Paz Total, la mayor y más esperanzadora promesa del gobierno que lidera Gustavo Petro, quedará para la memoria nacional como simple promesa, ahogada en las tormentosas aguas de la realidad colombiana. Ya no hay tiempo para materializarla y, cuando más, cediendo a unos u otros de los grupos armados y bandas urbanas, podrá presentar para la audiencia más fiel unos pequeños desarmes rurales, así como cifras que certifican la reducción de homicidios y la disminución de la violencia en determinadas ciudades que albergan a quienes, arma en mano, controlan todo tipo de economías ilegales y han firmado acuerdos transitorios de no agresión mutua.
Es la dictadura del tiempo lo que determina los resultados, más los límites de la gobernanza cuatrienal, que ya suma más de dos años y medio. Es ese tiempo límite entre cuyos pliegues se filtran los ecos de reclamos entonados en todos los rincones del país de parte de voces anhelantes de la efectiva realización del programa de gobierno, así como de otras tantas promesas lanzadas al aire en discursos pronunciados aquí y allá por quien lo encabeza. Es una realidad que también le condiciona sus pasos y marca fronteras en su acción, realizaciones y más realizaciones que el ‘gobierno del cambio’ deberá materializar si aspira a que su legado tenga proyección en quien asuma las riendas de gobierno el día 7 del mes 8 del año 26.
Pero no solo todo aquello le descarga su peso y condiciona el ritmo de acción del gobierno: las elecciones de 2026 también le proyectan sus luces, las que ya se avizoran en el horizonte. Es una realidad de la cual también son conscientes quienes están sentados en sus respectivas mesas de diálogo, en ciclos de negociación de un conflicto armado con sustento económico, social y político de vieja y prolongada data. Todos ellos integran a sus cálculos el factor tiempo, el mismo que subraya que tampoco es suficiente para retomar la malograda Mesa de diálogos con el Eln, la organización guerrillera y la negociación política más importante de todas las encaradas por la actual administración nacional.
Aquella negociación, encarada desde los primeros días de la administración que tomó posesión el 7 de agosto de 2024, y que por su significado y trascendencia llevó al actual jefe de Estado a decir que la concretaría en pocos meses, gracias a la desmovilización de los combatientes de la más veterana de las insurgencias criollas. La realidad pudo más y dejó en evidencia que, en cuestiones de paz y de guerra, hay que ser más prudentes, revisar la historia, conocer en profundidad al enemigo, estudiar su trayectoria en todos sus matices y no permitir que se impongan el deseo o los cálculos más elaborados.
Es increíble que así haya sucedido, no solo por el antepasado guerillero del Presidente, que permite suponer que conoce la historia y el proyecto estratégico de los otrora compañeros en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, sino también por las numerosas mesas de negociación concretadas o intentadas por varios gobiernos nacionales, cada uno de los cuales debe haber dejado plasmado en actas y otras memorias las huellas de lo adelantado o intentado con esta insurgencia, precisando –como sí lo ha hecho su contraparte en cabeza de Antonio García, en el caso específico de la experiencia vivida con el gobierno de Juan Manuel Santos (1)– hasta dónde habían llegado, cómo habían sido la experiencia, la evaluación de por qué el fracaso de la misma, etcétera. Indispensable resultaba una lectura minuciosa de todo ello, como lo demanda una negociación sesuda y bien intencionada.
El país hubiera agradecido que así fuera, pero ahora solo se escuchan lamentos y descalificaciones de uno u otro tenor, más cercanas a la guerra política que valoraciones y reconocimiento de lo intentado, lo alcanzado, lo truncado. Esos pronunciamientos más parecen realizados para satisfacer a los sectores más guerreristas del establecimiento, cerrando así, sin broche de oro, una estrategia de paz que pretendía ser distinta y más afin a la realidad contextual del país que pretendía encarar y superar. Tales declaraciones, en los afanes del manejo de la opinión pública, no le permiten al país aprender la lección, y sí ocultan el trasfondo de lo ocurrido, además de terminar sin distanciarse de otras, proferidas años atrás por gobiernos marcados por líneas programáticas que se suponen opuestas al actual.
Las afirmaciones que con relación a este tema pulularon en enero del nuevo año no parecen provenir de un mandatario curtido en luchas políticas, sociales y guerrilleras, sino de Santos, e incluso de Uribe. ¿Qué va del tratamiento dado por Uribe al Eln, asegurando que los atacaría “hasta que no quede uno solo” (2), a la reciente declaración del presidente Petro en la que asegura que “por soberanía nacional, el Eln debe ser derrotado”? (3). Se trata de una afirmación ampliada a través de otras. como: “El Eln ha escogido el camino de la guerra y guerra tendrá” (4). Son declaraciones que llegaron al climax guerrerista el 25 de enero, cuando el Presidente, proyectando ecos de épocas que se creían superadas, le propuso a Venezuela enfrentar juntos a estos insurgentes: “Solo basta ir a la práctica juntos. Martillo y yunque” contra el Ejército de Liberación Nacional (Eln) (5).
Aquellos decires y procederes deshacen el camino recorrido en siete ciclos de diálogo llevados a cabo a lo largo de dos años y medio de administración del Pacto Histórico , y en los cuales, entre otros logros, se había avanzado en desenredar la maraña de la participación social, como fue establecido el 2 de agosto de 2023 en la instalación del Comité Nacional de Participación del proceso de paz, “[…] y con el cual, según lo acordado, se garantizará la participación de la ciudadanía en las negociaciones de paz con el Eln” (6). Se trata de una exigencia –una línea roja, como dicen en el argot de ciertas negociaciones– planteada por esta organización insurgente en todas las negociaciones hasta ahora intentadas. En ellas sale a flote, de igual manera, que sin cambios estructurales no firmará un acuerdo de paz, así como que el ítem atinente a las armas solo será abordado al final del proceso negociador, se supone que una vez esté en marcha una buena parte de lo acordado.
Pese a ello –queriendo torcerle el pescuezo a la realidad–, Otty Patiño, el comisionado de Paz, al demandarles “[…] un sometimiento a la paz por parte del Comando Central… (7), insiste en senderos ya recorridos por anteriores gobiernos y que no llevaron a puerto seguro sus modelos de negociación política del conflicto armado. Esa demanda, que en comunicado oficial de reciente difusión su contraparte insiste una vez más en lo ya anotado, al afirmar que “jamás aceptará como política de paz ni el sometimiento ni la rendición” (8). Ese pretendido es reforzado por el Presidente, que, en una expresión que tampoco lo diferencia de sus antecesores, llama a las jóvenes en filas guerrilleras a desertar: “[…]
Todo joven de las fuerzas del odio que deje las armas recibirá de mí mismo la entrada gratuita a la universidad y al trabajo social” (9).
Estamos, pues, ante declaraciones oficiales, así como ante la decisión tomada de dar por clausurada la negociación de paz, propiciadas por la ofensiva militar que llevó a cabo la guerrilla roja y negra en la región del Catatumbo contra el frente 33 de las Farc, aún en armas, y que terminó con una cantidad de muertos aún sin determinar con toda exactitud, así como un inmenso desplazamiento de la población rural hacia cascos urbanos.
Aquel es un suceso que pone una vez más ante los ojos del país, con toda crudeza, la persistencia de un conflicto armado que no cierra sus páginas, pese a lo alcanzado por el gobierno Santos con las Farc en 2016, conflicto que, por la continuidad del modelo económico social y político, y las especificidades de la realidad colombiana, ha propiciado el estallido y la continuidad de alzamientos armados por más de 60 años. Ese modelo es llevado a sus extremos de codicia y desvalorización de la vida desde la entrada en escena en el país del narcotráfico, con todos los matices que el mismo ha comportado en no menos de cuatro décadas en las cuales ha terminado por destruir tejidos sociales, dificultar la protesta social, sembrar de muertos el territorio nacional y soldar el capitalismo criollo con sus más nefastos antivalores.
Los del Catatumbo son acontecimientos de amplio impacto todavía por esclarecer en sus más finos detalles, corriendo la cortina ante todo aquello que difunden los medios de comunicación y el gobierno nacional, afirmando una y otra vez que todo responde a intereses de control territorial, tensiones fronterizas, disputa por economías ilegales, y otros factores, con acciones militares que violan el Derecho Internacional Humanitario. Afirmaciones, unas y otras, sumidas en muchos claroscuros, más cuando, en el mismo comunicado antes retomado, afirma el grupo insurgente algo de suma gravedad: “En el Catatumbo venía configurándose un plan contra el ELN con el propósito de aniquilar el Frente de Guerra Nororiental, en una alianza entre el Estado colombiano y las Bandas de las ex-Farc, además para desestabilizar la frontera adelantando operaciones con bandera falsa”.
¿Qué sucedió realmente en esta extensa región del país? ¿Cuáles circunstancias y objetivos lo propiciaron? ¿Quién y por qué tiene interés en desestabilizar la frontera con Venezuela? ¿Por qué y cómo fue que 104 guerrilleros farianos, en medio de la confrontación con sus ahora enemigos, se entregaron al ejército nacional, 64 de ellos en un solo acto? ¿Es tal el poder del Eln que los llevó a tal decisión, o con su acto expresan que no tenían convicción alguna ni voluntad de combate? Los interrogantes son muchos y todos requieren luz para que el anhelo de paz encuentre, más temprano que tarde, un nido seguro en Colombia.
Como en todo conflicto de esta índole, deberán pasar muchos días para que el telón se corra y permita ver la realidad de lo sucedido. Mientras ello ocurra, el reto para la sociedad colombiana sigue siendo uno: alcanzar la paz a como dé lugar, y para ello debe poner en marcha un modelo de negociación política que la concite en todas sus fibras. Imaginar esto es un reto inaplazable (10). γ
1. La paz con el Eln y los regateos del Gobierno, Ediciones Desde Abajo. diciembre de 2024.
3. Trino del 23 de enero, 1:03 p.m.
4. Trino del 23 de enero, 11:04 a.m.
6. https://www.elespectador.com/colombia-20/paz-y-memoria/dialogos-de-paz-con-el-eln-fechas-y-momentos-clave-de-la-negociacion-con-gobierno-de-gustavo-petro-2023/
7. https://www.elnuevosiglo.com.co/nacion/alto-comisionado-urge-eln-demostrar-voluntad-de-paz.
8. https://www.infobae.com/colombia/2025/01/27/comando-central-del-eln-se-refirio-al-fin-del-proceso-de-paz-con-el-gobierno-petro-jamas-aceptaremos-sometimiento-ni-redencion/.
9. Trino del 25 de enero.
10. Ver, “Un giro de 180 grados para alcanzar la Paz Total”, Le Monde diplomatique edición Colombia, Nº248, octubre 2024, p. 2.
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