El Eln: La diferencia específica

El Eln: La diferencia específica

El 7 de febrero fue instalada, de manera formal la fase pública de las negociaciones con el Eln. ¿Por qué el gobierno no negoció, de manera simultánea con Farc-Eln? Sin duda no fue en razón de su diferente naturaleza; el criterio del gobierno siempre ha sido de puro pragmatismo militar: cada logro parcial no sólo disminuye la amenaza sino que rebaja el precio del resto. Sin embargo, las diferencias existen.

 

 

El problema del gobierno, decía una vez, con cierta sorna, Víctor de Currea, quien ha dedicado los últimos años a estudiar el tema, consiste en que “considera el Eln un grupo como las Farc pero más chiquito”. Pero no es sólo un problema para el diseño de la negociación. El gobierno ya reconoce que no espera simplemente que se sumen a lo acordado con las Farc pero supone que se trata de añadir algunos temas nuevos, sin entender que existen diferencias sustanciales. “Defender la negociación con el Eln – advierte de Currea– parte de reconocer que dicha insurgencia tiene un proyecto político… Reducirlo a su dinámica militar es negar una de sus mayores diferencias con las Farc, parte de su estrategia para la negociación y su forma de relacionarse con la comunidad” (1). Como quien dice que poco se avanzará si no se precisan las diferencias específicas, lo cual equivale a profundizar en el análisis de nuestro complejo conflicto armado.

Después de tres cuartos de siglo todos se parecen

No cabe duda que en lo corrido del siglo XXI el conflicto armado colombiano se nos presenta, a primera vista, como un conjunto indiscriminado de manifestaciones de levantamientos o guerras campesinas, con sus luces y sus sombras, quizá como la revolución mexicana. Muy lejos ya de sus orígenes que tienen tanto de continuidad con las resistencias campesinas del periodo de La Violencia como de las iniciativas de jóvenes que marcharon a las montañas en pos de una revolución. Es por eso que hoy resulta difícil distinguir identidades. Es el resultado de una larga historia en la cual, aparte de las siglas que hoy tenemos, surgieron y desaparecieron no pocas iniciativas armadas (varias de ellas luego de otros acuerdos de “paz”), cosa que, curiosamente, tiende a olvidarse, detrás, precisamente, de la acostumbrada denominación en singular de “El conflicto armado”. O de la reciente magnificación interesada del gobierno según la cual las Farc, siendo “el más grande y el más poderoso grupo” –como suele decirse– es EL conflicto armado, y su historia, LA historia.

La fotografía actual no nos permite, pues, distinguir cabalmente ni los personajes ni el paisaje. Llegamos a una situación que no hace justicia a lo que ha sido toda una historia. Es difícil entender que aquí hubo una tentativa de guerra revolucionaria, constatación que no implica necesariamente una valoración, pero que sí nos obliga a hacer una advertencia fundamental. A la situación actual llegamos después de una ruptura histórica crucial. No es posible entender la actual confrontación sin reconocer dos factores estrechamente relacionados, cuyos efectos todavía hoy se arrastran. De una parte, la irrupción del narcotráfico que representó un quiebre fundamental para la sociedad colombiana, no sólo desde el punto de vista económico y político sino, sobre todo, cultural. Cualquier proyecto de guerra revolucionaria tenía que palidecer y hundirse frente a la realidad de ese otro accionar militar, el de las mafias. Y de otra parte, la devastación producida por la guerra sucia y el genocidio adelantado mediante la estrategia paramilitar. No sólo liquidó, por mucho tiempo, las posibilidades del movimiento popular, que era el verdadero objetivo de sus promotores, sino que rompió o ensombreció las relaciones entre los grupos insurgentes y las comunidades rurales. Para no mencionar la obvia realidad del vaciamiento del campo.

No obstante, el origen es clave para entender las identidades de los proyectos políticos pese a que se han construido y reconstruido en el curso de esta historia (2). Cuando hablamos de proyectos políticos aludimos, desde luego, a una combinación de determinantes sociales y subjetividades políticas. No es válido establecer una separación entre ambos tal como han procedido algunos historiadores y politólogos al introducir un problema, o dilema, falso, de ninguna manera inocente. ¿Se trata de causas estructurales (la pobreza, la exclusión, etcétera) o de propuestas políticas “intencionales” (“toma del poder”)? Como si probar lo primero funcionase como exculpación y aceptar lo segundo fuese una confesión de culpa. La subjetividad social, entendida como cultura, como espíritu de una época, constituye también un elemento “objetivo” de la historia. Es el caso de América Latina, en los años sesenta. Lo cierto es que resulta posible establecer algunos rasgos invariables en cada una de estas dos vertientes que son, a la vez, de diferenciación de lo cual es prueba el hecho de que no hayan materializado nunca una alianza o coordinación permanente y mucho menos algún tipo de fusión. Este esclarecimiento, en todo caso, es esencial, no sólo para discriminar los tipos de negociación como se dijo al principio, sino para entender las opciones políticas que habrán de ventilarse en el que se ha llamado pos-conflicto.

La matriz ideológica de las opciones

Sin duda, un indicio importante para ambos se encuentra en el punto de partida, años 64 y 65 del siglo pasado, y sobre el cual hay abundante historiografía. Aunque es necesario también eliminar algunos lugares comunes que, examinados de cerca, resultan ser falsos. Por ejemplo, pese a que en el Eln haya sido muy sonada la vinculación de activistas urbanos, especialmente estudiantes y sindicalistas, y célebre en el caso del padre Camilo Torres, lo cierto es que en ambas vertientes hay una inocultable relación con la resistencia campesina sobre todo liberal en las regiones iniciales de operación. En las Farc, es pura prolongación, en el Eln búsqueda de redefinición (3). La diferencia más evidente estriba en que para la primera existe un referente político externo, esto es, el Partido Comunista, mientras que en la segunda es la misma guerrilla, la organización política. Organización político-militar se dijo desde entonces, de conformidad con la teoría del “foco” en la versión funesta de la experiencia cubana que elaboró el intelectual francés R. Debray (4).

Esta diferencia desde el punto de vista de la opción partidaria tiene raíces históricas profundas. Al contrario de quienes piensan que toda la “izquierda” latinoamericana se desprendió de los partidos comunistas (“nueva izquierda” o “ultraizquierdistas”), lo cual sería aplicable solamente a los partidos llamados “marxistas-leninistas” (M.L) que adoptaron la orientación Maoísta, en muchos países, incluida Cuba, las vertientes revolucionarias alternativas surgieron de otras tradiciones, en particular (después del declive del anarquismo) del nacionalismo popular. En Colombia, por ejemplo, del gaitanismo, posterior al 9 de Abril, como una vertiente liberal que va más allá del partido que había seguido ostentando ese nombre (5). El surgimiento del Eln es, por ello, completamente paralelo, a pesar del hecho anecdótico de que algunos de sus fundadores hubieran pasado por las juventudes comunistas y de la formación en el marxismo de otros. Las tres fuentes que dieron lugar al Eln fueron en realidad: El Moec 7 de enero (1959), las Juventudes del Mrl (1961) y el Fuar (1962). Luego, tendríamos que contabilizar los activistas formados en la experiencia fugaz del Frente Unido, y más adelante, del cristianismo revolucionario.

Así pues, tal como se vio en Cuba, en Venezuela, en Guatemala, en Nicaragua y en otros países, esta particular idea de revolución con tintes conspirativos que bien podía ser a través de un golpe militar, de un levantamiento urbano, o de una guerra de guerrillas ya era patrimonio de la cultura política latinoamericana antes de convertirse en un camino hacia el socialismo. Y es en esa medida como entra en contradicción con la orientación estratégica del movimiento comunista internacional (Mci), tributario ideológico del Partido Comunista de la Unión Soviética (Pcus), transformando su discurso y convirtiéndose, gracias a la revolución cubana, en interlocutor válido, desafortunadamente, casi que de manera exclusiva en torno al tema de la necesaria vía armada de la revolución.

Es esta orientación del Mci que se acaba de mencionar, la que marca el contenido político de fondo del proyecto de las Farc. Un contenido sobreviviente a más de cincuenta años de historia, pese a las vacilaciones, las ambigüedades y las discrepancias ocasionales. El Partido Comunista Colombiano, desde los años cuarenta, desde los brutales años de la violencia, se encuentra con la resistencia armada campesina y no puede menos que participar en ella. Y ya avanzado el Frente Nacional termina a la cabeza de una de sus manifestaciones más significativas.

Los malentendidos de la “Guerra Fría”

Al contrario de lo que piensa la derecha, el Mci, en particular el de América Latina, no era partidario de la lucha armada. Y al decir tal Movimiento debemos referirnos a una corriente política (y a un conjunto de partidos) cuyo origen se encuentra en la Internacional Comunista cuya concepción continuaron compartiendo pese a su disolución en 1943. Al comenzar el decenio de los sesenta, a la cabeza del gobierno de la Urss se encontraba Nikita Jruschov quien con su Informe al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (Pcus), en 1956, había dado cuerpo a lo que se conoció como el proceso de “desestalinización”. No obstante, en su política exterior se mantenía bajo las líneas señaladas por Stalin que pueden resumirse así: aunque la confrontación de clases continuará dentro de los países lo mismo que la lucha de liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo, el hecho crucial y definitivo de la época es la construcción del socialismo que avanza con la fuerza de una ley histórica en la Unión Soviética. La implicación para estos partidos era simple y la expresaba el propio programa de la Internacional, aprobado en 1928, con una cruda franqueza que hoy asombra: “el proletariado internacional, del que la Urss es la única patria, la ciudadela de sus conquistas, el factor esencial de su liberación internacional, tiene el deber de contribuir al éxito del socialismo en la Urss y de defenderla por todos los medios contra los ataques de las potencias capitalistas” (6).

De ahí que la contradicción fundamental sea la que opone el campo socialista al mundo capitalista (después de la Segunda Guerra Mundial, bajo la hegemonía del imperialismo norteamericano). Jruschov la presentaría entonces en términos de competencia (“emulación”) económica. En el XXI Congreso del Pcus, en 1960, adquiere las tonalidades de una profecía: ejecutado el primer plan decenal, la Unión Soviética habrá superado el producto per cápita de los Estados Unidos y en diez años más “se habrá construido la sociedad comunista”.

En estas circunstancias no sorprende la consecuencia doctrinaria que, convertida en orientación estratégica, el Pcus enunció como la “coexistencia pacífica” cuya aplicación, como es lógico, no estuvo exenta de turbulencias, en especial en lo referente al respeto de las respectivas “áreas de influencia” que era el tácito supuesto. Así, las luchas de liberación en África, Asia y América Latina pasaron a ocupar un lugar subordinado (7). Téngase en cuenta que, para entonces, se consumaba ya el proceso de “descolonización” (sólo en 1960, diez y seis países de África adquirieron su independencia) quedando pendientes algunos como Argelia e Indochina (Viet Nam). La cuestión fundamental, entonces, era definir la orientación que irían a tomar los nuevos gobiernos (y los antiguos en países “atrasados”). Para el “campo socialista” el criterio era sencillo: estar en contra de los Estados Unidos y a favor de la Urss, y a ello se reducía la relación entre liberación nacional y socialismo. Así se fueron graduando de “progresistas” muchos gobiernos.

En realidad, no se trataba tanto de si la lucha era armada o pacífica, ni siquiera de si el cambio era producto de una revolución o no, sino de la posición del gobierno. Para los partidos, esto definía además un criterio mucho más sencillo para las alianzas; atrás quedaban las discusiones sobre la existencia o no de una burguesía nacionalista cuya engorrosa búsqueda se le dejaba a las corrientes maoístas, bastaba con caracterizar la posición asumida por tal o cual partido o fracción política. Los nuevos términos cabalísticos utilizados para las clasificaciones y las consignas eran “Paz, Democracia y Progreso” (8).

La situación se complica en América Latina donde la clasificación de “países coloniales y semicoloniales” nunca logró dar cuenta de la dinámica real de los conflictos, y las tendencias revolucionarias continuaban en busca de caracterización. Los partidos comunistas, en varios países, se encuentran con tales tendencias y con tentativas insurgentes frente a las cuales debían asumir una posición. Especialmente, como ya se dijo, después de la revolución cubana, cuyo gobierno empieza a ser acusado de querer “exportarla”.

No obstante, acusaciones aparte, lo cierto es que, dado el ambiente político de revolución inminente, se genera una disputa entre diferentes corrientes y posiciones la cual involucra a Cuba; el punto de partida puede ubicarse en Venezuela donde el partido comunista toma en 1962 una decisión, contribuyendo a la formación de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (Faln); decisión tan contundente como efímera pues en 1965 ya las crecientes dudas habían dado lugar a divisiones internas hasta que en 1967 un pleno del comité central proclama el abandono de la lucha armada y decide la participación electoral. La historia parece repetirse en otros países donde las posiciones de los partidos oscilan entre la ambigüedad y el rechazo frontal. Ricardo Ramírez refiere que el Partido Guatemalteco del Trabajo (Pgt), del cual era militante en ese momento, había preconizado en su tercer congreso de 1960 la “utilización de todas las formas de lucha” y que luego, en 1964, pese a que la línea oficial era de lucha armada “seguía como antes buscando soluciones democráticas”. Según su balance, se trataba de una concepción según la cual “el papel del frente guerrillero se reducía a precipitar una decisión política tomada fuera de él” (9).

Crear dos tres muchos Viet Nam…

Sin duda lo que nos trajo la década del sesenta fue no tanto la disputa como la emergencia de una renovada corriente revolucionaria que se alimentaba, al igual que de la experiencia heroica y victoriosa de la revolución cubana, del movimiento tercermundista ya mencionado. En enero de 1966 se llevó a cabo la Conferencia Tricontinental de La Habana que dio lugar, entre otros resultados, a la Organización latinoamericana de Solidaridad, Olas, cuyo primer congreso sesionó en agosto de 1967 también en la capital cubana.

Sobra decir que el punto de partida de esta corriente era la convicción de que era posible, a un plazo más o menos corto, el triunfo de un levantamiento armado revolucionario, precisamente en este subcontinente que, por cierto, era al mismo tiempo el “patio trasero” del imperialismo yanqui. Como quien dice, la clave de la estrategia mundial de la revolución socialista, sobre la base de la insurgencia de los pueblos oprimidos por el imperialismo. Dos meses después de aquel congreso, sin embargo, caía en Bolivia el Che Guevara el principal exponente y ya símbolo de esta estrategia, lo cual llevó a muchos analistas a concluir que su principal desenfoque consistía en que justamente en ese momento se atravesaba por un periodo de descenso de las luchas populares que contrastaba brutalmente con el fortalecimiento de una contraofensiva militar tan despiadada como exitosa (10).

Es en estas circunstancias cuando, en Colombia, toma fuerza nuestra particular forma de la guerra de guerrillas cuya permanencia en el tiempo se explica por la continuidad que presenta con respecto a la resistencia campesina anterior y los factores que la habían alimentado. No obstante, pueden identificarse dos grandes vertientes diferenciables. En el desenvolvimiento de las Farc, que nacen como autodefensa campesina, inciden de manera conjunta las operaciones militares de cerco y aniquilamiento que les niegan cualquier alternativa, y los factores de exclusión política. El Partido Comunista (PCC) fue declarado ilegal durante la dictadura de Rojas y luego, durante el Frente Nacional, se le negaba cualquier participación electoral propia. Ello explica la particularidad que adquieren aquí los términos de la discusión internacional. La lucha armada era un hecho insoslayable y no podía haber posición distinta al apoyo; en la única forma en que éste es posible, es decir extendiéndola y cualificando su desarrollo.

El historiador Eduardo Pizarro señala que, ya en 1950, el PCC tuvo que librar una gran batalla contra los sectores que “la consideraban la forma fundamental de acción en ese momento” pero añade que siempre la tuvo como una “reserva estratégica” para acceder al poder. Sostiene que la acción armada inspirada por el Partido se desenvuelve en una suerte de movimiento pendular entre autodefensa y guerrilla hasta llegar a la pretensión de ejército con vocación de poder (11).

Tesis que, obviamente, va encaminada a una discutible valoración: solamente podría exculparse la autodefensa. Es un juicio –y una condena– que tampoco coincide con los hechos políticos. Podría decirse, en sentido opuesto, que en la matriz política de las Farc siempre estuvo el espíritu de la autodefensa. En una época de euforia revolucionaria armada como en la primera mitad de los años ochenta (recordar el impacto mediático del M-19), Jacobo Arenas, después de señalar que estarían dispuestos a seguir también una lucha no armada, establece como condición insurreccional: “en el caso de que se cierren las posibilidades democráticas y se instaure en el país una dictadura de tipo fascista” (12).Nuevamente hay que advertir: al contrario de lo que dice la derecha, la famosa fórmula de la “combinación de las formas de lucha” no se lanzó para esconder de manera perversa una voluntad militarista, sino al revés, para justificar la persistencia en acciones legales y electorales, durante un largo periodo (cuatro décadas por lo menos) en el que predominaban las presiones de un clima ideológico favorable a la “toma del poder por las armas”.

El derecho fundamental a la rebelión

Una segunda vertiente estaría representada, por supuesto, en el Eln y el Epl (Partido Comunista M-L), y otros que vinieron después (no pocos). El Eln, en particular, se hace cargo, como es bien conocido, de toda la ideología y la estrategia que emanaba del ejemplo cubano. Pero no era una simple doctrina de secta, era una suerte de clima de opinión, especialmente entre la juventud. Así como, al principio, influía en todas las corrientes, y ya en el ámbito restringido del debate en el comunismo internacional, la argumentación del partido chino. Ahora bien, este clima de opinión revolucionaria encajaba perfectamente en la reacción (decepción) que había producido el Frente Nacional que no era ejemplo ni de democracia política ni de reforma social. Ello permitía una redefinición de la resistencia armada campesina y su conversión en una propuesta ofensiva amplia (también obrera y urbana) de transformación política y social radical.

En el caso del Eln, y sólo para establecer un punto de comparación, no era menester, por ejemplo, una justificación inmediata, concreta, fáctica, de la opción armada; bastaba una consideración sobre el carácter general del capitalismo dependiente: “Un estudio serio de la realidad colombiana nos ha llevado a la conclusión de que ni el imperialismo norteamericano ni la oligarquía que lo apoya en nuestro país permitirán pacíficamente el ascenso de las masas populares al poder” decía su primera Declaración programática en 1965. Y enseguida: “Ante esta situación, determinada por la naturaleza agresiva y voraz de los explotadores nacionales y extranjeros, nuestro pueblo se ve en la obligación de organizarse para responder a la agresión oficial, tomar la iniciativa y desencadenar la ofensiva revolucionaria mediante el desarrollo de la guerra del pueblo contra los explotadores… con el propósito de arrancar el poder a las clases dominantes y establecer un Gobierno popular y democrático de liberación nacional” (13).

Muchas cosas han sucedido desde entonces y varios cambios se han presentado en una fuerza política que incluso tuvo la capacidad de morir y resucitar una vez, y es evidente que se necesitaría un análisis de conjunto que cubra toda su historia para caracterizar adecuadamente lo que es hoy el Eln. Es más, es posible que su actual dirección ni siquiera se acuerde o tenga en cuenta esa historia. No obstante, existen elementos originarios, como los descritos antes, que pesan todavía en sus opciones políticas y definen la naturaleza de una negociación. Algunos rasgos diferenciales que se deducen fácilmente son los siguientes: en primer lugar, el énfasis está puesto mucho más en la reforma socioeconómica que en las oportunidades y facilidades para la actuación de su organización; una reforma, en segundo lugar, que necesariamente rebasa lo agrario y debe tocar el conjunto de las actuales estructuras; en tercer lugar, se trata de una reforma que debe resultar directamente de las exigencias de las masas populares y no por su mediación. Como se ve, implicaría, en cierta forma, un cambio de libreto. Desde el M-19, la clave de los acuerdos ha estado en la apertura democrática, entendida más que todo como la superación del bipartidismo oligárquico, y en la paz, entendida como la garantía para hacer política sin recurrir a las armas. Suelen sellarse, paradójicamente, en un proceso electoral.

Esta negociación acaba de comenzar y no es posible por el momento determinar su rumbo; ya muchos opinan que necesariamente llegará hasta el próximo gobierno. De todas maneras, es preciso adoptar cierta cautela al decir que se ha abierto “un periodo de posconflicto y de paz”. Se podría afirmar, aun a riesgo de incurrir en anacronismos, que hoy se cierra un ciclo, el de la antigua violencia de los años cincuenta que podía tener como alternativa una operación de inclusión política, pero queda pendiente otro, el de la insurgencia revolucionaria de los años sesenta.

 

Eln – Ejército de liberación nacional (1965).
Epl – Ejército popular de liberación (1966).
Faln – Fuerzas armadas de liberación nacional (1962).
Farc – Fuerzas armadas revolucionarias de Colombia (1964).
Fuar – Frente unido de acción revolucionaria (1962).
Moec – Movimiento obrero estudiantil campesino (1959).
Mci – Movimiento comunista internacional.
Mrl – movimiento revolucionario liberal (1961).
Pcc – Partido comunista de Colombia (1930).
Pcus – Partido Comunista de la Unión Soviética.
Pgt – Partido guatemalteco del trabajo (1949)

 

1. De Currea Lugo, V. (Editor) “¿Por qué negociar con el ELN?”, Editorial P.U. Javeriana, Bogotá, 2014
2. En esta larga historia de conflicto armado cabe desde luego una periodización, cosa que, de manera sorprendente, ha sido poco intentada. Paradójicamente, la subestimación de la historia, es quizá el principal desenfoque de los textos encargados por los negociadores de La Habana, pese a la curiosa pregunta que se hizo de ¿Cuándo empezó? La guía verdadera, aunque tácita, era valorativa. Sin duda terminaron presos del chantaje de la legitimación (deslegitimación). Los unos se detienen en el origen y los otros en los últimos años. Contribución al entendimiento del conflicto armado en Colombia, Ediciones Desde Abajo Bogotá, 2016
3. Toda la obra de Alfredo Molano está encaminada a mostrar la dimensión épica de una resistencia campesina que se desplaza de una región a otra, se desdobla o se multiplica y se repite en cada frente de colonización. El Eln ha tenido menos historiadores y nunca de tan excelente factura literaria, sin embargo, es claro que a partir de su recuperación en la segunda mitad de los setenta, también se expande sobre bases campesinas al ritmo de la colonización. Poco sentido tiene, en consecuencia, determinar quién ha tenido más campesinos. Desde luego hay, así mismo, diferencias notables en el tipo de penetración social sobre todo cuando se toma en cuenta el conjunto de clases sociales y el ámbito urbano.
4. No obstante, en el caso de las Farc, se registra un cambio sustancial a finales de los años ochenta y después de la desastrosa experiencia de la Unión Patriótica. Sin desprenderse de todas maneras de lo que podría llamarse la “familia comunista”, comienza a ganar autonomía; intenta alternativas propias con la construcción del partido comunista clandestino y lo refuerza luego con la propuesta del Movimiento Bolivariano.
5. Ver: Díaz J., José Abelardo, “El Gaitanismo en el imaginario de la nueva izquierda colombiana”. Anuario colombiano de historia social y de la cultura. Vol 36, Nº 2 Julio-diciembre de 2009. U. N. Bogotá
6. Programa aprobado en el VI Congreso de la Internacional Comunista (1928) , citado en Claudin, F. “La crisis del movimiento comunista internacional”, Ed. Ruedo Ibérico, Madrid, 1970
7. El Partido Comunista Chino que había roto con su homólogo ruso expresa, con esa maravillosa capacidad de esquematización que tiene el maoísmo, la más exitosa refutación de toda esta doctrina: la contradicción entre el socialismo y el capitalismo existe pero es secundaria, la principal es la que se da entre el imperialismo y los pueblos oprimidos.
8. En 1964 cae Jruschov y es reemplazado por Breznev. Sin embargo los lineamientos son más o menos los mismos, sólo que las dificultades se incrementan en relación con la definición y estabilidad del “campo socialista” ya dividido. Si al primero le tocó enfrentar el levantamiento de Hungría en 1956, al segundo le corresponderá el aplastamiento de la primavera de Praga en 1968. Al mismo tiempo se fortalece la tendencia “tercermundista” conformada por los gobiernos que pretenden tener su propia “doctrina” y se niegan a ser ubicados en uno u otro campo. En abril de 1955 se reunieron en Bandung (Indonesia) buena parte de estos países (afro-asiáticos) y lanzaron la condena al neocolonialismo. Para la segunda (1964) la Urss fue excluida, según se dice por iniciativa del gobierno Chino.
9. Ver Debray, R. “La crítica de las armas –Volumen II”, Siglo XXI editores. México, 1975. Ramírez es coautor del capítulo sobre Guatemala
10. Entre ellos Debray cuya obra citada es una extensa y sofisticada autocrítica.
11. Pizarro, E. “Las FARC, 1949-1966, de la autodefensa a la combinación de todas las formas de lucha”, Tercer Mundo editores, Bogotá, 1991
12. Ver entrevista en Arango, C. “FARC: veinte años”, Ediciones Aurora, Bogotá 1984
13. Citada en Arenas, J. “La guerrilla por dentro”, Ed Tercer Mundo, Bogotá, 1971

 

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