La lección de Nicosia

La lección de Nicosia

Todo se había vuelto imposible. Aumentar los impuestos desalentaba a los “empresarios”. Protegerse contra el dumping comercial de los países con salarios bajos contravenía los tratados de librecambio. Imponer un impuesto (minúsculo) a las transacciones financieras exigía que la mayoría de los Estados se alinearan previamente. Bajar el Impuesto al Valor Agregado (IVA) requería la aprobación de Bruselas…

 

El sábado 16 de marzo de 2013 todo cambió. Algunas instituciones irreprochables, como el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Eurogrupo y el gobierno alemán de Angela Merkel, les torcieron el brazo (ya vacilante) a las autoridades chipriotas y lograron que estas llevaran adelante una medida. Una medida que, si la hubiera tomado Hugo Chávez, habría sido considerada draconiana, dictatorial, tiránica, y le habría ganado al mandatario venezolano kilómetros y kilómetros de columnas editoriales indignadas: la sangría inmediata de los depósitos bancarios. La tasa de embargo, que en un principio se vio escalonada entre un 6,75% y un 9,90%, equivalía a casi mil veces la suma del famoso impuesto Tobin del cual se viene hablando hace quince años. Así pues, algo quedaba en evidencia: en Europa, cuando se quiere, ¡se puede!

 

Siempre y cuando, claro, uno sepa elegir sus objetivos: ni los accionistas ni los acreedores de los bancos endeudados, sino sus ahorristas. De hecho, es más liberal expoliar a un jubilado chipriota con la excusa de que en realidad se apunta a un mafioso ruso refugiado en un paraíso fiscal que pedirle explicaciones a un banquero alemán, un armador griego o una multinacional que guarda sus dividendos en Irlanda, Suiza o Luxemburgo.

 

Merkel, el FMI y el BCE siguen insistiendo en que el necesario restablecimiento de la “confianza” de los acreedores impide, a la vez, el aumento del gasto público y la renegociación de la deuda soberana de los Estados. Los mercados financieros, advierten, castigarían cualquier desviación en este sentido. Pero, ¿qué “confianza” puede merecer todavía la moneda única y su sacrosanta garantía de depósitos bancarios, si cualquier cliente de un banco europeo puede despertarse una mañana y encontrar que sus ahorros fueron amputados durante la noche?

 

Así, los diecisiete Estados miembros del Eurogrupo se atrevieron a lo impensable. Vuelven a cero. En adelante, ningún ciudadano de la Unión podrá ignorar que está en la mira de una política financiera decidida a robarle los frutos de su trabajo con el pretexto de sanear las cuentas. En Roma, Atenas y Nicosia, algunos títeres nativos ya parecen haberse resignado a la idea de bailar al son de las instrucciones de Bruselas, Frankfurt o Berlín, aun al precio de verse repudiados por sus propios pueblos (**).

 

Estos pueblos deben extraer del episodio chipriota algo más que un resentimiento inútil: la convicción liberadora de que para ellos también todo es posible. Después de su intento de golpe, la vergüenza de algunos ministros europeos también traicionó su temor de haber borrado de un plumazo treinta años de una “pedagogía” liberal que convirtió la impotencia pública en una teoría de gobierno. Así, legitimaron por adelantado otras medidas un poco ásperas que algún día podrían desagradar a Alemania… y apuntar a objetivos más prósperos que los pequeños ahorristas de Nicosia. 

 

** “Fate of Island depositors was sealed in Germany”, The Financial Times, Londres, 18-3-13. Ningún diputado chipriota aprobó el plan del Eurogrupo.

 

*Director de Le Monde diplomatique.

Traducción: Mariana Saúl

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