Descalificar es uno de los recursos permanentes del poder. La historia confirma así muchas acciones, también el presente, y el presidente Santos es un hijo aventajado de esta práctica. Como no, al referirse a la ola de paros y protestas que conmovieron al país durante los meses de junio y julio, no renunció a esta constante histórica, la refrendó: “[…] detrás de estos paros a menudo se esconden candidaturas políticas, cuando no oscuros intereses de grupos ilegales”. (1). Con repetición, en otro momento de la historia reciente del país desplegó igual proceder.
La oportunidad fue el paro cafetero que acaeció durante el primer trimestre del año, en su perfil y costumbre como funcionario –antes, ministro de Defensa– aseveró: “Algunos de los que están promoviendo la movilización no están interesados en la caficultura ni en los cafeteros, ni en el bienestar de los caficultores, sino, y eso hay que decirlo, persiguen intereses de otra índole (2).
Descalificar es el libreto para no cumplir con las obligaciones del Estado, pero también, para confundir la opinión de amplios grupos sociales, para desunir e imponer ventaja en la noticia y el titular en los medios de comunicación, sin importar los virajes de reconocer lo contrario al día siguiente o días después, cuando se acepta firmar acuerdos para que los manifestantes pongan final a su protesta. Es el juego del “divide y reinarás” y del “dilata y gana tiempo” o del “opina y confunde”, que constituye el proceder reiterado del arte de gobernar y mandar sin la verdad ni la ética, para conservar el privilegio. Así sucede con amarga lección en todas las manifestaciones de inconformidad que concluyen mediante actas, en las cuales, el Gobierno asume apenas parte de las demandas y reivindicaciones de la población inconforme.
En todo caso, de cara a este tipo de maniobra siempre está la realidad social, política y económica: la pobreza que ahoga a las mayorías de siempre, las deudas que obligan a los comerciantes al cierre de sus negocios, la deuda histórica con el campesino que abastece la ciudad, la educación sin respuesta ágil para el hoy, las multinacionales que monopolizan los mercados y arrinconan a la “competencia”, la fuerza pública que persigue y no da respiro a la economía informal forma mayoritaria de la fuerza de trabajo hoy, que sobrelleva una vida de intranquilidad y sobresaltos, los efectos de los tratados de libre comercio que ya hacen sentir sus efectos por doquier, los incumplimientos del alto Gobierno con los acuerdos que contrae con uno u otro sector social (3), ante los cuales, finalmente, la gente opta por el último, más difícil y más costoso de los recursos: el paro.
Paro, desempleo, ramalazos de la continuidad del conflicto con muchas de sus raíces intactas, productos de una realidad terca y dura que una y otra vez, día tras día, desmiente a ese poder que pretende gobernar de espaldas a la realidad. Mandar con maniobras clásicas, típicas del príncipe: Siempre, en el escenario opuesto, diligente y dispuesto en complacer a los suyos, a quienes aprobó –sin necesidad de paros ni marchas ni protestas semejantes– 5.000 millones de pesos para el mejoramiento de sus “emprendimientos”. (4)
Su proceder con frente de delfín también acude para desinformar, en una estratagema por medio de la cual logra controlar y mantener cautiva una parte de sus adeptos y, por la otra, desordenar a los menos informados de sus contrarios, que por ocasiones son los más. Comportamiento evidente, con motivo del paro que por más de 40 días conmovió al Catatumbo.
Como tantas veces han afirmado en el curso de una protesta –en esta ocasión al momento de caer asesinados 4 de los campesinos que manifestaban–, el actual Comandante nacional de la Policía aseguró: “[…] los que han infiltrado esta protesta campesina están empleando elementos utilizados por las Farc para atentar contra la población civil”. Es el mismo discurso que no reconoce la espontaneidad, la urgencia ni la capacidad de muchas comunidades para levantarse ante el atropello, el socavamiento paramilitar del tejido social –más intenso en los límites con Venezuela– o el constante irrespeto de sus derechos.
Una razón y un hecho que son y fueron evidentes por parte de sectores de la población que habitan esa parte del nororiente colombiano, que al ver arrancadas las matas base para su sobrevivencia, explotó, y una vez sucedido el grito, los liderazgos allí asentados históricamente asumen la responsabilidad de estar al frente de esa rabia desaforada. Entonces, destaca de lo dicho por el Comandante de la Policía, la muletilla con uso y retórica una y otra vez para descalificar cualquier protesta que acontece en el país: todas “¡están infiltradas por la guerrilla!”.
Argumento que de ser verdad confirmaría, entonces, que la insurgencia conserva sensibilidades locales de alternativa social, política y militar, con capacidad para levantar zonas no remotas del país en pos de los propósitos que enarbola. Aspecto determinante y con reclamo de inclusión, justicia y paz, que remaría en contravía del discurso oficial insistente en la derrota que en un embudo condicionaría a la insurgencia. Por supuesto, en tanto para el general y los altos funcionarios no se trata de la verdad, sino de desinformar, y conseguir que el mensaje cale en ciertos sectores y que en otros confunda, asimismo y también de amedrentar, entonces la voz oficial repite, reproduce, copia el mismo acento y fondo, en un recurso permanente y característico del poder político con responsabilidad histórica en el conflicto.
Este mismo recurso de desinformar ya fue utilizado de manera notoria en tiempos del presidente Turbay Ayala, cuando ante un informe de Amnistía Internacional acerca de la situación de derechos humanos en el país, tuvo el atrevimiento y descaro de asegurar que el “único preso político” que existía en Colombia era él. Habló sin importar que la realidad fuera otra ni que los hechos contradijeran su mentira.
Discurso contradictorio y deshonesto que desde el poder repite esquemas, prácticas, mensajes, actitudes, comportamientos. Palabra y obra del poder tradicional que con vestidos diferentes de partido, aunque responde en sus particularidades a un contexto y tiempo específico, prolonga formas, símbolos, lenguajes, gestos que –en contra de su necesidad y su deseo– facilitan que la sociedad lo identifique, recuerde, señale, denuncie, e inculpe.
Y del mismo modo como Turbay era el “único preso político de nuestro país”, Juan Manuel Santos ahora es “[…] el primer inconforme con la calidad y eficiencia de la salud […]” (sic) (5), Y… a renglón seguido: el más interesado con el buen desempeño de los caficultores, por lo cual, ante el anuncio de un nuevo paro del sector, con motivo de los incumplimientos de su Gobierno con los campesinos y del acta firmada a la hora de levantar el paro cafetero del primer semestre de este año, no repara en reiterar las prácticas y palabras desgastadas: “[…] no se dejen manipular, no se dejen influenciar por intereses que son ajenos a los intereses cafeteros”. (6)
Son vocablos ya pronunciados en otro momento, en iguales o similares circunstancias, por lo tanto como traídos por un lejano eco, ante los cuales quien los pronuncia no siente vergüenza ni compromiso alguno. Así es el proceder del gobernante, concentrado en conservar su élite centralista y en favorecer los intereses de todos quienes conforman los círculos del mismo poder.
Del mismo modo, presume de una voluntad “siempre dispuesta” para atender a los inconformes: “Cualquier reclamo que exista, tenemos toda la disposición para examinarlo y solucionarlo en la medida de nuestras posibilidades” (7), claro que, su “…en la medida de nuestras posibilidades” –ahora más autolimitadas por la Regla fiscal aprobada en el 2011–, traza el límite de sus propios intereses, los mismos que le impiden reconocer la justeza de las demandas de los más, y por lo tanto, concentrar más riqueza que es lo contrario de redistribuirla.
Grave. Porque en este momento y punto estamos en Colombia: el de una inmensa mayoría con necesidad de medidas políticas y económicas centrales por una redistribución de la riqueza, para poder superar la exigua sobrevivencia en los límites de miseria, mejorar su nivel de vida, y hacer de la democracia más que una palabra, una práctica de todos los días. Un quehacer que rompa con el acaparamiento que unos pocos hacen de bienes, recursos, espacios, medios, y poder, negándose al deseo y exigencia de esa mayoría en espera. Así es el poder: Indolente, en su ejercicio diario para descalificar al contrario, pero también, para desinformar, confundir, dividir, atemorizar, ganar tiempo, someter.
Así es el poder: un acumular sin fin de todo recurso y de la riqueza y producto nacional, como ejecución de injusticia y de la consolidación de apellidos en una exclusión que marca a Colombia desde siempre. En la espera y huella por una democracia que tenga voz de todos y todas.
1 Discurso del presidente Juan Manuel Santos, al instalar las sesiones del Congreso, 20 de julio de 2013, wsp.presidencia.gov.co
2 noticiasunolaredindependiente.com, julio 20 de 2013
3 Ver, Suárez Montoya, Aurelio, “Acuerdos incumplidos al agro”, El Tiempo, Bogotá, julio 12 de 2013
4 Ver, Plan de Impulso a la Productividad y el Empleo, http://www.urnadecristal.gov.co/gestion-gobierno/plan-impulso-empleo-productividad-pipe-abece
5 Discurso del presidente Juan Manuel Santos…, 20 de julio de 2013, wsp.presidencia.gov.co
6 id.
7 id.