Apoyar a Grecia

Alemania no acepta la llegada al poder en Atenas de un gobierno de izquierda que desea aplicar su propio programa. Berlín busca utilizar su dominio para forzar a Grecia a mantener una política de austeridad que la llevó a la ruina.

Los griegos no necesitan que les expliquen el significado de la palabra “democracia”. Sin embargo, desde que llevaron al poder a una fuerza de izquierda decidida a darles la espalda a las políticas de austeridad que desde hace seis años los atormentan, las lecciones llueven sobre sus cabezas. Estas advertencias les son efectuadas por maestros de escuela que saben de lo que hablan. ¿Acaso no impusieron tratados rechazados por el voto popular y renegaron de sus compromisos de campaña en cuanto ganaron su elección? Actualmente, una prueba de fuerza los enfrenta a quienes quieren cumplir con lo que prometieron, y con aquello en lo que creen. Ésta será dura, más aún cuando estos últimos podrían transmitirles a terceros, hasta ahora resignados a su impotencia, ideas de resistencia. Más allá de la suerte de Grecia, este enfrentamiento involucra al destino de la democracia europea (1).

No bien se conoció la victoria de Syriza, todos parecían haberse puesto de acuerdo en el Viejo Continente. De un modo arrogante, Berlín pero también Madrid, La Haya, Lisboa y Helsinki explicaron que la alternancia política en Atenas no cambiaba nada, ya que la política rechazada por los griegos debería continuar sin modificación alguna. En un tono más melifluo, se susurraba lo mismo en Roma, Bruselas y París: “Es necesario –estimó por ejemplo el ministro de Relaciones Exteriores francés Laurent Fabius– conciliar el respeto al voto del elector con el respeto a los compromisos de Grecia en materia de reformas”. Pero todos los gobiernos de la Unión Europea sólo parecen preocuparse por el segundo término de esta ecuación. Y ofuscarse cuando Alexis Tsipras insiste en recordar el primero.

Aunque se encuentre aislado en el seno de la Unión Europea, sometido al hostigamiento de sus acreedores y confrontado a cuentas públicas que se degradan, Syriza se dedica en efecto a recuperar términos que se volvieron tan insólitos en la vida democrática como “soberanía”, “dignidad”, “orgullo”, “esperanza”. Pero ¿cómo hará para lograrlo en una situación de miseria financiera permanente cuando, negociación tras negociación, se ve obligado a retroceder? Y a resignarse de forma tanto más dolorosa cuanto que las herramientas destinadas a coartar la voluntad de un pueblo indócil se exhiben a los ojos de todos y que sus verdugos se deleitan cada vez que cuentan con detalles sus últimas victorias.

El torniquete europeo

Tsipras lo entendió: de él se espera que capitule en toda la línea. Ya que, apenas se irrita o moviliza el entusiasmo de su población, desafía un orden económico y su camisa de fuerza, trastorna las costumbres políticas más arraigadas. Después de todo, un presidente de izquierda como François Hollande no necesitó más de veinticuatro horas para viajar a Berlín, incumplir sus promesas de campaña –la renegociación del pacto de estabilidad europeo, el combate contra su “verdadero adversario”, las finanzas– y asumir sin chistar la política de su predecesor.

Menos de diez días después de la victoria de Syriza, los bancos centrales de la eurozona enviaban su primera salva punitiva privando súbitamente a los bancos griegos de su principal canal de financiamiento. Para ellos, era una forma de obligar a Atenas a negociar en la emergencia un acuerdo con sus acreedores, esencialmente los Estados europeos y el FMI, y retomar el programa de austeridad allí donde el gobierno anterior lo había dejado. Hollande consideró inmediatamente “legítimo” el golpe de fuerza del Banco Central Europeo (BCE). Al igual que el primer ministro italiano, Matteo Renzi. Si bien nunca se sabe con precisión de qué lado está el presidente francés, al menos se entiende actualmente donde no está: con el pueblo griego.

Mientras el torniquete europeo se ajusta y los mercados financieros incrementan su presión sobre el gobierno de Atenas, las reglas del juego se tornan terriblemente claras. Grecia está sometida a una imposición. A cambio del financiamiento que necesita, se pretende que ratifique inmediatamente una avalancha de exigencias dogmáticas e ineficaces, todas contrarias al programa de su gobierno: reducir una vez más las jubilaciones y los salarios, aumentar aún más el impuesto al valor agregado (IVA), llevar a cabo la privatización de catorce aeropuertos, debilitar aún más el poder de negociación de los sindicatos, afectar crecientes excedentes presupuestarios al pago de sus acreedores aun cuando la crisis humanitaria de su pueblo sea inmensa. “Los ministros [del Eurogrupo] –precisó Pierre Moscovici, comisario europeo de Asuntos Económicos– estaban todos de acuerdo en el hecho de que no existe una alternativa al pedido de una extensión del programa actual”. Antes de repetir el célebre eslogan de Margaret Thatcher, Moscovici, recordando quizás que era miembro de un partido socialista, quiso sin embargo precisar: “Lo que queremos es ayudar al pueblo griego” (2). Ayudarlo, pero prohibiéndole desviarse de la política de austeridad que lo llevó a la ruina.

Grecia, señala su ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, está “decidida a no ser tratada como una colonia de la deuda cuyo destino es sufrir” (3). Así, lo que está en juego va más allá del derecho de un pueblo a elegir su destino, incluso cuando un árbitro del buen gusto democrático tan delicado como el ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, estime que Grecia “eligió a un gobierno que actúa de manera un poco irresponsable” (4). La cuestión planteada recae también sobre la posibilidad para un Estado de sustraerse a estrategias destructivas, en lugar de tener que endurecerlas cada vez que fracasan.

Desde que las instituciones europeas le echaron el ojo a Grecia y sometieron la economía más deprimida de la Unión a la política de austeridad más rigurosa, ¿qué balance pueden invocar? Aquel que podía esperarse y que fue además anunciado: una deuda que no deja de crecer, un poder adquisitivo que se derrumba, un crecimiento débil, una tasa de desempleo que se dispara, un estado sanitario degradado. Pero poco importa, el gramófono europeo no deja de repetir: “¡Grecia debe respetar sus compromisos!” (véase Lambert, pág. 29). Anquilosada en sus certezas, la Santa Alianza se niega incluso a escuchar al presidente de Estados Unidos cuando explica, impulsado en su análisis por un ejército de economistas e historiadores: “No se puede seguir abrumando a países en recesión. En algún momento, es necesaria una estrategia de crecimiento para poder pagar sus deudas” (5).

Un combate universal

El derrumbe económico que Grecia sufre desde hace seis años es comparable al que cuatro años de destrucciones militares y una ocupación extranjera habían infligido a Francia durante la Primera Guerra Mundial (6). Se entiende pues que el gobierno de Tsipras goce, incluso a la derecha, de un enorme apoyo popular cuando se niega a prolongar una política tan calamitosa. Y a resignarse a sobrevivir “como un drogadicto que espera su próxima dosis” (7). Lamentablemente, Syriza cuenta con menos apoyo en otras partes. Un poco a la manera de la novela de Agatha Christie Asesinato en el Orient Express, investigar a los potenciales asesinos de la esperanza griega obligaría a interrogar a todos los gobiernos europeos. Y en primer lugar, Alemania: las reglas disciplinarias que fracasaron son las suyas, y pretende aplastar a los pueblos que se resisten a sufrirlas indefinidamente, sobre todo cuando son mediterráneos (8). En el caso de España, Portugal, Irlanda, el móvil del crimen es aún más sórdido. En efecto, las poblaciones de estos Estados estarían muy interesadas en que la mano dura de la austeridad deje finalmente de destruirlas. Pero sus gobiernos tienen miedo, en particular cuando en sus países los amenaza una fuerza de izquierda, cuando un Estado demuestra finalmente que es posible negarse a tomar “el camino señalizado, el camino conocido de los mercados, las instituciones y el conjunto de las autoridades europeas”, el mismo que Michel Sapin, ministro de Finanzas francés, sigue pretendiendo que debe “explorarse hasta el final” (9). Un eventual éxito de Atenas demostraría que todos estos gobiernos se equivocaron haciendo sufrir inútilmente a sus pueblos.

En efecto, todos saben que la deuda griega nunca será pagada a menos que se logre “sacar sangre de una piedra”. ¿Cómo no entender también que la estrategia económica de Syriza, que consiste en financiar el gasto social gracias a una lucha contra el fraude fiscal, puede finalmente apoyarse en una fuerza política joven, popular, decidida, liberada de los compromisos del pasado? A falta de estar “señalizado”, el camino está pues trazado. Y el futuro, incierto, hace pensar en lo que escribía la filósofa Simone Weil a propósito de las huelgas obreras de junio de 1936 en Francia: “Nadie sabe qué sucederá. Varias catástrofes son de temer. […] Pero ningún temor borra la alegría de ver levantar la cabeza a aquellos que siempre, por definición, la inclinan. […] Finalmente se pusieron firmes. Les hicieron sentir a sus amos que existen. […] Cualquier cosa que pueda suceder después, siempre habrán tenido eso. Finalmente, por primera vez y para siempre, flotarán alrededor de esas pesadas máquinas otros recuerdos que no sean el silencio, la coacción, la sumisión” (10). El combate de los griegos es universal. Ya no basta con que nuestros deseos lo acompañen. La solidaridad que merece debe traducirse en actos. El tiempo apremia. 

 

1 Serge Halimi, “Elegir sus combates”, Le Monde diplomatique, edición Colombia, febrero de 2015.

2 Respectivamente citado por Les Echos, París, 17-2-15, y entrevistado por Europe 1, 12-2-15.

The New York Times, 17-2-15.

4 Entrevista con la radio pública alemana Deutschlandfunk, 16-2-15.

5 Barack Obama, entrevistado por Cable News Network (CNN), el 1-2-15.

6 Sobre una base de 100 en 1913, el Producto Nacional Bruto francés cayó a 75,3 en 1919 (Jean-Paul Barrière, La France au XXe siècle, Hachette, París, 2000). Por su parte, el economista estadounidense Paul Krugman señala en The New York Times del 17 de febrero de 2015 que Grecia perdió el 26% de su Producto Interior Bruto entre 2007 y 2009, contra el 29% en el caso de Alemania entre 1913 y 1919.

7 Entrevista a Yanis Varoufakis, Le Monde, 3-2-15.

8 Desde 1997, sin embargo, Alemania ha estado sujeta al procedimiento de déficit excesivo ocho veces; Francia, once veces.

9 “Réunion de l’Eurogroupe sur la Grèce (Bruxelles, 16 février 2015)”, Representación Permanente de Francia ante la Unión Europea, www.rpfrance.eu

10 Simone Weil, “La vie et la grève des ouvrières métallos”, Oeuvres complètes. Ecrits historiques et politiques, vol. II, Gallimard, París, 1991.

 


*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Gustavo Recalde

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications