Elecciones: No es casualidad que se escoja haciendo una cruz

En el actual estado emocional del país, el 29 de octubre ganaron los candidatos que supieron decir lo que la gente esperaba, aumentando el algoritmo. Fácil de recordar, fácil de imaginar, fácil de pillar el beneficio. Y perdieron quienes, en la ansiedad por respuestas inmediatas, se quedaron reposando en el discurso de un cambio que no se siente real. Incierto quedó el próximo round 2026.

“La sociedad está decayendo hacia un prototipo de persona más cómoda, conformista, indiferente, ignorante, endeble, miedosa y mediocre. Esta es la mayor de las fatalidades”.

Un meme en las redes, junto al rostro de Nietzsche.

Hay hechos que brindan la oportunidad de mucha narrativa. Las elecciones son uno de esos hechos. La teoría conduce a suponer que ganarán quienes supieron leer mejor que nadie el momento del país, y proponer caminos de manera simple y clara. Pero en la lucha por capturar la frágil atención, el que no exhibía nada que permitiera predecir su triunfo gana porque se atrevió a arriesgar con un insulto mayor o prometiendo bala a los marihuaneros o a los manifestantes que bloquean vías. O por el enojado hartazgo de la gente, y la inocencia de ver en la repetición una novedad, como decía Kierkegaard. O triunfa simplemente porque hay gente enriquecida por la suerte, o porque tiene capital para apostar. O pierde porque algo que se prometió fue percibido como una realidad inminente por quienes votaron esa promesa que no se ha transformado en realidad. Y entonces solo quedan actitudes como la de María Fernanda Cabal, que en una entrevista publicada el 29 de mayo de 2023 en el diario madrileño El País declara: “Los imbéciles votan y nos ponen en riesgo a todos”.

En los últimos años la verdad final de cada elección suele escapar a lo que pronosticaron las encuestas, pero no deja de ser predecible evaluando las preocupaciones que habitan el vecindario, el malestar sudoroso de los medios de transporte atestados de gente mal dormida, la paranoia en las calles, esa realidad de la que se intenta escapar mirando obsesivamente las pequeñas pantallas. Por eso, cada vez con mayor precisión, se mide la intención auscultando la conversación en las redes sociales digitales, las angustias cotidianas en medio de la crispación, las descalificaciones, los insultos, las mentiras que pululan. Y la verdad del 29 de octubre fue que ganaron los candidatos que supieron decirle a la gente las cosas en blanco y negro, al estilo de lo que hizo el candidato que ganó la primera vuelta presidencial de Argentina: “¿Querés pagar 50 pesos por el boleto de bus subvencionado, o pagar 1000 pesos porque te van a eliminar la subvención?” Fácil de recordar, fácil de imaginar, fácil de encontrar el beneficio. Pero, en medio de la confusión creada por la multiplicación de marcas y siglas sobre las cuales se ha dificultado en extremo saber quién es quién, también ganaron algunos profesionales de la política, esos líderes de culto entre los beneficiarios de sus servicios. Y perdió esa parte de “la izquierda” extraviada en el discurso, en los egos, en el laberinto de las discusiones sobre lo relevante de su lectura de la realidad, y en su tendencia a la división. Pero no es que la sociedad se escorió hacia la derecha, ni que respondió a una polarización extrema, sino que simplemente reflejó el cansancio ante el discurso florido y su carencia de traducción a la realidad, mientras la inflación hunde los presupuestos familiares y la fantasía de la “seguridad” aturde los cerebros.

Se puede sintetizar el resultado de octubre 29 como una demostración de que defraudar las expectativas que se han creado es algo que se paga. Porque esas expectativas generan ilusiones, y al no convertirse en realidad aquello que ilusionó, ocurre que cunde el desánimo, se instalan sentimientos de desesperanza y aparece en escena el deseo de castigar. Por eso, observando el comportamiento de lo que fue el Pacto Histórico, la elección no presentó mayores sorpresas si la miramos desde la óptica del marxismo gótico, ese que Margaret Cohen define en su libro Iluminación profana (1993) como “una genealogía marxista fascinada por los aspectos irracionales del proceso social, que intenta estudiar cómo lo irracional penetra la sociedad existente, soñando con utilizarla para efectuar el cambio social”.

Como podía esperarse, dado el estado emocional del país y el sentimiento predominante respecto al gobierno del Pacto, en tanto en algunos cuantos territorios y ciudades un alto número de personas interrumpió su domingo para ir a votar en blanco, expresando así su rechazo a la clase política representada por lo que el tarjetón les proponía votar, otros, por diferente camino, pero desde un mismo sentimiento, lo hicieron respaldando a las marcas políticas que habían sido rechazadas en la primera vuelta presidencial de 2022. Pesó sobre la elección que en un primer momento de su gobierno el Presidente abrazara el pragmatismo, optando por una necesaria hibridez para gobernar, un “mal menor”, bajando las pretensiones morales, acercándose a “la embajada”, a los grupos empresariales, a los feudalismos ganaderos, al capital especulativo. Y cuando resolvió romper con los acuerdos, ya se había alejado de la confianza que depositaron en él, entre otros, sectores de personas que viven día a día, como equilibristas en la cuerda floja al filo del riesgo extremo, sumidos en una sensación permanente de necesidad y desesperanza que se tradujo ahora en el regreso al voto pagado, o en un voto protesta como descarga, una advertencia. Y por eso bajó la eficiencia de la famosa “bodega” del fanatismo, que esta vez adoleció también de puntería por los conflictos sin aparente resolución que se presentaron dentro del Pacto Histórico.

Al interior del protagonismo creciente de la vía digital en las campañas, como viene ocurriendo en las últimas elecciones, las baterías de bots operaron a derecha e izquierda. Esta vez procurando corregir la condición de robots, esclavos monotemáticos, incapaces de producir verdadero contenido, aunque en general no salieron de la repetición de mentiras, difamaciones y consignas. Pero algunos bots se humanizaron, expresándose como seres cercanos, exhibiendo costumbres humanas, como tomarse un tiempo antes de reaccionar ante un tema caliente. Es decir, Colombia comenzó a reflejar, aunque con retraso, nuevas realidades que la tecnología pone a nuestro alcance, llegando los más atrevidos a clonar voces e imágenes. Y es que los robots avanzan a alta velocidad, aunque en el país no siempre se acelere a tiempo para alcanzarlos: ya en 2014 un bot pasó exitosamente el Test de Alan Turing, haciéndole creer durante cinco minutos a quienes lo juzgaban, que se trataba de un verdadero ser humano. Por eso hoy se presentan casos de mensajes que se reciben como provenientes de seres humanos, y activan levantamientos sociales o los desactivan generando verdaderas corrientes de opinión sensible frente a las coyunturas de la realidad. En suma, los bots están domesticando las pasiones, y conduciendo la irritación que deriva de la frustración. También en Colombia.

Y hubo muchas campañas en las que, como indicaría un manual de “buenas prácticas”, se cambió de perfil y tono según cada red, desplegando acciones coordinadas entre los distintos militantes, hablando en primera persona, enfocados directamente en el adversario u obstáculo, dirigiéndose a los indecisos y dejando en el pasado cualquier búsqueda de perfección estética en los contenidos. Campañas en las que, como es conveniente, se superpusieron narrativas cuando se recibió un ataque, y no se respondió ni en Twitter ni en Facebook a los golpes bajos, las denuncias, las noticias falsas, para evitar alimentar el algoritmo, ya que al responder se le da mayor circulación a la información que se intenta contrarrestar, porque el algoritmo no diferencia si se afirma o se niega sobre el tema. Pero la mayoría no escapó a la costumbre de responder a cada agresión sin evaluar el beneficio de aceptar la pelea.

Comunicación aparte, es importante observar en esta última elección la forma como se manifestó el descontento social. Ese descontento que el politólogo Adam Przeworski, en su obra Las crisis de la democracia, observa como un posible final de era, asociado a la desestabilización de los sistemas de partidos y al crecimiento de las derechas, algo que afecta al tejido social tanto como a la vida familiar y a la creencia en el progreso material. Pero el resultado de las elecciones locales, independiente de lo que ocurrió en algunas de las principales ciudades, no refleja aun esa situación de creciente derecha dura que se expresó en la última elección presidencial en los Estados Unidos, con Trump perdiendo la presidencia respaldado por 74 millones de votos frente a los 81 de Biden, o Bolsonaro que perdió la de Brasil con 58 millones frente a los 60 de Lula, o el deseo de un autoritario Bukele que se derrama por Latinoamérica. Sin embargo, la tendencia hace temer por el resultado del próximo round, que será la elección presidencial 2026.

De cara a ese 2026, el escenario de fondo en Colombia no es diferente al que se puede observar en otros países, donde los progresismos cada vez son menos creativos y la voluntad de cambio se manifiesta como el programa de lo que antes era el conservatismo más rancio, la derecha, que se presenta como la solución para acabar con la ineficiencia y la corrupción de los representantes del progresismo. Y en una sociedad en la que disminuye cada mes o cada semana el poder adquisitivo del salario de quienes aún lo conservan, y la angustia por los atracos hace mella de la confianza en la calle, particularmente en los barrios populares, venden como se vende el pan caliente porque la falta de respuestas traducibles en acciones concretas de parte de los candidatos progresistas no se disimula pese a gozar del respaldo de las mezclas más “creativas” de avales y fusiones ideológicas.

Una cuestión más a observar es que la gente vota lo que vota la gente más cercana a ella, lo cual no es ninguna novedad, como ya lo demostró en los años 40 del siglo pasado el sociólogo Paul Lazarsfeld, tras seis meses de entrevistas a tres mil pobladores de Ohio: se decide el voto por lo que opinan los amigos o conocidos más cercanos, por la pertenencia a grupos, por la tradición familiar, la formación religiosa, la costumbre, y por eso republicanos votan republicanos y demócratas votan demócratas. Y los medios y la publicidad política solo cumplen la función de reforzar las narrativas a que son afines los públicos que contactan con ellos.

Solo cuando aparece un discurso que rompe el aburrimiento que producen los políticos de oficio, la gente reacciona y al votar toma una decisión de verdadero cambio. Cuando no, el regreso al pasado es lo usual. Un regreso al pasado como rechazo al presente, ese tiro en el pie que suele ser el voto en contra o voto castigo.

Suscríbase

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=180&search=suscri

Información adicional

Colombia
Autor/a: Ángel Beccassino
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 239 diciembre 2023
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications