El túnel

“La era de la paz en Europa ha terminado. Cada vez que los soldados ucranianos se retiren de una ciudad ucraniana debido a la falta de municiones, piensen en ello no solo en términos de defensa de la democracia y el orden mundial, sino también en términos de que Rusia se acerca unos kilómetros más a sus pueblos”.

Esta declaración, poco espontánea y sí meditada, con claro propósito intimidatorio, dirigida más para las poblaciones europeas que para sus gobiernos, corresponde a Dmytro Kuleba, ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, quien así se expresó ante sus pares en la Conferencia de Seguridad de Munich celebrada del 16 al 18 de febrero.

Pocos días después, el alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos advirtió: “No se vislumbra un final” para la guerra en Ucrania (1), dos años después de la invasión rusa que comenzó el 24 de febrero de 2022, guerra que arroja, hasta la fecha, 14 millones de ucranianos obligados a dejar sus hogares, algunos de los cuales han regresado a riesgo de sufrir un bombardeo o un ataque similar, pero la mayoría lo ha perdido todo, empezando por la tranquilidad.

En otro frente de lucha, esta vez en Oriente Medio, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, presentó el 23 de febrero su plan para administrar la ocupada Gaza, con lo cual la potencia militar de esta parte del mundo prolonga y ahonda el control sobre Palestina, borrada del mapa como posibilidad de Estado libre y soberano (2). Su población, asentada en Gaza y alrededores, ha visto cómo cerca de 30 mil de los suyos han caído bajo los bombardeos de la artillería y los disparos de los fusiles de los soldados ocupantes; cientos de miles lo perdieron todo y ahora viven bajo carpas facilitadas por Naciones Unidas.

Ese mismo día, Biden expide una batería más de sanciones contra Rusia (3), asediada por todos los flancos desde hace años, pero con especial encono durante los últimos dos.

La relación de operaciones militares y diplomáticas –y no tanto–, bloqueos comerciales y financieros, extendidas disputas tecnológicas incluso hasta el espacio, podrían ampliarse a lo largo de los continentes, dibujando un planeta en llamas o en profunda contienda entre potencias e imperios: Irán, Yemen, Taiwán, Libia, Iraq, Afganistán, Siria, Venezuela, Cuba, Estonia, China, Corea del Norte, y la lista es aún más amplia.

En la mayoría de los conflictos, de uno u otro tipo, aparece Estados Unidos, de frente o entre bambalinas, como auspiciador y actor por medio de alguno de los países bajo su órbita. Ante un mapa global de esas características, con la geopolítica que va quedando dominada por sonrisas que dejan ver colmillos y poca amistad, no es extraño que algunos digan que la humanidad ha entrado en un estadio de caos, en tanto que otros lo califiquen de colapso; y no falta quien lo defina como desorden global, y algunos como crisis civilizatoria. Esa realidad se multiplica en sus nefastos signos por el cambio climático en ascenso y las crecientes de temperatura que agobian a millones por doquier. Quedan atrás tiempos más frescos y apacibles, y sin posibilidad de ponerle fin, toda vez que los acuerdos alcanzados en las COP son prácticamente desatendidos, y no para la demanda de energía fósil, con un millón cien mil galones de gasolina por día, consumidos a lo largo de nuestra casa común; a ello habría que agregar, además, que el consumo de gas y carbón no parece disminuir, como tampoco disminuye el ritmo de la máquina capitalista, siempre sedienta de energía.

Aquellos conflictos –militares, comerciales, financieros, ambientales, tecnológicos, económicos, sociales– son un reflejo de la crisis imperial que sobrelleva Estados Unidos, cuya hegemonía está en cuestión por poderes globales en ascenso, en especial China, pero también India y Rusia, entre otros, que le disputan sus privilegios en sentido amplio o en segmentos específicos de la geopolítica global, como los factores comercial, financiero, tecnológico y espacial, etcétera.

Los Brics, como alianza de potencias en ascenso, la Ruta de la seda, como expresión de la disputa comercial planteada por China, exportaciones e importaciones ahora pagadas en monedas distintas del dólar, la carrera espacial cada vez con más actores y con claros visos militares…, son otras expresiones de la disputa que está en curso. La otrora potencia, voz incuestionable, ahora, ante un multilateralismo efectivo, siente que le pisan y se ríen de sus pataletas sin ni siquiera presentarle excusas, sin temerle por su poderío nuclear, a pesar de sus 850 bases militares (4) con las cuales hace presencia directa a lo largo y ancho del planeta.

Como lo muestra la historia de la humanidad, ningún imperio ha dejado sus privilegios sin resistir, sin brindar batalla, y eso es lo que parece animar la caliente realidad que azota al mundo, en especial en los países en los cuales los imperios y las potencias, a través de terceros, se muestran los dientes y mucho más que eso. Una realidad así, para Europa, por efecto de la guerra en la vecina Ucrania, la obliga a dejar atrás décadas de apacible desmilitarización, debiendo poner el foco de sus recursos en un gasto militar en ascenso.

Una realidad que retoma la edición anterior de nuestro mensuario en el artículo “Un mundo que se rearma”(5), y que, de acuerdo con el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, devela que el gasto militar en el mundo, en alza en 2022 por octavo año consecutivo, no había sido tan significativo en los últimos treinta años, y el fin de la Guerra Fría: 2.055 billones de euros, es decir el 2,2 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) mundial. Y todo indica que seguirá en alza, un triunfo para la diplomacia de los fusiles de los Estados Unidos, que, con su cerco a Rusia, buscando aislar a China, su principal oponente y próximo enemigo, logra que países sumidos por décadas en un pacifismo evidente, como Suecia, Finlandia y otros, ahora aprueben sumas colosales para reforzar sus aparatos militares y actualizar sus depósitos de armas. Detrás de todo ello está la Otan, un inmenso aparato militar creado por el imperio estadounidense luego de la Segunda Guerra Mundial, y con el cual aseguró su presencia nuclear en Europa, tomándola como cabeza de puente para intervenir en África y otras regiones del mundo, de ser necesario.

Consecuente con ello, esta coalición militar anuncia un gasto récord para el 2024: “El secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, Jens Stoltenberg, […] espera que este año 18 aliados gasten 2 por ciento de su producto interno bruto (PIB) en defensa, lo que supondría una nueva cifra récord, seis veces más que en 2014, cuando solo tres aliados cumplieron el objetivo, establecido durante la cumbre de Gales en 2014, tras la llamada anexión rusa de Crimea […]. “Desde que se contrajo el compromiso de inversión en 2014, los aliados europeos y Canadá han destinado más de 600 mil millones de dólares a defensa. El año pasado se registró un aumento sin precedentes de 11 por ciento –en todos los aliados europeos y Canadá– y este año espera que 18 aliados destinen 2 por ciento de su PIB a defensa”, confirmó Stoltenberg (6).

Esto de por sí es grave, toda vez que la humanidad se acerca a una factible contienda bélica tras la cual la única vencedora será la muerte, muy seguramente de nuestra especie, como del conjunto de las hasta ahora conocidas y con las cuales compartimos la naturaleza. Pero más grave aún que la particularidad de la actual crisis, la reducción y quiebra del otrora poder omnímodo de Estados Unidos, es que la misma está inscrita en otra aún más relevante, la de la civilización occidental, soporte de todo su razonamiento –y funcionamiento– lógico, que tras 2.500 años de dominio da evidentes muestras de agonía. Cuestionada por la crisis medioambiental está la supuesta supremacía de la especie humana sobre la naturaleza, “El antropocentrismo, antropologismo y antropomorfismo […] el ser humano pretendió: i) conocerlo todo; ii) poderlo todo; iii) controlarlo todo” (7).

Estamos, pues, ante un razonamiento y un proceder sobre los cuales se extendió todo el devenir de la humanidad en los dos últimos milenios y medio de su existencia, ahora totalmente cuestionados, como también lo están otros de sus soportes fundacionales, como el dualismo –que lleva al maniqueísmo–, la creencia en la causalidad, la idea de trascendencia, el monoteísmo, la prevalencia del individuo –y con este el yo– y la denegación del nosotros, entre otros fundamentos por resaltar de esta civilización (8), que han propiciado la crisis que hoy vive la humanidad, toda vez que para esa civilización la imposición, el dominio y el control son norma. No así la convivencia ni el compartir. O es blanco o es negro; o soy yo, pero no puede ser el otro: de ahí el afán de dominio tan afecto del capitalismo y de su fase superior, el imperialismo, hoy de unas dimensiones y manifestaciones nunca imaginadas por teórico alguno.

Entrada en ese túnel, aún sin salir de él, la minoría dominante en el mundo no alcanza a ver luz alguna, como sí alcanzan a percibirla los pueblos negados, que encuentran en el nosotros, en el compartir, la solidaridad, el convivir con la naturaleza, con el otro y los otros, algo tan natural como humano, la rendija por donde ingresa una luz de esperanza, de vida. No es casual, por tanto, que la esperanza de vida prolongada –la de la humanidad y la de la naturaleza– descanse en esos pueblos. 

1. Democracia Now!, 22 de febrero/2024, https://www.democracynow.org/es/2024/2/23/titulares/the_era_of_peace_in_europe_is_over_ukraine_issues_dire_warning_as_war_grinds_into_3rd_year.

2. https://www.pagina12.com.ar/715205-netanyahu-presento-un-plan-para-la-posguerra.

3. https://www.france24.com/es/europa/20240223-m%C3%A1s-de-500-objetivos-ee-uu-lanza-arsenal-de-sanciones-contra-la-maquinaria-b%C3%A9lica-de-rusia.

4. https://www.desdeabajo.info/actualidad/internacional/item/estamos-ante-una-crisis-civilizatoria-que-comenzo-antes-de-la-pandemia.html.

5. Leymarie Philippe, “Un mundo que se rearma”, Le Monde diplomatique edición Colombia, Nº 240, febrero 2024, pp. 20.22.

6. https://www.jornada.com.mx/2024/02/15/mundo/026n1mun).

7. Maldonado, Carlos Eduardo, Occidente, la civilización que nació enferma, Ediciones Desde Abajo, 2020, p. 66.

8. Maldonado, Carlos E., Occidente…, op cit.

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Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez Márquez
País: Ucrania
Región: Europa
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 241 marzo 2024
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