La Casa Blanca lanzó una ofensiva contra las universidades más prestigiosas del país, a las que considera enemigas. Se aprovecha del resentimiento que generan por su “elitismo” y de la difundida creencia de que no es necesario el título universitario para trabajar. Lo que está en juego es el lugar de la universidad en la economía.
La administración de Donald Trump ha golpeado el bolsillo de seis de las ocho universidades de la Ivy League: suspendió el desembolso de 175 millones de dólares en subvenciones a la Universidad de Pensilvania, de 210 millones a Princeton y de 510 millones a Brown, e inició una auditoría sobre el uso de los 9.000 millones de dólares que recibe Harvard cada año. Además, congeló más de 5.000 millones de dólares en presupuesto para la investigación; y esto podría ser sólo el comienzo. Las instituciones afectadas son bastiones del elitismo universitario estadounidense, conocidas tanto por la excelencia de sus profesores como por la homogeneidad social de sus estudiantes.
