Así, con esta frase, en un set en el que se buscaba realzar un jefe de Estado informal, cercano a la gente, definió el presidente Gustavo Petro el sumo de los dos primeros años del gobierno que preside. La síntesis no es novedosa ni brinda luces por sí sola de todo aquello que podría haber contribuido a obtener un fruto cualitativamente diferente del presentado al país el pasado 7 de agosto desde Ventaquemada, Boyacá.
Que regir la presidencia no sería fácil, eso se sabía desde antes de la posesión. Ninguna acción que procure cambio lo es, pues, si algo es difícil de llevar adelante es aquello que demande ruptura con la tradición, con la inercia, con el conformismo, con la alienación, con el facilismo, con “esperar órdenes para mover un pie”, con el subsidio como política central en la lucha contra la pobreza y la miseria, con el individualismo, con el miedo…
La pregunta que corresponde es, por tanto, si existía conciencia de aquello, si tenía conocimiento sobre las dificultades económicas que cargaba el país, como se supone existía, las mismas debieron ser explicadas al conjunto nacional en el momento de la posesión, en un informe sobre el país que se recibía y el programa de gobierno por adelantar, para avanzar así hacia uno diferente, y no esperar 24 meses para confirmar lo evidente, ahora casi a manera de disculpa: “[…] la situación fiscal que encontramos no fue la más favorable” (2).
Esa realidad, vivida no solo por sus circunstancias internas, producto de la apropiación del Estado por minoritarios y tradicionales sectores de clase, sino también por la ausencia acumulada de soberanía económica, con inexistencia de los necesarios planes estratégicos para llevar al país y los 52 millones que hoy lo habitan, más allá del neoliberalismo y del sometimiento que implica a imperios y potencias, al capital financiero, como a las multinacionales de diferentes espectros, a un lugar de privilegio en la región y el mundo que integran, aprovechando las bondades con que dotó la naturaleza a las distintas regiones que conforman el territorio nacional, así como las potencialidad creativa de su población, multiplicada por la obligación de abrirse paso en medio del histórico y notable desempleo que registra el país, como de la ausencia de oportunidades que padece infinidad de personas para superar la marginación heredada de sus mayores, que, antes que ellos, padecieron la exclusión y la negación de sus derechos fundamentales, sino también por las circunstancias externas de languidez económica en un mundo que carga y aún no supera a cabalidad los signos y efectos de la crisis de 2007-2008.
De haber sido así, los resultados presentados ante el país hubieran sido cualitativa y cuantitativamente diferentes. En un realce de logros que las gentes siempre defenderían al sentirlos materializados en su hogar, pero también en su lugar de trabajo, en la calle, en fin, en la vida diaria. En un gobernar con dos piernas: una dirigida hacia el largo plazo, y la otra asentada en el aquí y el ahora. Y así debiera ser, porque un gobierno que se propone que las cosas cambien está obligado a enfatizar en su gestión diaria, para ganar la voluntad de su población, para ser gobierno –y aquí viene el primer sustrato que garantiza un cambio real, que la gente mande y no contemple–, para que el Presidente y su equipo de gobierno se hagan masa entre la masa, dejando de imaginar cómo son y (sobre)viven las gentes, más allá de lo evidente.
Eso no significa que los funcionarios públicos del primer nivel deban salir de sus oficinas en todo momento para comer el insípido pan, otrora de cien pesos y hoy de cuatrocientos, cuatrocientos cincuenta o quinientos pesos, según el barrio popular o de clase media donde se habite, beber el tinto sin café excelso o la aguadulce sin chocolate, almorzar o comer con arroz con huevo como plato suculento de cada día, sino estar atentos al giro que sufre la opinión pública, sabiéndole tomar el pulso, sabiendo escuchar y orientar las acciones para que la redistribución de la riqueza sea realidad y no discurso, y la justicia se materialice cada día, dejando de ser quimera agitada en todo discurso o proclama difundida con motivo de un suceso cualquiera.
Por ello y para ello, está el gobernante, con todo su equipo de primero, segundo y tercer orden, ante el reto de no olvidar que se tiene el gobierno y no el poder, construir el cual demanda mucho más que administrar bien y sí calar en las fibras profundas del país nacional, para lo cual es indispensable reorientarlas a través de transformaciones estructurales, sin quedarse en reformas superficiales del grave entramado de injusticia sobre el cual nada el país.
Se requiere un saber gobernar centrado en lo fundamental, y para eso es necesario saber escuchar, otra máxima y segundo sustrato que debe guiar a quien gobierna. Parece sencilla de concretar, pero en realidad nada fácil es realizarla, pues el primer obstáculo que bloquea a cualquier dirigente, más si es jefe de Estado, es creer que la vida, en sus más variados contornos, pasa por lo que él considera sobre la misma. Resulta mucho más complicado de concretar si el mandatario estima que de sus acciones depende el giro sustancial por vivir, tanto por el pueblo que habita en su país como por la humanidad como un todo.
Sustratos, uno y dos, unidos a un proyecto estratégico de soberanía en todos los planos, con liderazgo regional en pro de integrar efectivamente como países que nos debemos a memoria común, proyectados hacia una región sin fronteras, que hoy –y desde hace siglos– divide pueblos que en otras épocas transitaban y pernoctaban a uno y otro lado de ríos demarcados en la actualidad como final de un territorio y comienzos de otro, todo ello como soporte de democracia directa, asambleatoria y radical, expresión de libertad plena de su población, animada a convivir en paz y hermandad por estar liberados de toda alienación. Sustrato tres. Pueblos libres y en felicidad, sin que ello signifique que no continuará existiendo diversidad de conflictos. Al fin y al cabo, ellos son expresión de la esencia de los seres humanos y sin los cuales es imposible avanzar como conglomerado social (3).
En este devenir que debiéramos estar viviendo en medio de una intensa lucha de contrarios, un factor que resaltó por su ausencia en el informe presidencial fue la valoración de lo positivo y/o negativo de haber privilegiado en todo momento el Acuerdo Nacional con los de arriba, dejando a un lado el necesario por privilegiar y materializar con los de abajo, que sería el sustrato cuatro, indispensable para el prometido cambio. ¿Qué ha implicado para la concreción del plan de gobierno, en el campo de las reformas necesarias por implementar, la prioridad dada al Acuerdo por arriba, dejando pendiente a los de abajo? Resaltó también como ausencia, deuda por saldar en este campo por el gobierno con el conjunto del país, la valoración en profundidad con la necesaria pedagogía sobre la Paz Total, uno de sus propósitos centrales.
¿Es realmente factible concretar este último propósito? ¿Cómo actuar para desactivar los factores reales que permiten la existencia de unas y otras organizaciones armadas? Si el conflicto responde a raíces estructurales, ¿será posible desactivarlo en un plazo de cuatro años? ¿Cuánto de la violencia tiene explicación en la forma de relación ente los poderes regionales y nacionales? Y, ¿cuánto de los actuales acuerdos de gobernanza continúa en la línea de reforzar ese fatídico mecanismo de pacto implícito, anidado en el ordenamiento político-administrativo del país desde la Constitución de 1886? En fin, estos y otros muchos interrogantes, como lo retomado por numerosos informes sobre la ampliación del dominio de los actores armados en varias regiones del país, debieron ser parte de la alocución presidencial, o de su complemento en un seriado por medio del cual se intente una reflexión en marcha con el conjunto nacional, para que el cambio vaya marcando hitos, uno de los cuales es deberse a las gentes, a las que lo eligieron y asimismo a las que no votaron a su favor, o simplemente se abstuvieron, pues unas y otras son la totalidad que llamamos Colombia.
Es así como tendríamos un informe por discutir en los barrios, en la calle plagada de informales, en los centros de estudio y en los lugares de trabajo, en conjunto con los liderazgos sociales, para politizar a la totalidad que somos, para que el gobernar deje de ser función de ‘expertos’ y se traduzca en lo que debiera ser: un ejercicio colectivo al que siempre estén integrados niños, jóvenes, adultos y mayores, para que la savia del deber fluya de abajo hacia arriba, expresión, una vez más, del sueño de democracia plena. Ese sería un proceder consecuente con la disputa de la opinión pública, en juego cada día, con el debido despliegue de todos los recursos de comunicación hoy existentes, quinto sustrato de la acción de gobierno y que debió ser valorado en el informe al país, con la invitación a conformar un amplio y activo sistema nacional de comunicación como expresión de la voluntad y de la cultura popular, sin retomar y valorar la cual, en todas sus potencialidades, como limitantes, es imposible concretar cambio efectivo alguno, mucho menos uno que implica factores económicos, sociales, políticos, ambientales, militares y de otros muchos aspectos.
No se debe temer al liderazgo comunitario, a la autonomía de los movimientos sociales, y sí al peso del presidencialismo, el mismo que la izquierda en sus distintos matices criticó por décadas, pero que en estos dos años de gestión, con realce de su silencio acrítico, brilla con luz propia como un yerro que coloca una barrera entre quienes están en el aparato del Estado y aquellas mayorías que sufren o gozan el producto de los decretos y leyes, así como de la administración cotidiana de la cosa pública. Permitir su continuidad es brindar combustible para robustecer el liderazgo personal y alimentar el ego de quien administra los destinos del país. Presidencialismo, vigente en toda la región, que limita la formación y estímulo al permanente surgimiento de liderazgos de todo nivel y quilates, por ausencia de lo cual se llega a extremos como el que hoy se vive en Bolivia (6), pero también notable en Venezuela, Ecuador y otros países.
Tenemos en este un déficit de los progresismos en su prolongación del heredado modelo capitalista liberal, como también lo es no cuestionar el modelo económico ni los indicadores que podrían confirmar un efectivo cambio en niveles de pobreza y miseria, por lo cual es posible confirmar, como lo hizo el Presidente al resaltarlo como uno de sus grandes logros en estos dos años al frente del país, que “hemos sacado de la pobreza a 1,6 millones de colombianos y a más de 1,2 millones de colombianos de la pobreza extrema” (4).
La precisión de lo entendido por pobres y la pobreza extrema da cuenta de lo limitado de este anunciado logro. Como es conocido, clasifican como pobre a todo aquel que en 2024 no perciba mensualmente $ 435.375, y en pobreza extrema a quien en un lapso igual no reúne dinero superior a $ 218.846. Se trata de un indicador bastante limitado o ‘vulgar’, como lo resaltó Amartya Sen (5), pero típico de organismos como el Banco Mundial e instituciones similares, que en sus estudios desechan lo estructural y se quedan en lo general. El incremento de subsidios materializa el logro reclamado por el Presidente, logro no estructural y que, por tanto, en cualquier momento se puede revertir, como sucedió en tiempos del covid-19 con millones que pasaron en corto plazo de ser clasificados como clase media a pobres, e incluso a vivir en la miseria.
En el trasfondo de todo aquello, también tenemos una de las mayores victorias de los promotores del status quo: haber llevado a la mayor parte de la izquierda a limitar el ejercicio de la política a la mera disputa electoral, asumida, además, como si fuera un ‘emprendimiento’ en el cual todo se compra y todo se vende, corroyendo la ética y los valores que insuflaban la disposición a la lucha contra la sociedad capitalista.
Tenemos, así, logros y faltantes en los dos primeros años de un gobierno que despertó muchas expectativas y del cual las mayorías esperan la materialización de todo aquello que prometió. Lo avanzado hasta ahora, siendo positivo, es poco en proporción a lo anunciado en la campaña electoral. No ha sido fácil lo concretado, como tampoco lo será realizar lo pendiente, camino en el cual su mayor o menor dificultad reposa, en buena medida, en la forma como encare retos, entre ellos: privilegiar los acuerdos por arriba o, en su defecto, optar por los de abajo; afrontar con propósito estructural los cambios o abordarlos sin pretender ir más allá de lo superficial, por temor a la reacción del establecimiento; no equilibrar las declaraciones públicas y las acciones concretas, y terminar ensanchando la desconfianza que amplios sectores sociales puedan tener con quien gobierna, por su “mucho tilín y…”, según el decir popular. γ
1. https://www.youtube.com/watch?v=JeLTfSeZDF0.
2. ibíd.
3. Benasayag, Miguel y Angélique del Rey, Elogio del conflicto, Ediciones Desde Abajo, 2021
4. https://www.youtube.com/watch?v=JeLTfSeZDF0.
5. Bonilla Aranzales, John K. y Fabio Andrés Días Pabón, “El balance inconcluso de las políticas del gobierno Petro sobre la pobreza y la inequidad”, Desde Abajo, agosto 20/septiembre 20, pp. 11-12
6. Bolivia vive una prolongada y profunda crisis política, producto de la disputa al interior del MAS, el partido de gobierno, dividido en dos ramas: la encabezada por Evo Morales, enconchado en su ‘derecho’ a ser candidato en la próxima contienda electoral, a pesar de las leyes definidas por los gobiernos que encabezó, con sus sectores sociales afines en movilización cotidiana, confrontando al actual gobernante, y la de Luis Arce, presidente del país y también postulado para tal opción. En medio, la crisis económica, con alzas de precios y un dólar paralelo que desangra las arcas oficiales y enriquece a especuladores y comerciantes en general, abren el camino para que la oligarquía retome las riendas de Bolivia.
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