¿Resteado?

“Juego mi vida, cambio mi vida, […]

la juego o la cambio por el más infantil espejismo, […] La juego contra uno o contra todos,

la juego contra el cero o contra el infinito, la juego en una alcoba, en el ágora, en un garito, en una

encrucijada, en una barricada, en un motín…” (1).

De ser gobierno a ser poder hay una distancia sideral, como la que separa a la Tierra del Universo profundo, con energías cruzadas en la ruta que va del uno al otro. El 19 de junio de 2022, una buena parte del electorado llevó al actual mandatario a la Casa de Gobierno, un destino que no significa que haya recibido y tenga el poder. Si bien goza de un margen para administrar y liberar iniciativas en aspectos de política pública, eso no determina que tenga un mando pleno sobre el conjunto del establecimiento. No, en cuanto su plana mayor actúa en gran proporción con afinidad y bajo la tutela de la clase que durante varias coyunturas determina el rumbo del país.

En este marco, sin una voluntad activa y continua por parte del grueso de la población, Gobierno y Poder, puestos ante un anuncio de cambio, quedan distantes. En litigio permanente, status quo y cambio se confrontan en todos los planos. La administración que encabeza Gustavo Petro, con sus permanentes ondulaciones, es el reflejo de esa realidad contradictoria, y ni uno ni otro dan el brazo a torcer sin interponer resistencia.

En su caso, en la pretensión de ganar el poder, el gobernante se enfrenta a una disputa diaria, económica, política, social, cultural y del orden público, en la cual pretende neutralizar, romper, aislar, las energías opuestas; son las que al mismo tiempo extienden y atraviesan sus ondas ante su contrario, impidiéndole proceder con libertad plena.

Es toda una intensa pugna en la cual el gobernante no puede limitarse a obrar desde las facultades y con los instrumentos institucionales que hereda. En primerísimo orden, debe blindarse con el apoyo y el avance en la fortaleza organizativa y autónoma de los sectores sociales que representa y que lo ungieron como presidente. Entablada queda una pugna intensa y decisiva entre un cambio de palabra-continuidad o uno de realizaciones.

A este efecto, poco o nada puede alcanzar en tanto no se sumerja y privilegie con metas semanales, mensuales, trimestrales…, la alianza social sin intermediarios apoltronados; despejando un protagonismo de alianza social en las regiones, como energía dinámica y determinante en esa colisión entre Gobierno y Poder, energía que, tras ser citada –y cumpliendo con un proceso, movilizada en función del cambio–, debe poder transitar de un ‘activo’ electoral y “clientela asidua” a una “fuerza constituyente”.

Se requiere un destacamento múltiple, con capacidad de acompañar al primer mandatario, más que con fe en una ‘aparición’, mediante una mayor elaboración y mejor lectura de la realidad con sus deficiencias y riesgos. También, de emplazarlo en el momento que salga a flote, que titubea y se pliega ante el interés común de los políticos, como de los más acaudalados del país o el capital internacional, que no dan la talla, que concilian, que no van a la raíz de los problemas que han sembrado el territorio nacional de injusticia, permitiendo que el paramilitarismo y los intereses espurios de una clase amasen el aparato de Estado, y se blinden con una ‘incomprensible’ legitimidad social, con notoria opinión pública –no activista ni revolucionaria.

En medio de esa realidad, el gobernante no puede quejarse porque quienes ostentan el poder “no lo dejan gobernar”. No puede molestarse porque no le aprueban sus proyectos reformadores que menguan, poco o mucho, los intereses de quienes, para el caso nacional, han labrado con ojo y paciencia de relojero, y para su favor, todo el entramado institucional. En vez de eso, al mandatario le corresponde estrechar cada vez más sus alianzas con los movimientos sociales de carácter alternativo, es decir, en un grado mayor y más extenso de la sociedad consciente y activa, para enfrentar como un solo cuerpo a quienes flanqueen, con ofensiva, las murallas del status quo.

Se trata de una acción en la cual debe re-interpretar y concitar de este modo a las mayorías sociales, politizándolas, no con un simple discurso sino animando su insurgencia para que, en efecto, sean de verdad un sujeto constituyente. Es una acción en la cual no puede ponerles límites de acción a sus aliados, que son su soporte, sino dejar las puertas abiertas para que sumen masa, potencia, vida, proceso en que podrían llegar a izar las banderas de una revolución ‘ciudadana’, mucho más que unas reformas que no cuestionan lo profundo e injusto de la heredada estructura socioeconómica.

Entonces, no es sencillo actuar en consecuencia, en la medida en que no es el simple recibimiento del Presidente en un escenario; es mantener una práctica cotidiana que lleva a que los de abajo acojan su presente y su futuro en sus propias manos, para que sean no solo gobierno sino –además y sobre todo– poder, irradiado por todo el territorio nacional como imán que impacte a todas las comunidades, proyectando ánimo, acercamientos y proyección de liderazgos nuevos, luz para que avisten con seguridad el camino por recorrer en pos de otro país posible.

En un ejercicio así, el gobernante no puede negar la variedad de recursos que requieran los actores sociales para ejercer como fuerza constituyente, efectiva y legítima, de manera comprobada, de manera que puedan llegar a mandar y que el gobernante asuma que debe obedecer. Este es un deber ser del cual ha estado alejado el “Gobierno del cambio”, que acude al actor social solo cuando se siente arrinconado; es decir, ejerce con instrumentalización, sin potenciar la pluralidad de los de abajo para que sean sujetos de su historia. Hoy, cuando se intuye en voz alta una derrota de su paquete reformista en el Legislativo, vuelve a caminar sobre estos pasos.

Así, en forma y en busca de un titular para el día siguiente, el Presidente llama a los actores sociales a convertirse en fuerza constituyente y asimismo a emplazar al establecimiento. Es nítidamente un proceder en el que, más allá de lo dicho y dejado de enunciar por el Jefe de Estado, reposa su afán por neutralizar el desánimo posible de extenderse por todos los intersticios de los movimientos sociales que le acompañan, en una pérdida de energía producto de los cercos interpuestos a su proyecto reformista, bajo el riesgo de traer la derrota en los comicios presidenciales de 2026.

Es aquel un proceder que proyecta las dudas y las contradicciones que anidan en lo más íntimo del Presidente: ¿radicalizar su gobierno? ¿Llevarlo a una abierta confrontación con el establecimiento?…, ¿o acordar con este unas medidas mínimas que quiebren en alguna medida la injusticia que padecen las mayorías nacionales? Tales dudas y tales contradicciones no son ajenas a los movimientos sociales que, al renunciar a su autonomía, permiten que el gobernante los instrumentalice: responden a sus llamados pero no actúan con plena libertad, con la que sí podrían movilizarse en procura de sus derechos, demandando consecuencia por parte del inquilino de la Casa de Gobierno.

Una renuncia de esa índole impide llevar la democracia, por la vía del sujeto constituyente, a dejar de ser formalidad electoral y acomodo hasta el 26, traduciéndose en cambio en un espacio de vida en manos de las mayorías que deliberan y deciden sobre todos y cada uno de los planos del acontecer nacional. Esa democracia radical, por tanto, llena de energía a la sociedad para dejar de ser objeto y traducirse en sujeto: poder popular, máxima expresión de la democracia directa, deliberativa, consultiva, radical.

Se trata, como es posible deducir, de una iniciativa para estar atentos y poner en marcha proyectos que siembren y potencien un nuevo sentido y un comportamiento de identidad y poder como nervio de otra sociedad factible y, como parte de ello, de otra economía, otro relacionamiento social, que sí son y serían posibles en gran magnitud. Un proceder así iría más allá de lo propuesto en la reciente iniciativa, sin método previo por el presidente Petro. Un ‘adelanto’ llama a actuar sobre unas líneas determinadas de la institucionalidad heredada, sin implicar en ello modificaciones del modelo económico, determinante de todo aquello que critica en la justificación de su iniciativa.

Estamos ante una paradoja de paradojas: querer avanzar hacia otra realidad social sin ir al meollo de la realidad que cuestiona. Con el freno de mano puesto, llama a mover el oxidado carro institucional, obviando cómo modificar la “correlación de fuerzas›” que no cambió con su triunfo en segunda vuelta. Este es un proceder autolimitado, en tanto que llega ausente de autocrítica: “La Constitución de 1991 no se aplicó”, denuncia (2), ocultando que ese biforme cuerpo de leyes, del cual es coautor el M-19, es decir, la organización en la cual hizo sus primeros mítines, incorpora decenas de los derechos básicos, pero también, de manera contradictoria, un modelo social y económico neoliberal, opuesto a la Carta de Derechos antes anotada. Y esa parte de la Constitución sí se aplicó, a rajatabla, sin despertar las respuestas de lucha que merecía.

¿Cómo y qué hubiera garantizado el efectivo desarrollo de todo el capítulo que contiene la Carta de Derechos? ¿La buena voluntad de la clase dominante o una sociedad leyendo las desventajas por ausencias y movilizada en defensa y disputa de sus derechos? Por ello, hoy el gobernante no puede sollozar porque quien controla el poder haya operado en función de sus privilegios, los mismos que la fuerza política de la cual él procede ayudó a catapultar. En fin…, lo que corresponde es actuar para romper con lo heredado y no quejarse porque sus contrarios actúen en consecuencia con los intereses de la clase que son. Y proceder en consecuencia va más allá de las buenas o malas intenciones, y sí de los intereses de una u otra clase, que no son afines.

Pese a tal realidad, desde el momento mismo de su posesión, el Presidente ha concentrado sus acciones en tejer una alianza por la gobernabilidad con quienes denuncia como sujetos de una realidad paramilitar, espuria, apoderado para beneficio propio del aparato del Estado. Tal alianza, incluso hoy, le lleva a conservar y prolongar acuerdos políticos por medio de los cuales parte de ese establecimiento, que denuncia en su convocatoria a la movilización constituyente, mantiene bajo su control varios ministerios, amén de otras instancias del orden nacional. Ese proceder es contradictorio con su discurso, además de conciliatorio e insuficiente para ganar mayorías y vía libre en el Legislativo, de modo que avance el paquete reformista que le refrendaría al Gobierno del Cambio como una real opción social, no solo para hoy sino también para el futuro –2026 y más allá.

Es un contradictorio devenir, agotado y que debe quedar atrás, asumiendo sin medias tintas la alianza total con los de abajo. Sería un modo principal para que su fuerza constituyente se traduzca en energía gobernante más allá de lo institucional, en lo territorial, como diaria democracia radical que no se limita y sí va mucho más allá del hecho electoral. ¿Estará dispuesto el Presidente a impulsar y liberar toda la energía que cargan las estrellas que habitan en el campo popular?

1. León de Greiff, “Relato de Sergio Stepansky”, https://poemario.com/relato-sergio-stepansky/.

2. Constituyente no es para cambiar Constitución de 1991 ni para la reelección, 18 de marzo de 2024, https://petro.presidencia.gov.co/prensa/Paginas/Constituyente-no-es-para-cambiar-Constitucion-de-1991-ni-para-la-reeleccion-240318.aspx.

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Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez Márquez
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique, edición 242 abril 2024
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