Hay respuestas que son un silencio. Hay acusaciones que suponen un ocultamiento. En la edición de noviembre de Le Monde diplomatique Colombia publiqué un análisis sobre el resultado de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición (CEV) que trató de ser mesurado, sustentado y crítico. Entendía, que para el proceso de “entendimiento” en el que insistía la autodenominada como ‘Comisión de la Verdad’ el pensamiento crítico era valioso aunque fuera contundente. Me equivoqué.
El artículo de noviembre lo publiqué consciente de que no existía un clima de debate alrededor de las miles de páginas producidas por la CEV. Su publicación vio la luz bajo un coro de aplausos solo roto por un puñado de voces críticas. El resto, generalidades fruto del desconocimiento. De hecho, sería interesante realizar una encuesta sobre cuántas personas han leído a fondo esta ‘enciclopedia de la verdad’ –toda enciclopedia incluye un sesgo hegemónico, por cierto.
Lo que no esperaba es que el señor Francisco De Roux –al que no puedo llamar ‘padre’ asumiendo la jerga de su confesión religiosa– dedicara su precioso tiempo a contestar al artículo con una larga carta exculpatoria de cinco páginas y media. Su verdad, señor De Roux, es tan válida como cualquiera y no pensaba contestar a ese texto enviado por mensajería telefónica, sin embargo, algo me motivó a hacerlo…
Le respondo porque no puedo entender que en el país de la “no repetición” al que apela de forma continua como expresidente de la CEV esté permitido seguir ‘señalando’ y estigmatizando –ese deporte de alto riesgo que tantas vidas y exilios ha costado en Colombia–.
Usted comienza su texto señalando que: La CEV “ha recibido fuertes críticas desde los que votaron en contra del acuerdo de paz y desde el uribismo que plantea una verdad alternativa, Gómez Nadal pone ahora la crítica desde la izquierda”. Es decir, sin que yo me sitúe en lugar alguno, usted, como expresidente de la CEV, se permite ponerme una etiqueta que mata y situarme en el mismo nivel que el uribismo. Las garantías de no repetición parecen estar pendientes, incluso en la CEV. A continuación, me saca de la izquierda “razonable” ya que recuerda que Gustavo Petro aceptó las conclusiones como si del catecismo católico se tratara y recuerda: “Si el Informe es tan insignificante e inútil e incluso “de barniz perverso” en las conclusiones, como lo califica Paco Gómez Nadal, el nuevo gobierno de Colombia cometió un gran error al decidirse a aplicar a fondo lo que la Comisión propone de cambios estructurales para que sea posible la paz”. El sarcasmo es mal consejero cuando se tiene el papel que usted juega en Colombia, estimado expresidente de la CEV.
Su carta, publicada por Le Monde diplomatique Colombia (www.eldiplo.info. Ver pág. 9), entra en gravísimas contradicciones a la hora de explicar su posición particular sobre el papel del Estado en las ejecuciones extrajudiciales; trata de explicarme, desde una cierta superioridad moral, de que se trataba el trabajo de la CEV, pero no responde a la nada de lo sustancial. Es decir, seguimos en el mantra de los problemas estructurales, de victimarios sin nombres y apellidos y sin esclarecer la verdad. Quizá por eso, en la versión corta de su nombre, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición hizo desaparecer palabras clave como “esclarecimiento”, “convivencia” y “no repetición”. Tampoco responde sobre la tremenda inversión que hizo el país en la Comisión o sobre algunos de los equipos técnicos, herederos directos del ‘santismo’. Seguimos sin saber el porqué del déficit de referencias al papel de las multinacionales, al gobierno de Estados Unidos, al poco énfasis en el narcotráfico y sus derivados, o sobre la omisión del papel de la/s iglesia/s…
No sabemos nada. En la carta, me recuerda varias veces que lo hecho por la Comisión es algo “complejo” y la complejidad, ya sabemos, suele enmarañar las verdades. Un buen amigo filósofo colombiano me solía repetir que a lo simple se llega desde lo complejo. Pero hay que llegar…
El país habría agradecido 10 o 12 verdades que ayudaran a ubicar la realidad de lo ocurrido y de lo que sigue ocurriendo; que evitara mirar al cielo pensando que hay una especie de castigo divino que condena a Colombia a las violencias; que no resumiera la historia del país en el quinto mandamiento de una religión que en muchos de los tramos de nuestra historia ha animado a incumplirlo contra el “enemigo” de la fe.
De Roux presume de que lo hecho por la CEV “no es un trabajo académico y no incorpora el análisis profesional de las otras comisiones ni las tesis universitarias sobre el tema. Muchos intelectuales echan de menos que no se les cite y que no aparezcan sus nombres en una bibliografía final”. Muchas ciudadanas y ciudadanos echan de menos un formato comprensible y claro. También añoran que, habiendo ocupado tantas miles de páginas, sus informes o relatos hayan quedado excluidos. Ya sabe expresidente, la escucha sin transformaciones no es ‘curativa’, sino que deja a la víctima congelada en su relato de dolor. Tampoco parece este un informe de las víctimas si, como usted afirma, “se trataba de llegar a una visión de conjunto y a un pensamiento propio del Pleno de Comisionadas y Comisionados”. De ser así, es el informe de un puñado de personas, no el de una Comisión de la Verdad que represente al país superviviente.
Poco más… insiste usted en que “la Comisión de la Verdad no fue hecha para establecer la responsabilidad del Estado”, pero miles, millones de víctimas de los crímenes y omisiones del Estado hubieran agradecido un poco más de contundencia y de esclarecimiento. Ustedes han perpetuado el mito de que sin dictadura militar, no hay Estado opresor. No ha sido así en Colombia. De hecho, usted afirma que “el punto de fondo es la ruptura profunda del sentido del ser humano y de la naturaleza en una sociedad metida desde el Estado primero, pero también desde la insurgencia y desde otras instancias en mondo guerra, que durante sesenta años miran enemigos internos y se mantienen a la espalda de la realidad de millones de víctima”. Pero hablar de 60 años y repartir el peso de las responsabilidades es ignorar que, antes del nacimiento de las insurgencias, el Estado ya consideraba a comuneros, sindicalistas o gaitanistas como enemigos internos, es ignorar que la doctrina del enemigo interno fue introducida por Washington con la connivencia de los gobiernos “democráticos” del país, es ocultar que el Frente Nacional fue creado bajo el cobijo del franquismo y del nacionalcatolicismo más rancio para garantizar el control del poder, no el desarrollo de la democracia, es ocultar los miles de acuerdos firmados e incumplidos por el Estado ante pueblos indígenas, trabajadores/as o estudiantes…
Siento que su respuesta no haya abierto un debate necesario y útil, sino que se trate de una defensa al ataque. Su carta es un ejemplo de conducta pasivo-agresiva que no ayuda al esclarecimiento de la verdad; tampoco a la reconciliación que tanto pregona. Como usted escribe, “hay futuro si hay verdad”, pero hay que aceptar que la verdad puede ser dolorosa y que en este mundo ni usted ni yo somos arcángeles, sino personas que queremos aportar a ese futuro y que, al hacerlo, podemos y debemos ser criticados.
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