En la colonia penitenciaria
Franz Kafka
Estudio preliminar Fabio Bartoli
Ediciones Desde Abajo, octubre 2024, 76 páginas
Hace 100 años, precisamente el 3 de junio de 1924, en Kierling, Austria, moría uno de los grandes escritores del siglo pasado, Franz Kafka. A pesar de que ha pasado un siglo, los lectores de su obra no paran de aumentar, tal como lo demuestran las continuas reediciones de sus cuentos y novelas, que se pueden encontrar en versiones aptas para cualquier tipo de gusto y bolsillo; y, también, como lo demuestra el hecho de que, luego de Shakespeare, Kafka sigue siendo el autor sobre el que más literatura especializada se produce en el mundo.
Por otro lado, durante este periodo la naturaleza muy peculiar de sus construcciones textuales ha favorecido el florecer de una miríada de interpretaciones a menudo contradictorias entre sí. Esta situación nos brinda la posibilidad de preguntarnos si aún vale la pena leer estos textos ya tan explotados y, en caso afirmativo, por y para qué este ejercicio sigue teniendo sentido. Dándole vueltas a esta pregunta, que me convoca personalmente, pues he pasado varios años de mi vida leyendo y escribiendo sobre el autor checo, se me han ocurrido varios ejemplos que aún nos pueden decir algo sobre esta experiencia maravillosa y al mismo tiempo aterradora.
Se puede leer a Kafka porque fuiste su amigo por toda una vida y lo alentaste a seguir escribiendo las obras que nunca concluía, aunque lo traicionaste luego de su muerte no respetando su voluntad de quemar sus manuscritos y, por el contrario, te dedicaste a difundirlos en todo el mundo, tal como lo hizo Max Brod.
Se puede leer a Kafka porque quisiste traducirlo al checo, pero te enamoraste de él y fuiste rechazada luego de haber recibido algunas de las cartas de amor más bellas que la literatura mundial conozca, tal como lo hizo Milena Jesenská.
Se puede leer a Kafka para conmemorar los diez años de su muerte y, entre otras cosas, reflexionar sobre la condición del hombre judío a las puertas del holocausto, tal como lo hizo Walter Benjamin.
Se puede leer a Kafka porque te invitan a dictar un curso sobre uno de los autores más de moda de la época, y tú quieres rectificar este juicio aclarando sus fallas como escritor y como descriptor de la naturaleza humana, tal como lo hizo Günther Anders.
Se puede leer a Kafka porque, mientras que tu mejor amigo muerto suicida lo amaba y tu primer esposo lo minusvaloraba, es el autor al que regresas para ayudarte a seguir adelante todas las veces que la vida te golpea, tal como lo hizo Hannah Arendt.
Se puede leer a Kafka para entender cómo de un corazón roto pueda nacer el mundo de Josef K., tal como lo hizo Elias Canetti.
Se puede leer a Kafka para fines políticos y, luego de haber concluido, decidir que es un autor peligroso y que sería oportuno que nadie más en tus tierras volviese a leerlo, tal como lo hizo el partido comunista soviético.
Se puede leer a Kafka para rescatar el prestigio de tu cultura de origen, luego de que un régimen totalitario la ha sofocado y escondido debajo de una cortina de hierro, así como lo hizo Milan Kundera.
Se puede leer a Kafka porque quieres ser escritor y con sus obras logras entender que se puede tratar temas sobrenaturales como si estuvieras describiendo escenas comunes y corrientes, tal como lo hizo Gabriel García Márquez.
Se puede leer a Kafka porque tienes una mala relación con tu padre y quieres averiguar cómo un escritor famoso lidió con los mismos problemas que te atañen; o porque te has chocado con el rigor obtuso del sistema burocrático que administra nuestro mundo, y con la intransigencia de sus funcionarios que no tienen un mínimo de empatía para rechazarte por la enésima vez el formulario que ya presentaste, solo porque el sistema no lo acepta.
Finalmente, parafraseando a Blumenberg, se puede leer a Kafka por los mismos motivos que nos empujan a leer los clásicos, para tener un alivio en contra de la opresión que nos propone a diario la realidad, o sea, para poder tomar aliento.
En mi caso, yo era un estudiante recién ingresado a la universidad y me interesaba la relación entre la filosofía y la literatura. Un día un profesor, que acababa de escribir un libro sobre Kant, llegó a dictarnos una charla y nos explicó cómo el cuento La obra podía ser leído como una representación literaria de la autonomía kantiana. De hecho, si eres un animal que se dedica a construir un impenetrable refugio y luego te identificas tanto con él hasta el punto de que ya no logras salir, entonces estas viviendo tu existencia sin quererte tomar la responsabilidad de tu razón y estás confiando tu bienestar a un factor exterior, entonces, no te estás asumiendo la carga que implicaría usar la propia mente de forma autónoma, sin apoyarse en nadie más que en ti mismo. Se puede decir que, desde este momento en adelante, hemos iniciado una “frecuentación” que aún no se interrumpe. Esto me ha ayudado tanto en mi crecimiento personal y académico, y me ha hecho adquirir muchos nuevos colegas y también algunos amigos.
Sin pretensión de que estos ejemplos se vuelvan universales, me parece oportuno concluir rescatando la universalidad de la obra kafkiana, la cual puede hablarle tanto a quien aún no se ha adentrado en el mundo de la literatura, como a la persona experta que habla 13 idiomas y se ha leído todo. Dicho de otra forma, la excusa del centenario de la muerte de Kafka debería servir como trampolín para que nuevos lectores y nuevas lectoras se acerquen a su obra y nos ofrezcan muchas más interpretaciones personales de sus escritos, las cuales irán a enriquecer el mar de propuestas que ya se hicieron y que buscan ser actualizadas o controvertidas. Al mismo tiempo, se espera que también esto ofrezca a los antiguos lectores una excusa para regresar a un autor querido y que, quizá, se abandonó por alguna de las múltiples razones que la vida nos impone.
En fin, a diferencia del autor, los textos de Kafka son una obra que no se esconde, siempre disponible a ser recogida para volverse nuestra compañera de viaje por toda la vida.
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