Los preparativos de la gran fiesta avanzan con celeridad pese a los obstáculos y contrariedades. El presidente Santos y su esposa cumplen los compromisos en lo que seguramente mejor saben hacer: organizar eventos sociales. Y es eso lo que en primer lugar es la Cumbre programada para los días 14 y 15 de abril en Cartagena de Indias. Pero, aunque las apariencias engañan no son algo secundario y menospreciable. Es en el mundo del “aparentar” en donde se juegan los efectos políticos de la diplomacia visible. Y por eso no deben sorprender las disputas en torno a la lista de invitados, las sucesivas declaraciones de unos y otros y los ires y venires de emisarios. Más vale la imagen, el mensaje publicitario, que el contenido de lo que supuestamente habría de discutirse en la reunión.
De hecho, el contenido de las Cumbres pasó a ser secundario desde el momento en que se hizo evidente que la propuesta del ALCA no iba a ser aceptada, al terminar la que se convocó de manera extraordinaria y de emergencia en Monterrey (México) en el 2004. La proeza diplomática de Santos consistió precisamente en haberse inventado para esta ocasión un contenido completamente aséptico, del gusto de todos, de lo cual es muestra su flamante título: “Conectando las Américas: socios para la prosperidad”. Y no carecía de astucia: recogiendo, en apariencia, el dicho popular según el cual en esas cumbres “sólo se habla y bla, bla bla…”, colocó como anzuelo la oferta de que esta vez se aprobarían “proyectos concretos, financiados y todo”. Pero no fue suficiente; se puso en duda hasta la propia validez del evento. La tensión llegó hasta un punto en que había que decidir entre hacerla o no hacerla. Hasta hace unas semanas la disyuntiva era irresoluble: o se hacía sin Estados Unidos o se hacía sin los países del ALBA. Y todo por la disputa en torno a si se invitaba o no a Cuba. Ello es demostración de lo poco que valía el contenido. Pero, como suele suceder, detrás de estas disputas se encuentran otras de mayor calado.
¿A quién le sirve la Cumbre
de las Américas?
En realidad a quien verdaderamente le interesa la realización de la Cumbre es a Santos. Se juega un punto importante tanto en el plano nacional como en el internacional. En el primero un punto a favor más que todo publicitario: el dudoso honor de tener en casa a 34 mandatarios del continente incluido el máximo dignatario del imperio. Con algunos réditos adicionales en materia de “atracción de las inversiones extranjeras”. Pero es en el plano internacional en donde aspira a cobrar los mayores beneficios. De una parte, para confirmar públicamente que tiene excelentes relaciones con el gobierno estadounidense; es equivalente en este sentido a recibir la visita del Papa. Para algunos esto puede sonar extraño ya que resultaría impensable afirmar lo contrario. La obsecuencia de los gobiernos colombianos es un hecho reconocido desde principios del siglo XX y en tiempos de Uribe, Colombia alcanzó el vergonzoso honor de ser calificada como el Caín o el “Israel” del continente. Sin embargo, es justamente tal obsecuencia, en la medida en que llegó a ser exclusivamente en beneficio de la derecha republicana, la que comenzó a crear problemas dentro de los Estados Unidos. Lo demuestra el hecho de que durante largo tiempo no pareció ser suficiente el angustioso purgatorio de suplicar de rodillas la aprobación del TLC para convencer a la bancada demócrata. La táctica imperial o, si se quiere, el estilo, había cambiado. Le tocó a Santos proyectar, allá también, la imagen de que no era igual a Uribe. Y logró por fin la aprobación, para satisfacción de las elites de nuestro país. Se trata ahora de ofrecer públicamente sus servicios para una nueva táctica imperial.
Es este último el segundo objetivo de la política internacional. Santos es consciente de que la correlación de fuerzas ha cambiado en el mundo y particularmente en este continente. De hecho, no ha dudado en diversificar relaciones, a través de múltiples TLC y diversos mecanismos de atracción de la inversión extranjera. Y, de manera en apariencia sorprendente, ha reconstruido las relaciones con los vecinos con logros no sólo económicos sino también político militares en el empeño contrainsurgente, no definitivos pero, en todo caso, muchos más de los que prometía Uribe. Al mismo tiempo, viene aplicándose juiciosamente a fortalecer las relaciones con Brasil, la potencia de Suramérica, por la vía de ofrecer oportunidades de inversión. En general, busca congraciarse con todos declarando su apoyo a Unasur; política muy diferente a la de Uribe que consideraba esta unión poco menos que un engendro del terrorismo.
Es con estas cartas en la mano como Santos pretende ofrecer sus servicios. – Porque, desde luego, no abandona su opción preferencial por el Imperio – Quiere jugar a gobierno “puente”, intermediario entre la gran potencia y los gobiernos progresistas, en beneficio naturalmente de la primera y sus aliados. Con ello habría logrado una suerte de cuadratura del círculo: ser apoyado por unos y otros, sin variar su orientación neoliberal y proimperialista. El escenario: la Cumbre.
Entre el desinterés y la indiferencia
No obstante, la situación en América Latina y el Caribe no parece favorable, al menos en lo que se refiere al escenario escogido. Los países actualmente incondicionales de los Estados Unidos apoyan una Cumbre que esté al servicio de éstos, pero es obvio que no la necesitan para consolidar su alianza; cuentan con el Nafta y el Cafta-R.D., y con los tratados ya en vigencia en los casos de Chile y Perú. Se ubican dentro de la línea marcada por Obama de poner todo el énfasis en un acuerdo profundo transpacífico, objetivo que marcha evidentemente hacia un bloqueo tanto de la iniciativa, hacia el oeste, de Brasil como de la presencia de China en el continente. Santos lo sabe perfectamente. Tanto es así que se apresuró a firmar un acuerdo con países latinoamericanos del “arco del pacífico”, justo antes de viajar a Cuba a negociar la realización de la Cumbre.
Por su parte, Brasil, Argentina y en general los países de Mercosur seguramente ven el escenario de la Cumbre como algo secundario. Brasil, consciente de su poder, seguramente prefiere la negociación bilateral con Estados Unidos o en escenarios multilaterales más amplios, mundiales. Argentina considera, y ya lo ha dicho, que no tiene sentido un encuentro continental en donde no se discuta la cuestión de las Malvinas que fue en el momento de la conflagración, en los años ochenta, el acta de defunción política de la OEA, del TIAR, del discurso del panamericanismo y hasta de la doctrina Monroe. Aceptó la Cumbres mientras sus gobiernos simpatizaron con el Alca pero ya en la era Kischner vio con buenos ojos la derrota de la propuesta justamente en su tierra, en Mar del Plata en el 2005, por lo cual puede deducirse que en adelante las Cumbres no serían para Argentina más que rutina diplomática.
Los países del Alba tendrían algún interés. No les viene mal un escenario en el cual se pudieran renegociar las relaciones con Estados Unidos. Obviamente, la perspectiva de mantener unas relaciones bilaterales caracterizadas por la esquizofrenia de la confrontación política y el intercambio económico (el caso extremo y patético es el de Venezuela) no es la mejor y mucho menos la alternativa de la negociación uno por uno; la alternativa sería por lo tanto avanzar en un marco en el que lo que se negocia es la posición de Estados Unidos en el conjunto del continente. Sin embargo, no en una Cumbre tal como se ha definido hasta ahora. No les sirve la fórmula Santista del contenido insulso; se trata por el contrario de ir al grano. Correa tuvo, por tanto, mucha razón al introducir el tema de la invitación a Cuba, ya que su exclusión es de por sí una manera deplorable de comenzar. Es una cuestión si se quiere de principio, pero con efectos políticos prácticos. Porque si se trata de las relaciones con el conjunto de América Latina y el Caribe ya hay escenarios mejores, por ejemplo la promisoria CELAC, y en eso se ponen de acuerdo con los países del cono sur.
Los intereses de los Estados Unidos y las angustias de Obama
La posición de los Estados Unidos se ha vuelto, curiosamente, un enigma. Es claro que el Imperio tiene que reconstruir su dominio sobre el continente; es un hecho que ha perdido porciones considerables de control, pese a su hegemonía militar de la que nunca ha dejado de hacer gala. Es un resultado de su crisis socioeconómica interna y de su decadencia en el contexto internacional, pero también de la torpeza belicista de Bush a la que bien servía el gobierno de Uribe. Esto último, justamente, tendría que hacerles entender que no basta la hegemonía militar. Lo cierto es que, paralelamente, casi todos los países de este hemisferio han ganado condiciones de autonomía económica frente a ellos, unos menos y otros más hasta el ejemplo notable de Brasil, y la han ganado incluso a contrapelo de las posiciones de sus gobiernos, como es el caso de Colombia. No cabe duda, en consecuencia, que el Imperio está obligado hoy en día a renegociar sus relaciones hemisféricas.
No obstante, deducir de lo anterior que la actual Cumbre de las Américas constituye un instrumento estratégico para este propósito, sería una simpleza y un error garrafal. En términos prácticos, para Obama, en medio de una dura campaña electoral, no es el lugar ni el momento adecuados para anunciar la redefinición de una política de los Estados Unidos. Sabe que entre menos hable, mejor; su estilo además es el de quedar bien con todos. Pero no sólo son razones prácticas. No fue el momento ni siquiera la V Cumbre de Trinidad en el 2009, a pesar de las expectativas que había creado. Como se sabe, a despecho de la retórica “amigable” y de las necesidades evidentes, lo que se impuso en los años siguientes fue la tradicional política de los halcones de la cúpula militar-industrial. En realidad es de tal naturaleza la crisis imperial que no parece haber culminado un proceso interno consistente de reelaboración de la política imperialista. A los ojos de todo el mundo pareciera que no entienden nada.
El instrumento, por su parte, no es ya el más adecuado. Como se sabe, fue creado por Clinton en 1994 como un instrumento ad hoc para lanzar la propuesta del Alca, entre otras cosas ante la crisis y decadencia de la OEA. Este rasgo, por cierto, ha sido objeto de tergiversaciones; recién se planteó la invitación a Cuba, la primera objeción del gobierno estadounidense consistía en que Cuba no había ingresado todavía a la OEA y no mostraba interés en hacerlo. Tan descarada era la falacia que ya hoy el Departamento de Estado reconoce: “Aunque no es un evento de la Organización de Estados Americanos (OEA)…”(1). En fin, con la derrota de la propuesta del Alca, el instrumento perdió toda funcionalidad. En abstracto, el único sentido que podía tener la prolongación de su existencia era el de constituirse en un escenario para ventilar las relaciones de la potencia con los países del continente. Y así se consideró por parte de muchos la convocatoria a Trinidad; algunos llegaron a pensar que se inauguraba una nueva era. Pero no fue así. La declaración política que nunca fue sometida a discusión y menos aprobada, contenía toda clase de temas menos el único importante que era la crisis económica mundial. Para Estados Unidos, en realidad, la Cumbre de las Américas había dejado de ser importante; dada la nueva correlación de fuerzas en el continente no convenía concurrir a un escenario que tendía a convertirse en un espacio de confrontación-negociación. Se supo entonces que, en adelante, las Cumbres tenían que ser eventos puramente sociales y diplomáticos (2).
Fue por eso que el gobierno de Obama, ante el compromiso de hacerla, vio con buenos ojos la propuesta de Santos. Pero las cosas, como se sabe, se dieron de otra manera.
Simulacro o zafarrancho
No existe posibilidad alguna que el gobierno de Estados Unidos acepte la presencia de Cuba; las concesiones por lo tanto tienen que provenir del otro lado. Y es Santos quien pone en juego sus mejores habilidades para lograrlo. Su primer intento fue ofrecer que el tema de Cuba se discutiría en la propia Cumbre. Pobre oferta que no alcanzó siquiera a ser objetada por el gobierno de Obama –la dejó en la incertidumbre- porque a Cuba, por lo menos, le pareció descomedida e insuficiente; en realidad equivaldría a soñar que en el futuro las Cumbres sí podrían ser otra cosa y eso evidentemente sólo podría provenir de un acuerdo político de fondo con Estados Unidos. Al parecer nadie podía convenir en sacrificarlo todo, solamente para salvarle la fiesta a Santos.
La única posibilidad estaba en modificar la agenda, en un golpe de audacia, para darle a la Cumbre un contenido político fuerte. Y la oportunidad se presentó con la visita de Evo Morales a Bogotá. La Cumbre podía abordar la discusión sobre un tema de fondo: el replanteamiento de la política antidrogas. Al respecto, lo único que ofrecieron los Estados Unidos fue aceptar el diálogo, dejando en claro eso sí que su posición era inmodificable. Y este es el momento en que se alude una y otra vez al tema pero no hay ninguna modificación oficial de la agenda. De hecho, en la hoja informativa que se ha venido citando, el Departamento de Estado se reafirma en los temas iniciales de la convocatoria.
Así las cosas, y contando con que los países del Alba dejen de insistir en su posición, lo único que se puede esperar es que, ya en Cartagena, durante el evento, se escuchen, en algunos discursos, alusiones a los temas de Cuba y las drogas, pero hay pocas esperanzas de que se conviertan en motivo de debate y objeto de decisión. Sería demasiado optimista aspirar a que esta Cumbre se constituya, como piensan algunos, en un episodio inaugural de la confrontación todavía pendiente por redefinir las relaciones hemisféricas, que incluiría no sólo la redefinición de las Cumbres sino la transformación radical de la OEA. No deja de ser significativo que, pese a los denodados esfuerzos de Santos para quien parece ser un hecho histórico, fuera de Colombia, la novela de la Cumbre no despierte ninguna pasión memorable. A quince días de realizarse, todavía estamos a la espera de los pronunciamientos del Alba y de los países del sur. A diferencia de la cumbre de Río + 20, aquí lo notable es el silencio. ν
1 Departamento de Estado de los Estados Unidos: Hoja Informativa. 13 de marzo de 2012. http://iipdigital.usembassy.gov/iipdigital-es/index.html
2 Tal es la posición oficial. Hasta el punto que en una brutal falsificación de la historia, el Departamento de Estado, omite incluso toda referencia al Alca. Ver: Ibídem.
* Integrante del Consejo de Redacción de Le Monde diplomatique, edición Colombia.