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Biopolítica: entre la inclusión y la exclusión jurídica

Biopolítica: entre la inclusión y la exclusión jurídica

Paz-guerra y el cruce de exclusión-inclusión. Quizá la única razón de ser de la “política” contemporánea ahora sea (1): dominar y controlar la vida de los sujetos sociales a través del cuerpo y del pensamiento, con técnicas sutiles de control. Técnicas propias de la tecnología, que desplazan la mirada hacia la salud, la genética y las propuestas estéticas, y maniobran los medios de comunicación, como contenido de la que sería una biopolítica. “Se puede decir, que la producción de un cuerpo biopolítico es la aportación original del poder soberano. La biopolítica es tan antigua, al menos, como la excepción soberana” (2).

 

En todo espectro social están presentes los grupos y clases sociales, cada uno con su intención política de una “mejor” sociedad para la humanidad. Así, existen políticamente formas de vida que por su calidad, no sólo física sino espiritual, distan de ser democráticas (3). En consecuencia, la reivindicación que se impone a los humanos sin contar su coordenada política “es vivir bien”.

 

En cualquier sociedad, caracterizada por fuertes y conflictivas relaciones políticas, se han de distinguir diferentes modos de vida. Entre estos sobresalen aquellos condenados al marginamiento, al desplazamiento, los que sobreviven día a día en las calles, el llamado “indigente” que habita las metrópolis latinoamericanas, en quien se confunden otras vidas como la del loco y el drogadicto, entre otros. Eso, sin olvidar aquellos otros que moralmente, desde discursos políticos, son objeto de burla, de escarnio, incluso, aquellos otros que denominamos comunes o normales: los del establecimiento.

 

La vida política entre los sujetos, en sus distintas manifestaciones biológicas y culturales o espirituales, resulta el centro de interés para su dominio y manipulación. Hay un espacio común en el que confluyen la vida y la política: la ciudad; lugar de bienes, de conflictos, de soluciones, de intereses, de cultura. En fin, lugar de exclusión y de inclusión de la vida, tal como lo plantea el filósofo francés Michel Foucault en sus diversos trabajos, en especial Vigilar y castigar. “Hay política porque el hombre es el ser vivo que, en el lenguaje, separa la propia nuda vida y la opone a sí mismo, y, al mismo tiempo, se mantiene en relación con ella en una exclusión inclusiva” (4). Es el ejercicio que hoy caracteriza a la política: la vida.

 

La biopolítica, en esencia, se caracteriza por ser un planteamiento de bienestar, de salud pública, de normalización, de control de la población y de racionalización productiva que hoy atraviesa al conjunto de la humanidad. “El moderno Estado no se va a constituir de otro modo: mientras en el exterior se establece una situación de competencia entre Estados, en el interior se origina un ‘Estado de bienestar’. La política del bienestar deviene poder de normalización a medida que se preocupa por la salud y la prosperidad de los sujetos, interviene activamente en sus condiciones de vida y los asimila en orden a las normas impuestas: éste es el fenómeno que cabe entender como ‘biopolítica'” (5).

 

Hoy vivimos la experiencia de la negación, del marginamiento de amplias franjas de la población, por más que hablemos liberalmente de derechos y por más que estos temas estén en boca de todos formalmente. Hoy los problemas que aquejan a los sujetos van más allá de una mera postura metafísica, que en la mayoría de las veces nos han llevado a caminos ciegos. Si nos atenemos a cifras oficiales de la Cepal en 2011, es revelador al respecto: a pesar de la disminución de la pobreza en siete millones, según el informe, hay todavía 177 millones de pobres y 70 millones viven en la indigencia en Latinoamérica. En el informe se destaca, entre otros, que reducir la pobreza y la desigualdad social se limita limitada por enormes brechas de la estructura productiva (6), lo que afecta el comportamiento político de los sujetos sociales menos favorecidos, que engrosan los grandes cinturones de miserias urbanas excluidos por líneas imaginarias o por grandes avenidas.

 

El limbo de inmigrantes sociales

 

Ya no es sólo el conflicto de clases, profundamente modificado por las sociedades tecnológicas; es también la vida humana, objeto de empleo científico, donde entran los marginados, los desplazados, el propio entorno natural, que caen en el juego de la exclusión-inclusión-indiferencia, que el poder en sus diversas técnicas lleva a cabo. Ejecuta con aquellos que quedan suspendidos, están en el límite, son parte de la sociedad, pero a la vez son excluidos y se encuentran en un estado de ruptura humana. El italiano Giorgio Agamben habla de “estado de excepción”, entendido como lo que no se puede asumir y cumplir dentro de lo general. Todo queda en un estado de suspensión (7).

 

La mirada política del espíritu moderno sobre el cuerpo pasa por la investigación, la experimentación y la moralización para el poder en todas sus manifestaciones. El cuerpo deja de ser privado para ser público. “Una característica esencial de la biopolítica moderna (que llegará en nuestro siglo a la exasperación) es su necesidad de volver a definir el umbral que articula y separa lo que está dentro y lo que está fuera de la vida” (8). Los análisis de Michel Foucault esclarecen el doble juego del adentro y del afuera con relación al poder y a la vida en la que está de por medio la libertad.

 

Tal es la condición de los refugiados políticos y los inmigrantes sociales, que, como ejemplos, se encuentran atrapados en este doble juego de la exclusión y la inclusión, tanto en sus regiones de origen como en aquellas otras en las que son recibidos o están en condiciones de ilegales. Son los sujetos o actores sociales que están en el llamado limbo social. Están ahí, precisan de nosotros, pero no son reconocidos; son excluidos, ignorados. Son los trans-sociales, cuya característica es el continuo movimiento al interior de sus países, como al exterior de otros Estados. El informe de Acnur es revelador: a finales de 2011, en el mundo había alrededor de 42,5 millones de desplazados, en su inmensa mayoría sin política alguna de atención efectiva (9).

 

“Hay que considerar al refugiado como lo que en verdad es. Nada menos que un concepto límite que pone en crisis radical las categorías fundamentales del Estado-nación, desde el nexo nacimiento-nación al nexo hombre-ciudadano, y permite así despejar el terreno para una renovación categorial, para una política en que la nuda vida deje de estar separada y exceptuada en el seno del orden estatal, así sea mediante la figura de los derechos del hombre” (10).

 

Normatividad, y exclusión e inclusión

 

En el juego de la exclusión y de la inclusión entran en escena las relaciones de poder, en el que aparecen diversas posiciones e intereses, destacándose dos: el poder institucionalizado y el poder que está por fuera de esa institucionalidad. El juego está en las márgenes o al interior de la sociedad, por lo general en ambas. Su virtud radica en no dejarse atrapar ni destruir por el juego planteado desde la institucionalidad, cuyo espíritu conservador se caracteriza por no ser dinámico en el momento de la resolución de los conflictos.

 

El juego lógico de la biopolítica está en incluir y en excluir las vidas y sus factores que no hacen parte de una normatividad. La que se da el lujo de incluir-excluir o de excluir-incluir, según los intereses de la coyuntura misma. “No es la excepción lo que se sustrae a la regla sino que es la regla lo que, suspendiéndose, da lugar a la excepción y, sólo así se constituye como regla, manteniéndose en relación con aquélla.

 

El particular ‘vigor’ de la ley consiste en esta capacidad de mantenerse en relación con una exterioridad” (11). Entre lo marginado, lo excluido y todo lo que se pueda incluir hay una relación entre lo general y lo exceptuado, lo abandonado pero no olvidado, tal como se ve con la figura del delincuente, que se burla del establecimiento desde las márgenes del propio Estado. Es aquel que está en otro lado pero que juega en varios bandos. Es el famoso bandido (12).

 

Biopolítica y conflicto en Colombia y su permanente tensión legal

 

A diario y cerca o lejos, el conflicto armado es excepción. En ‘esencia’, en términos de reflexión filosófica, el conflicto colombiano obedece a un problema ontológico de pertenencia a la tierra, a la morada (13), lo que permite construir pueblo, nación y Estado. Algo semejante ocurre con el “estado de excepción”, entre el Derecho público y el Derecho político, como argumenta Giorgio Agamben en su segundo libro del Homo Sacer II, 1. Estado de excepción (14). Es el sujeto que se mueve en los umbrales de lo jurídico y lo no jurídico, es lo legal que no tiene forma legal, que en Colombia se refleja en el estallo fallido de modernidad.

 

En consecuencia, el impulso que determina el actuar político se encuentra en esa zona de ambigüedad, entre lo jurídico y la vida, entre la inclusión y la exclusión, por las que pasan múltiples luchas y resistencias, entre lo normal y lo anormal, con diferentes rostros, el femenino, el desempleado, el niño, etcétera. En este sentido, el estado de excepción se justifica para Estados de corte totalitario o para algunas situaciones complejas de los llamados Estados democráticos, a fin de, así, “eliminar” ya sea físicamente o desplazar al enemigo interno en la mayoría de las veces, o para enfrentar a un posible enemigo externo.

 

El estado de excepción se caracteriza por ser, como argumenta Agamben, una guerra civil legal, pues es el Estado quien desde lo jurídico toma la iniciativa ante el conflicto que le afecta (15). Políticamente, quienes están en esta zona de ambigüedad no son reconocidos, es decir, se vuelven innombrables para el discurso jurídico; se hallan en el limbo. Se sabe de su existencia, pero a la vez se les ignora, están a nuestro lado, sabemos de ellos, pero se asume la postura mental de no tener forma. “El estado de excepción no es un derecho especial (como el derecho de guerra), pero, en cuanto suspensión del orden jurídico mismo, define el umbral o el concepto-límite de éste” (16). Es un estado en el que la vida queda desnuda, sujeta a cualquier tipo de arbitrariedad de los poderes, legales e “ilegales”. En este sentido, los sujetos quedan fuera de la legalidad, quedan suspendidos, tal como lo es la figura del bandido. A diferencia de aquel que no lo es, que lucha por la inclusión, por el reconocimiento, por la diferencia, desde la exclusión política. Es el ‘otro’ que lucha por la inclusión desde la exclusión.

 

El estado de excepción se convierte en una técnica política y jurídica, transformada en paradigma para los gobiernos. Hace parte de un orden y se transforma en herramienta de trabajo para quienes le ponen límites al ejercicio de la democracia. “En verdad, el estado de excepción no es ni exterior ni interior al ordenamiento jurídico, y el problema de su definición se refiere propiamente a un umbral o una zona de indiferencia, en que dentro y fuera no se excluyen sino que se indeterminan. La suspensión de la norma no significa su abolición, y la zona de anomia que instaura no está (o, por lo menos, pretende no estar) exenta de relación con el orden jurídico” (17).

 

Hay una zona débil o ambigua que mantiene lazos de exclusión e inclusión, todo depende de los intereses y beneficios del ejercicio del poder, en asocio a unos saberes, según las necesidades. Es un estado de permanente tensión, aunado a la suspensión de la norma. El mundo ambiguo, la región incierta de exclusión-inclusión, sirve de refugio político para quienes se prestan para este tipo de juego, muchas veces delincuencial –en casos con el Estado como actor y cómplice–, es decir, encubrir los actos criminales de cualquier bandido, tras la careta de un discurso y una justificación política con beneficios jurídicos, prestándose a la confusión, para la obtención de prebendas de parte de quienes son conscientes de la situación (18).

 

Aquella es la zona gris en que el delincuente utiliza argucias morales para evadir y distanciarse de cualquier responsabilidad jurídica y política. Pero quizás el verdadero horror se encuentra en la indiferencia; en su aceptación en el diario vivir, aunque en el fondo sepamos que no es así. En esta dirección, la memoria no puede quedar opacada por el simple espectáculo noticioso que invade a nuestras sociedades de comunicación, que de manera virtual y mañosa tejen los hechos. Es este mundo de la exclusión y de la inclusión en el que viven los sujetos sociales, con el riesgo de perder cristianamente lo humano, la dignidad de la cual hablara el pietista y filósofo Immanuel Kant.

 

El ‘otro’ y la paz

 

Mundo de la exclusión que asiste al límite en el que todo se vuelve frágil para la existencia. Al respecto, Giorgio Agamben plantea: “¿Qué significa ‘seguir siendo hombre’?” (19). ¿Cuál es el sentimiento último de pertenencia a la especie humana? ¿Existe algo que se asemeje a tal sentimiento? (20). Son preguntas que valen la pena plantearse para miles de seres humanos que han vivido la crueldad de la guerra, la violencia, el desplazamiento, el desarraigo, entre otros.

 

En otras palabras, de aquellos que son anónimos y no tienen la palabra ligada al ejercicio del poder, para quienes hablar de dignidad es una palabra vacía, que carece de sentido, “aquellos para quienes hablar de dignidad y de decencia no hubiera sido decente” (21). Se puede considerar que el ‘otro’ es parte fundamental de nuestra realización. En el momento de ponerlo en el límite, de desaparecerlo, de borrarlo, de hacerle perder su sentido de pertenencia como ser humano, afecta mi condición humana; ante todo el vacío que el ‘otro’ deja, ante el cual ya no median posibilidades de comunicación, menos de diálogo, pues el acto de exclusión cierra tal posibilidad.

 

Aquí están los límites del discurso de las humanidades, de la moral y de lo jurídico, en los que el hombre se encuentra atrapado en un estado de naturaleza, quizá más salvaje que el descrito por Thomas Hobbes, en la que no tiene cabida hablar de lo humano. La dignidad tiene su valor cuando trata de evitar caer al otro lado; de lo contrario, pierde su validez en situaciones extremas.

 

Sólo queda la vida tal cual es en su desnudez, en la que la dignidad queda abolida. A pesar de Immanuel Kant, no hay nada que negociar; se vive en el límite entre vida y muerte, cuando se es objeto de inclusión y exclusión simultánea, cuando somos impotentes en decidir por nuestro destino, por nuestra vida. Precisamente el ejemplo de Auschwitz-Birkenau, como otros tantos en la actualidad, es hoy refinado y actualizado de diversas maneras en nuestro presente, en el sentido estricto del compromiso político de cualquier Estado, y también en los juegos e intereses de orden transnacional o regional, que desborda el clásico análisis de concebir el límite de la vida en el orden jurídico del Estado nación.

 

En este sentido, “lo que se pone en entredicho es la humanidad misma del hombre” (22). En consecuencia, el poder se da el lujo de decidir sobre el derecho a la vida y la muerte; es la figura que se vale del límite y de lo que está en él. Ya no se deja morir para hacer vivir soberanamente sino dejar vivir para dejar morir, que es lo que viene caracterizando a la contemporaneidad y la biopolítica.

 

Frente al límite, a los procesos de inclusión y de exclusión, digamos con Giorgio Agamben: “El hombre está siempre, pues, más acá y más allá de lo humano, es el umbral central por el que transitan incesantemente las corrientes de lo humano y lo inhumano, de la subjetivación y la desubjetivación, del hacerse hablante del viviente y del hacerse viviente del logos”(23).

 

En consecuencia, en el lenguaje se da la posición de un dentro y un afuera, de unas políticas del reconocimiento o del desconocimiento, característica sobresaliente de la modernidad y de su discurso filosófico. En otras palabras, y con el filósofo alemán Federico Hegel, es el campo en el que el sujeto lucha por ser y no por dejar de ser.

 

1 Agamben, Giorgio. Homo sacer. T. I. El poder y la nuda vida. Pre-textos. Valencia, España, 2003. pp.11-14.

2 ibíd., p. 16.

3 Carlos Marx se destaca por el sentido de la reflexión al respecto en su crítica al modo de vida de las sociedades burguesas.

4 ibíd., p. 18.

5 Schmidt, Wilhelm. En busca de un nuevo arte de vivir. La pregunta por el fundamento y la nueva fundamentación de la ética en Foucault. Pre-textos. Valencia, España. 2002. p. 55.

6 Panorama social de América Latina. Eslabones claves de las brechas de exclusión social. http://www.eclac.cl/noticias/paginas/8/33638/panorama_social_versionfinal.pdf Acceso 18 de octubre de 2012.

7 cf. p. 30.

8 ibíd., p. 166.

9 Acnur. Agencia de la Onu para los refugiados. http://www.acnur.org/t3/ Acceso 18 de octubre de 2012.

10 ibíd., p. 170.

11 ibíd., p. 31.

12 Orozco Abad, Iván. “El sentido de la comprensión del delincuente común como falso jugador, como hombre que quiere jugar pero que hace trampa, es precisamente el de sacarlo de ese referente inmediato que es la actividad delictiva, para situarlo en el marco del juego sociopolítico en el cual se desarrolla, de manera integral, su vida”. Los diálogos con el narcotráfico: historia de la transformación fallida de un delincuente común en un delincuente político. En revista Análisis Político. Universidad Nacional de Colombia, N° 11, septiembre-diciembre de 1990, Bogotá, Colombia, p. 68.

13 Va más allá de lo meros derechos y discursos liberales hoy en boga.

14 Giorgio, Agamben. Homo Sacer II, 1. Estado de excepción. Pre-textos. Valencia, España. 2004, p. 9.

15 cf. p. 11.

16 ibíd., pp. 13-14.

17 ibíd., p. 39.

18 Agamben, Giorgio. Homo Sacer. III. Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Pre-textos. Valencia, España, 2002, p. 23.

19 ibíd., p. 59.

20 cf. p. 60.

21 ibíd., p. 61.

22 ibíd., p. 85.

23 ibíd., p. 142.

 

* PhD en Filosofía. Docente de la Universidad Santiago de Cali. Miembro de la red de biopolítica. Chile.

por Corporación Cultural Estanislao Zuleta

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