo cuestionar la importancia de la preparación profesional en los objetivos de las escuelas y de las universidades. Pero ¿la tarea de la enseñanza puede realmente reducirse a formar médicos, ingenieros o abogados? Privilegiar de manera exclusiva la profesionalización de los estudiantes significa perder de vista la dimensión universal de la función educativa de la enseñanza” (6). Los resultados son dramáticos, diríamos catastróficos; es la derrota del pensamiento, de la crítica creativa.

Ante la derrota de la utilidad de lo inútil

Vivimos en una época con un tenebroso declive del pensamiento, donde se ha proscrito la inteligencia humanística social, ética, estética y la formación intelectual. Fracaso de la cultura humanística letrada; declive de la esperanza en una educación racional, ética, estética, cultural y política. Fracaso de la reflexión permanente sobre el ser humano, su destino y su historia. La batalla de los humanismos filosóficos frente a la racionalidad productiva e instrumental parece desigual. Dicha racionalidad no trabaja con éticas ni con sentimientos; no es misión suya pensar desde las lógicas del arte y las sensibilidades poéticas; su visión se concentra en las lógicas de un Homo Economicus llevado al extremo, a su máxima expresión de poder. Como consecuencia, en la actualidad casi todas las esferas de la cultura hayan caído en procesos triviales, cínicos, indiferentes, abrumados por “la sociedad del emprendimiento” que exige ser cada vez más eficaz, más eficiente, más hábil, competidor, “emprendedor”, utilitario.

En concordancia con Nuccio Ordine, en el remolino de este panorama, los artistas e intelectuales sienten el declive de su actividad, el ocaso de sus apuestas, la pérdida de influencia social. En esta época del triunfo del pensamiento calculador y de rendimiento ¿dónde cabe el saber que surge del asombro, de la incertidumbre, la angustia frente a la múltiple variedad de lo real? ¿Dónde quedan las sensibilidades que viven en el mundo de la creación y de la confrontación reflexiva? Bajo estas circunstancias, el pensamiento crítico-creador ha pasado a ser considerado innecesario, inútil, pura especulación, ensoñación, fantasía. A la sociedad de la utilidad, con sus controles y autocontroles, con sus dispositivos digitales y comunicativos de sometimiento y técnicas de seducción, estas apuestas críticas no les interesan. En efecto, según palabras de este filósofo italiano,  “en el universo del utilitarismo un martillo vale más que una sinfonía, un cuchillo más que una poesía, una llave inglesa más que un cuadro” (7).

De allí que Ordine active sus alarmas al ver cómo se aniquilan en las universidades la enseñanza de las lenguas clásicas (griego, latín), pues, condenadas al olvido, “¿para qué enseñar las lenguas clásicas en un mundo en el que ya no se hablan y, sobre todo, no ayudan a encontrar trabajo? (8)”. También eleva sus preocupaciones por el peligro que corre la filología y la paleografía de ser suprimidas de los pensum universitarios, a la vez por la desaparición de la lectura de los autores clásicos y de importantes bibliotecas, de archivos, centros de investigación, museos, librerías tradicionales e históricas convertidas en simples supermercados de novedades. “Por este camino, nos dice, se acabará liquidando la memoria a fuerza de progresivos barridos que conducirán a la amnesia total”, y concluye “creo que, en cualquier caso, es mejor proseguir la lucha pensando que los clásicos y la enseñanza, el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio, pueden de todos modos ayudarnos a resistir, a mantener viva la esperanza, a entrever el rayo de luz que nos permitirá recorrer un camino decoroso” (9). n

1. Ordine, Nuccio. La utilidad de lo inútil. Manifiesto. Acantilado, Barcelona, 2022, pp. 28-29.

2. Ibíd., p.51.

3. Ibíd., 74.

4. Ibíd., 84.

5. De esta controversia se desprende la antigua y dura disputa entre “arte puro” (lo bello artístico) y arte adherente (las artes aplicadas y el diseño). Ya  Goethe se plantea el mismo problema en 1797 en su texto “Arte y artesanía”, antecesor de las reflexiones de Walter Benjamin sobre la obra de arte y su pérdida de aura en la época de reproductibilidad industrial. Enfrentamiento entre un Formalismo estético de belleza vaga, formal, incorruptible, insobornable –arte de finalidad sólo formal– de un gusto sin más, con un Funcionalismo de artes aplicadas, lo cual genera las controversias entre arte, industria, comercio y mercado. Esteticismo Formal versus Funcionalismo pragmático estético.

6. op.  cit., p. 81.

7. Ibíd., p. 12.

8. Ibíd., p. 93.

9. Ibíd., p. 25.

* Poeta colombiano.

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Información adicional

Autor/a: Carlos Fajardo Fajardo*
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 235 agosto 2023
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