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Idas y vueltas entre las dos Coreas. El baile de la desconfianza

A sesenta y tres años del fin de la guerra que partió a Corea en dos, aún no se ha firmado un tratado de paz para normalizar las relaciones entre los dos países. En el Sur, los dirigentes conservadores imaginan una absorción del Norte según el modelo de reunificación alemán. Pero, la historia de Corea tiene escasos puntos en común con la de Alemania.

 

 

Emotivos reencuentros entre coreanos del Norte y del Sur en la célebre estación del Monte Kumgang, en la República Popular Democrática de Corea (RPDC – Norte). Lágrimas y sonrisas mezcladas, hombres y mujeres, a menudo ya ancianos, vuelven a ver un hermano, una hermana, una madre, un padre, un hijo o una hija, por primera vez desde la partición de la península, en 1953. En virtud del acuerdo del verano pasado entre ambos gobiernos, 400 surcoreanos, sorteados entre las 66.488 personas que lo solicitaron a las autoridades de Seúl, fueron autorizados a atravesar la frontera el 20 de octubre de 2015 (1). ¿Cuándo estos reencuentros dejarán de ser un acontecimiento para formar parte de la vida cotidiana? Nadie lo sabe.

 

Ciertamente, se pueden encontrar en el Norte formidables murales que saludan la Unificación y existe en el Sur un Ministerio del mismo nombre. De cada lado aseguran estar buscando las vías de la indispensable reunión “del” pueblo coreano. Pero, en los hechos, el acercamiento no avanza. Para la mayoría de los analistas, la culpa es de los dirigentes norcoreanos y sus locuras provocadoras. Que parecen aun más peligrosas en tanto Pyongyang afirma poseer el arma nuclear. No obstante, en Corea del Sur muchos observadores se niegan a echarle la culpa. Subrayan la responsabilidad de los gobiernos de Seúl, particularmente desde 2008. Y muchos señalan también a Estados Unidos.

 

Genealogía de la tensión

 

Para comprender los miedos que agitan a ambas Coreas, hay que rememorar una pesada historia de dramas. En 1910, Japón ocupó la península, imponiendo un régimen extremadamente cruel –una ocupación, con su cuota de resistencias (más frecuentes en el Norte, industrializado) y su séquito de colaboradores–. Liberado de los japoneses, el territorio quedó librado a las “fuerzas de paz”: en el Norte, las tropas soviéticas, con Kim Il-sung a la cabeza del país, y en el Sur, Estados Unidos, que instaló un poder autoritario apoyado en las fuerzas que habían colaborado con Tokio. Aprovechando la decepción de los progresistas, el Norte invadió el Sur, antes de ser rechazado por el ejército estadounidense, con mandato del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en ese entonces boicoteado por la URSS. Le siguió un diluvio de fuego del que participó –al menos simbólicamente– Francia. El general Douglas Mac Arthur, quien dirigía las operaciones, amenazó muchas veces con utilizar el arma atómica (2). Sólo la entrada en guerra de las tropas chinas evitó la erradicación total de Corea del Norte y que el ejército estadounidense se estacionara en las fronteras de China.

 

El 27 de julio de 1953 se firmó un armisticio en Panmunjeom, en el paralelo 38º, línea de demarcación anterior a la ofensiva militar. En cierta forma, una guerra para nada. Aún hoy, dos barracones azules, separados por un piso de losas de hormigón, materializan la frontera en la “zona desmilitarizada” (Demilitarized Zone, DMZ), con soldados estadounidenses y surcoreanos de un lado y militares norcoreanos del otro, congelados en un inverosímil cara a cara.

 

A contracorriente de las ideas preconcebidas, Jeong Se-hyun, ex ministro de la Unificación surcoreano (2002-2004), entrevistado en Seúl algunas semanas antes del viaje de las familias al otro lado de la frontera, recuerda que hubo un tiempo en que “era el Sur el que temía una reunificación bajo la égida del Norte”. A pesar de las devastaciones, en ese entonces el Norte exhibía un Producto Interior Bruto (PIB) dos veces más alto. Pero a mediados de los años 60, el Sur despegó mientras que el Norte retrocedía. El miedo cambió de campo, pero la desconfianza se instaló de los dos lados. Este septuagenario que vio alternarse períodos de apertura y de cierre completo cuenta con lujo de detalles la saga de los dos hermanos enemigos, en la que el más inconstante no es el que se cree: “La política del Sur con respecto a Corea del Norte cambia al ritmo de los presidentes de la República. Varía en función de su sentimiento anticomunista (o no) así como de su creencia (o no) en el rápido hundimiento del Norte”.

 

En 1972, una primera “declaración común” contemplaba una posible “reunificación”. Pero fue después de finalizada la dictadura en el Sur, y sobre todo tras la caída del Muro de Berlín, que Seúl cambió de rumbo. “El presidente Roh Tae-woo [1988-1993] sintió que el mundo se movía. A pesar de ser un militar, el anticomunismo no lo obsesionaba, y sentó las bases de un acuerdo con Pyongyang”, explica Jeong. El 21 de septiembre de 1991, las dos Coreas adhirieron oficialmente a la ONU. Tres meses más tarde, firmaron un “Acuerdo de Reconciliación, no Agresión, Intercambio y Cooperación” –una enumeración de grandes principios–. Y, aunque no entraron en el estado de paz, salieron del estado de guerra.

 

Según Jeong, los dirigentes norcoreanos quisieron aprovechar esa situación para normalizar sus relaciones con Estados Unidos; sobre todo porque las ayudas soviéticas se volatilizaron junto con la URSS. “En enero de 1992 –asegura–, Kim Il-sung envió a su propio secretario a la sede de la ONU en Nueva York para un encuentro secreto con un emisario estadounidense, con un único mensaje: ‘Renunciamos a reclamar el retiro de las tropas estadounidenses del Sur; a cambio, garanticen que no cuestionarán la existencia de nuestro país’. George Bush padre respondería a la oferta con su silencio. Fue entonces cuando Kim Il-sung lanzó su política nuclear, convencido de que Washington quería borrar del mapa a la RPDC.” Lo que no era totalmente falso. Como todo surcoreano, Jeong rechaza el recurso a la amenaza nuclear, pero insiste en el orden de responsabilidades, contradiciendo la historia oficial: Washington arrojó leña al fuego; Pyongyang reaccionó.

 

En Seúl, el sucesor de Roh, Kim Young-sam, estaba persuadido, al igual que el presidente estadounidense, de que el Norte comunista se hundiría, como Alemania del Este en su momento. Para precipitar su caída, bloqueó todas las salidas. La RPDC vivió un período (1995-1998) de hambruna espantosa, cuyas secuelas se hacen sentir hasta el día de hoy. Pero la represión y los reflejos nacionalistas de su población evitaron que estallara en pedazos.

 

Un mar de prejuicios

 

La leyenda asegura que el bloqueo fue roto en 1998, cuando Chung Ju-yung, el fundador de Hyundai, uno de los más poderosos chaebols (grandes conglomerados) surcoreanos, cruzó la frontera a la cabeza de un rebaño de mil vacas, símbolos de la ayuda humanitaria, antes de reunirse con el presidente norcoreano. Pero el gran avance fue el histórico encuentro entre Kim Jong-il (Norte) y Kim Dae-jung, en junio de 2000. Se abrió entonces una década de diálogo e intercambios: apertura de un sitio turístico en el Monte Kumgang (2003) y de una zona industrial en Kaesong, en territorio norcoreano, con empresas surcoreanas (2004); reconexión, bajo vigilancia, de algunos enlaces ferroviarios y viales (2007), etc.

 

Esta Sunshine Policy (“política del rayo del sol”), bautizada así por Kim Dae-jung en referencia a la fábula de Esopo “El sol y el viento”, conoció muchas tormentas, alimentadas por las escaladas nucleares de Pyongyang (tres ensayos desde 2006), las intransigencias estadounidenses y la ambigüedad china. Naufragó completamente con la llegada del presidente conservador surcoreano Lee Myung-bak, que eligió la confrontación. Único vestigio de esta década promisoria: el complejo de Kaesong.

 

¿Se debe por tanto abandonar cualquier esperanza de paz, o incluso de reunificación? Aunque conservadora como Lee, la presidenta Park Geun-hye prometió al llegar al poder, en 2013, establecer una “política de confianza” (Trust Policy), a mitad de camino entre la “política del rayo del sol” y el cierre total de su predecesor. Pero exceptuando los encuentros familiares de octubre pasado, nada parece cambiar. “Park pisa el freno y el acelerador al mismo tiempo –exclama Jeong–. Hace mucho ruido, pero no se mueve.”

 

El director del Centro de Estudios Norcoreanos en el Instituto Sejong de Seúl, Paik Hak-soon, no es mucho más amable con la Presidenta, a quien acusa de manipular la cuestión norcoreana por oscuras razones de política interior. En su oficina en la entrada del campus, vuelve sobre el impresionante desfile militar que el 10 de octubre de 2015 organizó el presidente del Norte, Kim Jong-un; un giro donde lo más importante no es el despliegue de las Fuerzas Armadas, sino su significado político: el Presidente afirma así su “control sobre los asuntos militares y económicos, sobre el Estado y el Partido”. “Es una pena que, focalizándose en las taras del régimen, la prensa ignore lo que cambia –agrega–. La economía norcoreana está mejor; Kim Jong-un consolidó su poder; mejoró sus relaciones con Japón que, desde mayo de 2014, levantó algunas sanciones [como la prohibición de transferencias de dinero en efectivo], y con el cual inició negociaciones sobre la cuestión de los ciudadanos japoneses secuestrados (3). Resolvió el contencioso con Rusia sobre la deuda (4) [11.000 millones de euros, que datan de la época soviética, y que Vladimir Putin condonó en un 90%]. Y en septiembre de 2015 Moscú reabrió parte del ferrocarril que une la ciudad rusa de Khassan con la ciudad norcoreana de Rajin.”

 

Otro especialista reconocido, Koh Yu-hwan, también estima que el período es favorable: “Kim Jong-un intenta mejorar las relaciones con Corea del Sur y le gustaría pacificar las tensiones con Estados Unidos. Sólo si el diálogo fracasa se lanzará a nuevas provocaciones”. Este director del otro gran instituto de estudios norcoreanos de Seúl –en la Universidad de Dongguk, en este caso– es uno de los escasos investigadores que pudieron franquear la frontera en el marco de los intercambios entre su universidad (budista) y el renovado templo del Monte Kumgang. Participa en la comisión presidencial para la preparación de la Unificación, bajo la autoridad directa de Park, sin control y muy criticada por los medios progresistas y pacifistas. Aparece como una voz única que propugna el diálogo en un mar de prejuicios.

 

En efecto, para la mayoría de los dirigentes surcoreanos, el régimen de Pyongyang está condenado a derrumbarse. El pasado 25 de octubre, en la portada del diario conservador Chosun Ilbo, el más leído del país, se leía una pregunta retórica: “¿El régimen norcoreano tiene los días contados?”. Y el editorialista citaba la “creciente desafección de las elites”: ocho altos funcionarios del régimen se refugiaron en el Sur en 2013 y dieciocho en 2014, sobre un total de refugiados en baja (2.600 por año entre 2008 y 2012, 1.596 en 2014). A la espera del gran día, se multiplican los estudios comparativos con Alemania. Y fue en Dresde, el 18 de marzo de 2014, que Park  propuso una “iniciativa de reunificación pacífica de la península” (5). Siempre con la idea del triunfo de una Corea capitalista y democrática en toda la península.

 

No obstante, la comparación con las dos Alemanias de los años 1970-1980 no parece en absoluto pertinente, sobre todo porque las dos Coreas se enfrentaron militarmente en una guerra civil. A pesar de una historia y una cultura comunes, persisten profundos odios. Además, las divergencias son mucho más grandes: si bien la economía de Alemania Occidental era cuatro veces más fuerte que la de Alemania Oriental, en el caso de las dos Coreas la relación es de 1 a 60. No debe asombrar entonces que la nueva generación surcoreana, a la que ya le cuesta encontrar su lugar en una sociedad en crisis, no manifieste un gran entusiasmo ante la idea de pagar para acoger a un vecino al que sólo conoce a través de caricaturas. Además, los refugiados norcoreanos siguen siendo maltratados, condenados a labores menores y a menudo discriminados (6).

 

Nadie puede afirmar si el régimen de Pyongyang perdurará; pero apostar a su derrumbe impide cualquier reflexión que permita salir de una política de confrontación. Al contrario, “si se parte de la idea de que Corea del Norte va a seguir existiendo –asegura Koh Yu-hwan–, entonces hay que encontrar vías para dialogar y negociar. Todo el mundo tiene interés en que se integre al capitalismo mundial”. Como la mayoría de los expertos entrevistados, aboga por una política gradual. Al igual que Choi Jin-wook, presidente del muy oficial Instituto para la Unificación Nacional de Corea (Korea Institute for National Unification) en Seúl: “Dado que las relaciones entre ambos países han conocido una serie de progresos y regresiones, la confianza está muy afectada. Por lo tanto, hay que empezar por cosas simples y avanzar progresivamente”.

 

El mayor obstáculo

 

Sobre el principio, todos parecen estar de acuerdo. En cuanto a los actos… Park Sun-song, profesor e investigador en el Instituto de Estudios Norcoreanos de la Universidad Dongguk, cuestiona el orden de prioridades que reitera la presidenta Park: abandono del arma nuclear por parte de Pyongyang a cambio de una ayuda humanitaria y negociaciones. “Por supuesto, la desnuclearización sigue siendo un objetivo clave; pero teniendo en cuenta la densidad de armas acumuladas en la península, Pyongyang no puede sino considerar como una presión el tratamiento de esta cuestión bajo su aspecto puramente militar”, afirma.

 

Hay que recordar que si Corea del Norte no tiene nada de un ángel de la paz, Corea del Sur posee armas ultramodernas, con sistemas antimisiles estadounidenses, y que Estados Unidos tiene allí estacionados cerca de 29.000 soldados. “Lo nuclear –prosigue Park Sun-song– es apenas uno de los problemas a resolver. Es trabajando en el proceso de paz y cooperación que obtendremos la desnuclearización, y no al revés.” Lo que concierne al Norte y al Sur pero asimismo a todo el Noreste Asiático –y por supuesto a Estados Unidos–. “Hoy como ayer –explica el ex ministro de la Unificación Jeong–, representa el obstáculo más importante para la normalización entre ambas Coreas.”

 

No sólo Washington rechaza todo diálogo bilateral con Pyongyang, sino que los ejercicios militares conjuntos con el ejército surcoreano exacerban los temores. En el origen se trataba “de entrenar las tropas estadounidenses y surcoreanas para luchar contra la infiltración de las fuerzas especiales norcoreanas en el corazón del territorio surcoreano –recuerda Moon Chung-in, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Yonsei en Seúl–. Luego, en 2013, el objetivo se modificó, y Estados Unidos desplegó armas tácticas: además de submarinos nucleares, bombarderos B-52 y bombarderos furtivos B-2, capaces de embarcar armas nucleares, así como cazas furtivos F-22 y destructores equipados con el sistema antimisiles Aegis” (7). Moon Chung-in no minimiza el “comportamiento belicoso” de Pyongyang; pero dice que fue “el aumento de amenazas estadounidenses lo que condujo al poder norcoreano a adoptar semejante postura”.

 

No obstante, la reacción de la RPDC –amenaza nuclear, lanzamiento de misiles– no le permitió obtener la negociación reclamada con Washington. En octubre pasado, la televisión del Estado norcoreano llamó por fin a salir de “la escalada de tensiones”: “Si Estados Unidos da valerosamente la espalda a su actual política [y negocia un tratado de paz], estaremos felices de responder mediante un comportamiento constructivo. Ya enviamos un mensaje por canales oficiales para conversaciones de paz, y esperamos la respuesta” (8). Sin duda, Pyongyang espera negociaciones como con Irán. Pero, en ocasión de nuestro encuentro en Dongguk, Koh Yu-hwan recuerda que “Irán no tiene a su lado a China”. Ahora bien, “Estados Unidos también tiene en su mira a Pekín”.

 

Es cierto que tras el último ensayo nuclear China terminó votando las sanciones contra la RPDC. Pero sigue suministrándole ayuda alimentaria y petróleo –entre otras cosas– para prevenir cualquier choque fatal. Sin embargo, el presidente Xi Jinping nunca se encontró con su joven homólogo norcoreano, mientas que viajó oficialmente a Seúl y Park visitó Pekín para asistir al desfile militar que conmemoraba el fin de la guerra contra Japón. Políticamente, el gesto es espectacular, y el acercamiento es sensible en momentos en que ambos países están en tensión con Tokio. Económicamente, China se convirtió en el primer socio de Corea del Sur, que es su tercer proveedor. 

 

En Seúl, los amigos conservadores de Park no ven con buenos ojos este idilio en momentos en que las relaciones sino-estadounidenses no son las mejores. Recuerdan que si bien China es el primer socio comercial, Estados Unidos sigue siendo el primer socio securitario. Un diplomático surcoreano señala: “En el cielo de Asia del Este hay dos soles nacientes [China y Estados Unidos]. Corea del Sur tendrá que elegir” (9). Actualmente, la presidenta Park utiliza los dos soles. Pero siempre vacila en iniciar e imponer negociaciones serias con Pyongyang. La propuesta norcoreana de una confederación o la de los progresistas surcoreanos de una unión federal a la manera de la Unión Europea, siguen siendo vagas hipótesis.

 

 

1. Según el Ministerio de la Unificación en Seúl, el 53,9% de esos candidatos a los reencuentros tienen más de 80 años, y el 11,7% más de 90 años.

2. Véase Bruce Cumings, “El delirio atómico de MacArthur y LeMay”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, diciembre de 2004.

3. Durante la Guerra Fría, el gobierno norcoreano secuestró japoneses para formar a sus espías. Quedarían trece según Pyongyang, que liberó a cinco, y diecisiete según Tokio.

4. Véase Philippe Pons, “Rusia al rescate”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2015.

5. “La présidente fait une proposition en trois volets à Pyongyang”, Korea.net, 31-3-14.

6. Véase Martine Bulard, “Reeducación ideológica de los norcoreanos”, Explorador – Corea del Sur: detrás del milagro, Capital intelectual, Buenos Aires, julio de 2015.

7. Entrevista realizada por Antoine Bondaz, Korea Analysis, Nº 1, París, enero de 2014.

8. “North Korea proposes talks on peace treaty with US”, NK News, Seúl, 9-10-15.

9. “La politique sud-coréenne n’a pas à choisir entre deux soleils”, entrevista con Yun Duk-min, Korea Analysis, Nº 7, julio de 2015.

 

 

*Jefa de redacción adjunta de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Teresa Garufi

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