Antología poética

La poética de Carlos Fajardo Fajardo (Santiago de Cali, Colombia, 1957), se ha ido depurando a lo largo de más de cuatro décadas. El libro que el lector tiene en sus manos es un amplio recorrido por el reino que ha sabido construir justo en las orillas del tiempo, con los hilos de la memoria y con la certeza que sólo puede dar el camino. Lector voraz, Fajardo Fajardo hizo de la poesía el sentido de su existencia, el método para descifrar y comprender el sinsentido atroz del mundo en un mar de belleza innumerable. Sus poemas son hallazgos de momentos en los que el ser atraviesa umbrales que permiten vislumbrarlo todo y asombrarse a pesar de la sensación efímera o de la cicatriz que deja el vuelo. Cada verso es huella, vestigio, cartografía de un viaje en el que el silencio es el árbol sobre el que se desplegará el lenguaje. La cuestión es el origen, la raíz, la semilla; elementos que hacen posible el andar. 

Ya sea en la historia de amor de Modigliani, o en las pinceladas con las que registra el impacto que produjo la cercanía de algún cuerpo; o, al detener en el tiempo la grandeza de los poetas menores, o en las pulsiones del habitante extraviado, ignorado, exiliado, destruido por las estadísticas y el poder, Fajardo Fajardo erige la trinchera del lenguaje como escudo y testimonio. Al final, el poeta ha establecido una batalla contra el olvido, y aunque sabe que es inminente su derrota, sospecha que hay honor en pensar que la vida es más que un simulacro. 

Carlos Fajardo Fajardo enseña que, si en verdad tienen que vivirse vidas ajenas trazadas de antemano como destinos impuestos, y a merced de la devastación de lo humano, es posibilidad ética acercarse a la poesía como refugio del ser. Aun así, es palpable la desazón; pasan rostros, recuerdos y el tiempo que deja la inminencia de una certeza. Frente a la sucesión de lo vital, el poeta apenas puede utilizar el lenguaje para intentar descifrarse frente a ese río torrentoso que es indiferente a la pulsión. Este es uno de los rasgos que más seducen de la obra del poeta; se trata del testimonio de una fuga hacia la intimidad, se encamina al interior para advertir cómo ha sido la lucha de construirse un refugio espiritual que permita resistir los embates de la realidad. 

Es notoria la lección ética en la escritura de Carlos Fajardo Fajardo; se despliega en una dimensión estética y ontológica a lo largo de su obra. La carga estética es tan crítica que sostiene la necesidad de exigir espacios que permitan ganar autonomía aunando el propósito furibundo de resguardar al ser. La poesía entonces es resistencia; detenerse y conversar con uno mismo; combatir la alienación con palabras e imágenes, aprender de las cicatrices que dejarán estas luchas desde lo simbólico. 

El teatro de fondo es la urbe en todas sus vertientes, territorios, espejos y cloacas. La ciudad como sumatoria y foco de la cosificación, en la que aniquilación e indiferencia son consigna. Y sobre este escenario de operaciones se establece otro que el sujeto-molusco carga, sin advertirlo –la mayoría de los casos–, se trata del pasado envolviendo a la infancia. El poeta la contempla como cicatriz que, al rozar el tacto, proyecta el dolor en hologramas. Los vemos en silencio, brindamos con ellos, escribimos sobre la nostalgia; le dan cierto tono a la voz y a la mirada, hasta que, nuevamente se expande en silencio. Así el olvido deviene sanador, padre, dios, forma del ser de deshacerse de sí mismo.

Carlos Fajardo Fajardo explora el mundo con ojos de asombro y de inocencia; por eso el peso de lo familiar subyuga, mientras las hormigas, al fondo, continúan con su labor de ángeles, mudando lo que se salva de este mundo al otro mundo. Noticias, recuerdos, ancestros, perros, plantas, vecinos, muebles, objetos en los que yace el universo y que terminan componiendo la saga familiar, son vestigios que la nostalgia envuelve y sobre los que se detiene el poeta para abrillantar su pátina.  El poeta sale del reino milenario de su hogar para explorar la ciudad, el cuerpo del amor, el mundo. Desde los abismos de su espíritu al barrio, a la metrópoli; mientras, la muerte, “ese asunto que nos deja sin amigos”, recorre su senda junto a la belleza. 

En los poemas, el trasfondo, la nostalgia, el país, el exilio, la rabia, la ciudad, el trópico, el deseo, la muerte, el fractal, se abren paso. El poeta sale del reino milenario de su hogar para explorar la ciudad, el cuerpo del amor, el mundo. Desde los abismos de su espíritu al barrio, a la metrópoli; mientras, la muerte, “ese asunto que nos deja sin amigos”, recorre su senda junto a la belleza. El poeta percibe que las emociones humanas se ubican en el territorio; pone su oído sobre el vientre de las calles y de los muros para sentir el latido de un propósito, de una razón de ser o de una imposición. Al final, la ciudad y sus habitantes dialogan con el poeta, con el artista, con el espectro que presta atención un poco, al susurro que se cuela entre ladrillos y andenes y torcazas, guiadas por el tiempo, como vestigios alados de épocas mejores. Lo grandioso es que el poeta enseña, a lo largo de su obra, que el infierno es soportable gracias a Beatriz; su presencia es lo que quedó de la devastación del paraíso. 

Dentro del corpus destaco dos libros; el primero Tierra de sol (2003), por su innovación dentro del campo de la poesía colombiana; desde una génesis local, establece una conversación entre poesía y memoria histórica. En los poemas, diálogo y tiempo edificado entre ríos, montañas y planicies, sobre las que los personajes históricos deambulan, manifestando su presencia indiferente y poderosa. Si en los demás libros la ciudad es una presencia, aquí se busca la génesis, la raíz que ha permitido la existencia de este árbol aterrador que es Cali, la llamada sucursal del cielo, salvada tan sólo por sus ríos, ciertas gentes y músicas ocultas y sentenciadas al olvido. La propuesta es innovadora porque se trata de la poesía retomando la historia; diálogo con una simbólica que termina siendo testimonio de la fundación de una ciudad, y de los sueños y frustraciones de sus habitantes. 

El segundo libro es Navíos de Caronte (2009); demoledor. Leerlo es comprender que la poesía es humanismo depurado; se trata de una obra que tendría que ser leída en cada aula de Europa, en cada biblioteca de este continente que lleva nombre griego pero que pareciera olvidar orígenes y logros como sociedad producto de la Ilustración. Todos los que estamos por fuera de sus límites somos bárbaros según la lógica neoliberal. El imperialismo golpeó y condenó de manera tan brutal a las colonias y a los países del tercer mundo, que ahora se ve el Mediterráneo, el mar de Ulises, como fosa común. Parece que el rostro de los nacidos en estos países que están por fuera de la globalización y de la dignidad, está atravesado con el signo de la muerte. El navío se torna simbólico. Caronte lo guía hacia un infierno diferente, eludiendo a la Necroeuropa tan soñada, y en la que comienza a emerger de nuevo el monstruo de la extrema derecha. La muerte se ha enamorado de aquellos que nacen empobrecidos y signados para el fracaso. Se trata de poemas dolorosos, susurrantes; la tristeza se ofrece envuelta en el lenguaje. 

El lector que asuma el reto de leer esta antología navegará de la mano de una voz honesta y sensible, experta en las lides de la resistencia desde la trinchera de la poesía. Aquí hallará un mundo en el que además nos encontramos con las extrañas artes de la amistad y de la conversación, y una depurada crítica a los malestares humanos de la cultura contemporánea tan aficionada al horror y a la paulatina mutilación de lo bello. 

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Información adicional

Abismo entre el silencio y la palabra
Autor/a: Miyer Pineda
País: Colombia
Región: Suramércia
Fuente: Periódico Le Monde diplomatique, edición Colombia Nº254, mayo 2025
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