Sobre la importancia de pensar con cabeza propia, sabios como Simón Rodríguez dejaron sus lecciones. Por similar sendero, Guillermo Páramo Rocha, exrector de la Universidad Nacional, aborda con tono cuestionador el camino que como país llevamos, perdidos en el presente y sin horizonte para el futuro.
Escuchar a Guillermo Páramo Rocha es un sereno privilegio en estos tiempos de tanta prisa, tanta confusión y tanta palabra sin hondura. La renuncia al uso de la razón nos condujo a esta encrucijada nacional, regional y planetaria. Y sin embargo, en cada pueblo de la Tierra existen hombres y mujeres que no aceptaron tal renuncia, y no han cesado de trabajar para que sus comunidades puedan acceder a los frutos de la inteligencia y del beneficio común. Con el tiempo esa lealtad a la reflexión, y el amor dulce y severo a la tierra y al pueblo en el que nacemos, se convierten en sabiduría. Pero es necesario aprender a escucharlos. A reconocerlos y apreciarlos en lo que valen, dejando de valorar y de perseguir lo que no vale.
Una vez nos saludamos comienzo por preguntarle de manera genérica, para dar campo libre a su palabra reflexiva: ¿qué consideración le merece la educación en la hora actual de nuestro país?
Su respuesta tiene la precisión de la palabra aquilatada: “Uno no siempre puede ser conciente de lo que está ocurriendo. Opinar sobre el momento puede ser difícil. Pero puede compararse el momento con lo que ha sido y con lo que uno desearía que fuera. El mundo está cambiando muy rápidamente y en los medios de comunicación dicen que la revolución de la informática, la electrónica y la digitalización, es comparable a la difusión de la imprenta de tipos móviles, puede que sea asi… Es necesario reconocer que quienes nacimos en una época distinta podemos sentirnos perplejos frente a lo que está ocurriendo, quizás lo que se siente como degradación, o como perdida, pudiera ser un cambio de modo de ser de la cultura.
Pero hay que reconocer también, que en el presente se viven comportamientos que para alguien que viene de épocas pasadas, son muy preocupantes. Me atrevería a mencionar la falta de profundidad en el tiempo, en el espacio, en la reflexión sobre las ideas.
Este cambio ha significado también una aceleración todavía mayor de la vida, y no hay tiempo ya para reflexionar. Pareciera que lo importante es estar en el instante. Pero el instante se va. Entonces, algo que resulta difícil de aceptar, para alguien como yo, es que las personas, incluso aquellas con conocimiento, con formación, estén en dependencia de lo puramente inmediato, de lo pasajero y de lo aparente…
Una comunicación por twitter ni siquiera permite escribir claramente; todo se volvió un mecanismo de comunicación telegráfica que ni siquiera es telegráfica; una forma de abreviar la escritura que en muchos casos es abreviar las ideas, y esto ha conducido a algo que tiene que ver con la educación que también me resulta muy preocupante: la dificultad enorme que se tiene, en general, para leer y para escribir. Leer se ha reducido a revisar un mensaje de twitter, eso que llaman trinos, o un fragmento en Facebook. Escribir es redactar esos trinos, en general. Pero es que la lectura no es simplemente un puente con aquello que se nos presenta en lo inmediato sino que también es un puente con todo lo que ha sido la cultura. Con lo que son otros mundos. La lectura es también el camino de la imaginación y de la creación.
Me parece que uno de nuestros problemas en educación, y me refiero no a Colombia sino al mundo en general, es esa falta de contexto. Esa falta de sistema de referencia. Entonces, es muy fácil ser el blanco y también la víctima de cualquiera que pueda manipular ese estado, y por supuesto hay intereses para manipular esos estados, convertir a las personas en meros compradores, clientes que entregan su dinero, en zombies intelectuales que caminan detrás de una frase, de una palabra, de una imagen mínima. Y creo que una sociedad solo puede construirse sobre la base de personas autónomas, pensantes, y cada vez se pierde más esa libertad, por lo mismo que estoy diciendo.
En general, esto también afecta al sistema convencional de la educación, a la escuela, afecta la secundaria y afecta gravemente también a la universidad”.
Sus palabras me llevan a pensar en las artes pedagógicas, que primero tendrían que suscitar amor y curiosidad por los libros y después apoyar el aprendizaje de la lectura.
Entonces, le comento: hace algunos años, a raíz de un informe de la Unesco sobre educación en Colombia, algunas personas propusieron un año más para la formación de secundaria con el propósito, entre otras cosas, de elevar la capacidad de lectura critica.
Y Guillermo Páramo con voz suave, pero con la seguridad de quien conoce lo que está hablando me responde: “un año más de secundaria no sirve para aprender a leer. Ese año más solo serviría para alargar el tiempo de espera para ingresar a la Universidad o a la vida laboral, y bajar de manera artificial la tasa de desempleo.
Creo que el énfasis debe estar en la primaria, sobre todo. Y no en la cantidad de tiempo, sino en el tipo de enseñanza que se imparte, en lo que se entiende por educar.Su palabra es breve, precisa y demoledora. Nuestra nación abandonó su niñez. En el imaginario general tiene más valor la educación secundaria y universitaria, que la que tiene lugar desde antes de nacer y hasta los seis o siete años, precisamente el tiempo en el que se deciden muchas dimensiones fundamentales para un ser humano. En Colombia, en la mayoría de los casos, no se convoca la vida bajo el signo del amor y el cuidado. Y los niños, en su gran mayoría, se espigan en espacios en los que la nación no invierte en la formación de calidad de las personas que los tienen bajo su cuidado. Tampoco invierte en los espacios que permitan el desarrollo de sus potencialidades infinitas.
Toda la vida de Páramo ha estado consagrada a la ciencia y al arte sagrado de educar en nuestra geografía, con nuestra historia. Becado, o fungiendo como profesor invitado, ha tenido la oportunidad de recorrer el mundo: observando y escuchando, leyendo en los símbolos, nutriendo su espíritu con los espíritus de las tierras que ha recorrido.
Como Rector de la Universidad Nacional construyó un sueño acariciado por largo tiempo: fundar las sedes de Leticia –Amazonas– y la de San Andrés islas. ¿Cómo podríamos proteger lo que no conocemos?, me pregunto, en ese tiempo fundacional.
A mi mente vienen los zarpazos sufridos por una nación que ha ignorado sus riquezas, y también pasa veloz la idea de patria como un sano amor a la tierra y al pueblo en el que nacemos, y como un deber de cuidar una y otro. Opuesto por completo al patrioterismo con el que se ha emborrachado a nuestra gente, para temer y odiar al diferente, para seguir ignorando las raíces de nuestros males, y engordar los bolsillo de los fabricantes de armas que se han beneficiado del desangre y la mutilación de nuestros jóvenes.
Pero no quiero abandonar el hilo de la educación en nuestra charla y le solicito ampliar lo que quiere decir con “el tipo de enseñanza” y “lo que se entiende por educar”. Mi interlocutor toma un sorbo de su café, me mira a los ojos y dice:
“En el caso colombiano es muy preocupante que prácticamente haya desaparecido de nuestros programas escolares de bachillerato la geografía, la historia y la geometría, con el supuesto de que hay otras cosas más útiles desde el punto de vista práctico, y también para resolver el problema de la necesidad de economizar tiempo.
Pero alguien que no se puede poner un mapa del mundo en la cabeza, no es un ser libre. Aquel que no sepa donde está Egipto, no es un ser libre. Aquella persona que no pueda organizar el tiempo, así sea vagamente, y saber que acontecimientos están antes o después de otros, es una persona desubicada.
Un asunto de vital importancia, como es la capacidad de pensar, y la comprensión de lo que significa el conocimiento científico, no se logra en una vasta proporción del estudiantado. Crucial tarea que a menudo ha sido delegada a los canales de divulgación científica en los que se presenta tal saber con el mismo estilo y de la misma manera que se presentan los realities. Presentan brillantes conjeturas sobre el cosmos, la vida o la historia, como verdades completamente hechas y, además, hechas por otros. Un niño que vea un programa de esos en la televisión va a encontrar que él no es como las personas que le están hablando en el programa y que, además, esas personas sí son las que saben cómo es el mundo y cuándo comenzó. Muestran un hueco negro como si fuera tan real como los huecos de las calles de Bogotá. En esa mirada la ciencia está hecha, y está hecha por otros, y está hecha en pastillas.
En términos de educación, lo que sucede con el pensar científico es muy lamentable porque la primera condición para que alguien pueda ser independiente es saber que también puede pensar con su cabeza. Es más, saber que él o ella pueden desafiar lo que los otros han pensado. Si esta cultura académica y científica no permea los espacios educativos, continuaremos padeciendo los males de una sociedad que ha renunciando a pensar. En la academia y en la ciencia se respeta profundamente, al punto de la veneración, a un creador del pasado: Einstein, Leonardo, Darwin, pero por otro lado, al mismo tiempo, se está siempre dispuesto a desafiarlo. Si eso no sucede, no hay ciencia. Es el respeto por Einstein, pero al mismo tiempo el impulso de: ¿por qué yo no puedo pensar también? E incluso frente a aquello que me resulta extraño: ¿por que no puedo interrogar y preguntar?
Entonces, cuando el conocimiento está en pastillas, disuelto, porque no se conectan las cosas, porque están ausentes de un sistema de referencia, y de una invitación a la autonomía intelectual, la formación es de autómatas, y hacia allí vamos en el país.
Hay síntomas en el comportamiento de la sociedad que muestran que algo así está ocurriendo, son síntomas éticos, síntomas de una enfermedad muy grave en la cultura y en la sociedad en su conjunto… la ausencia de autonomía intelectual y de libertad conducen también a un menosprecio por los valores propios, está asociada con eso.
Si no soy autónomo intelectualmente, tampoco me valoro a mi mismo. Y alguien que no se valora, tiene el valor de lo que le den, asi sea para comprarlo. Cuando alguien se valora, no se vende, porque él vale más que eso que le dan a cambio de su propio ser. Pero esta es una sociedad en la que las personas más formadas, supuestamente con más recorrido intelectual, se están vendiendo.
En el caso de los jóvenes es posible apreciar una arremetida destinada a que no sean dueños de sí mismos. En los entornos físicos y virtuales de universidades, escuelas y colegios prosperan las empresas que se lucran con sus borracheras y adicciones. Conocemos una epidemia sin precedentes de crímenes entre jóvenes, y no solo acontece en Colombia. ¿Por qué sucede esto? No creo que se explique con pensar que el muchacho que le quita la vida a otro estaba fuera de control en ese momento”.
Escucho estas reflexiones y me es imposible no conmoverme por la extraordinaria lucidez, por el sentimiento que acompaña la apreciación de un tiempo crepuscular. Y le comento, buscando su palabra: en el mundo entero aún no termina una colosal ofensiva de la privatización de todas las esferas de la vida social, y con la justificación de la eficiencia y la sacralización de la tecnología se desataron dinámicas de dudosos beneficios para las comunidades…
“Hay necesidad de examinar las políticas sociales. Claro, siempre es indispensable pensar en lo práctico, en aquello que da comida y bienes. Todos necesitamos comer. Pero durante siglos la academia siempre se resistió a depender de eso. Al punto de que la manera de degradar a alguien en una Universidad, hasta el siglo XIX, era decirle filisteo. Filisteo era quien pensaba básicamente en el negocio. Pero un universo de sentido asaltó también a estos centros de estudio. Ahora el filisteismo forma parte de su existencia. Las universidades son –y deben ser– para formar filisteos. Si no, se está perdiendo el tiempo. ¿Y para que? Para producir más, más riqueza, más negocios, ¿riqueza de qué tipo? ¿Tener cosas que pierden su valor en muy poco tiempo?
No niego que haya que pensar en que las universidades deban tener escuelas de negocios, administradores…. todos debemos pensar en ello. Pero una cosa es que se acepte que esto es necesario y otra que ese sea el sentido de la existencia, y de las universidades.
Queda, entonces, muy poco tiempo para pensar. Para hacer aquello que no tiene lo que llaman utilidad práctica. Lo cual también es muy ingenuo, porque la utilidad práctica de un teorema de matemáticas es mucho mayor que la de un martillo.
Pero esas son las circunstancia nuevas que se sienten con un poco de extrañeza, a veces con tristeza y con rabia. Eso está pasando en el país: el sentido de la Universidad es que sea una buena empresa que forme empresarios. Pero, realmente, su sentido debería ser el de formar gente libre y creadora que tenga capacidad de representarse el mundo y de cumplir un papel al servicio de su cultura y de toda su sociedad.
Muchas veces he dicho que la Universidad representa en nuestra cultura lo que en otras culturas representan los sabios. No todo el mundo tiene la posibilidad de dedicarse a estudiar ni a examinar aquello que está más allá de la experiencia inmediata. Aquello que es enormemente grande o enormemente pequeño, o aquello que está muy lejos o aquello que dura fracciones de pico segundos, aquello que dura centenares de miles de siglos, aquello que hay que buscarlo porque no se ve, porque está detrás de las apariencias. La gente, en general, no puede dedicarse a eso. Pero una cultura requiere personas que lo hagan. Y que le puedan ayudar al resto de la comunidad diciéndole dónde están en el mundo, para dónde van, de dónde vienen, cuáles son las razones que están detrás de las cosas.
Lo que son los sabios, los chamanes, los pensadores de la antigua Grecia. Los que descifraban el logos, la palabra silenciosa que estaba en la naturaleza, en el cosmos, y que se podía escuchar si uno era suficientemente atento. El logos era el orden del mundo, las razones de las cosas que ellas mismas decían con un lenguaje silencioso. Y uno tenia que leer eso, sin ninguna pretensión de negocio…
Hay una gran diferencia entre el logos y el negocio. La función que tiene la Universidad para la sociedad es esa. Aproximarse al logos, buscarlo. Ahora es producir plata, no indagar, ni brindar conocimiento. Esto es una forma de enajenación. Porque si una cultura no tiene ese grupo de personas que piensen en ella, otros los sustituyen, imponiéndoles una cultura enajenada.
Los sabios pueden saber muy bien que no lo son tanto, como se cree que son. Pero el saber requiere alguna forma de confianza y la sociedad tiene esa confianza, indispensable, y creo que la Universidad no es comprendida desde ese punto de vista. Incluso, muchas veces su reivindicación es meramente en el sentido de la importancia de su existencia para así controlar la naturaleza y producir bienes y servicios. Eso sucede con la ciencia avanzada, pero no es solamente eso. Hay cosas que tienen un valor distinto del puramente económico.
Claro, todo puede verse desde el punto de vista de la economía o de la administración de empresas; yo puedo considerar a la Universidad como una empresa y hay maneras de mostrar que sí lo es; pero también puedo considerar a mi familia como una empresa y decir que mi esposa es mi socia, y mis hijos son mis clientes…
Es una obsesión tan poderosa que termina convirtiéndose en el éxito representado por alguién que está montando en una bicicleta estática en Miami. ¿Qué puede hacer un magnate de esos, riquísimo, muy exitoso, sino buscar más dinero? Y ser esclavo de tal distorsión, y sufrir por ello…
Creo que en un país como Colombia deberíamos ser conscientes de lo que tenemos, de lo que podemos perder, de lo que estamos perdiendo aceleradamente. Pero aún hoy no se imaginan una Universidad para este propósito sino para que el país se destruya más…Yo quisiera vivir en un país con selvas, con ríos limpios, con montañas llenas de vida, no en un país inundado, contaminado, teniendo unos pesos y dejar todo este prodigio natural convertido en un erial.
De la escolástica al empresariado
A mi no me gustaría que este país siguiera el mismo camino de los Estados Unidos o de Europa occidental, que solo después de un tiempo se dan cuenta de todo lo que perdieron. ¿Que debemos buscar un mejor nivel de vida para todas las personas? Si, nadie lo duda. Este es el reto. Pero, ¿cómo hacerlo?
La respuesta a estos interrogantes no se conciben en las políticas oficiales de la educación superior. La Universidad, dicen, no es para resolver estos problemas, ni siquiera para planteárselos, sino para imitar cosas, y seguir por caminos que ya están trazados y descubiertos por otros.
Cada vez más la Universidad debe andar dentro de una fila, dentro de unos programas, que en el fondo no son sino ilusiones, imposibles: pensar en que todo el mundo pueda llegar a ser un gran consumidor, resulta absurdo porque lo que se llama desarrollo y progreso tiene varias caras, una de las cuales es el ejecutivo de Wall Street, con una mesa llena de aparatos, y mirando desde arriba los rascacielos, y otra la persona que está sentado al pie, consumiendo basura y drogas, que es lo mismo; esos dos extremos no son separables…
Entonces, nos urge repensar la educación. Creo que es un deber de las Universidades hacerlo, y de los educadores. Creo que hay razones, como dice la Constitución norteamericana, para buscar la felicidad. Pero la felicidad no es salir a la calle y llenarme de carbón y de plomo porque hemos progresado mucho, ni volver al río Bogotá una alcantarilla, que ni siquiera se mueve. De niño alcancé todavía a pescar en sus aguas, rodeado de un paisaje bellísimo, el paisaje de la Sabana. Ahora cubrieron todo de plástico, en una paradoja terrible porque aquí se destruye la belleza de la Sabana para que un día al año tengan claveles o rosas en Miami. Nos quitaron también el silencio, que es tanto como quitarle a uno su propio espacio, su propio mundo.
¿Y la minería con sus planes absolutamente espantosos? Que además matan, son criminales, asesinan –literalmente–, masacran comunidades, acaban con los animales, las plantas y la vegetación, maravillosa por ella misma, y no sólo por su utilidad…
Pero estas palabras suenan ridículas en una época como ésta. Una parte clave de la ciencia y la filosofía es ¡maravillarse por las cosas! Darwin no hubiera llegado hasta donde llegó sino se hubiera maravillado estéticamente por el mundo que tenía, los insectos que recogía, los crustáceos que coleccionaba, las plantas, las flores…
O la belleza abstracta, las composiciones espaciales o temporales de Einstein… Si no hay sensibilidad estética, cuando uno no se forma como parte de ese mundo, tampoco puede ser creador, quizás puede ser vendedor, pero no creador.
Darwin llega a esa teoría que construye junto con Wallace, fascinándose por este mundo en el que estamos parados. Y ahora nosotros estamos llenándolo de basura y de ceniza. Y estamos dichosos porque tenemos harto que convertir en ceniza.
Incluso, desde el punto de vista del criterio del buen vendedor, uno pensaría que un ser tan extraordinario como un insecto –que es el resultado de una selección de millones de años– tiene que valer más que algo que simplemente puede convertirse en combustible, que ni siquiera es ni vale por si mismo sino para hacer otra cosa… pero esto es el mundo, solo que para nosotros es más desgarrador porque estamos del otro lado del proyecto.
Es más, como vamos no solamente tendremos la pobreza, sino la impotencia. Porque un país con estos planes de desarrollo terminará siendo un país perdido, un pedazo de mundo, y esto tiene mucho que ver con la manera como se concibe la Universidad, con ese deseo incontenible de parecerse a otro, de ser imitadores. Entonces, la ciencia no es para hacer ciencia, sino para parecernos a algunos que no están aquí, hay que ser como…
Los verdaderos científicos nunca han hecho nada por parecerse a alguien… Pero aquí hay que ser como…, dentro de unos estereotipos que le hacen mucho daño al propio desarrollo que pretenden conseguir. No se dan cuenta de que este país podría ser, él mismo, un laboratorio, sin necesidad de pretender tener los aceleradores de partículas, o los radiotelescopios que otros puedan tener. Nosotros no; aquí no vamos a tener radiotelescopios ni aceleradores de partículas. No tenemos ni siquiera un satélite, teniendo órbita geoestacionaria, pero sí tenemos arrecifes de coral; pero, por supuesto, estos arrecifes no importan, esos se pueden destruir, y son nuestro laboratorio… aún desde ese punto de vista se debieran ver como nuestro laboratorio, formar gente para que los investigue.
Aquí tenemos el problema de que hay que parecerse a algo o alguien que no está aquí. Y para ser importante en ese proceso de parecerse no hay que ser de aquí, o hay que ser de allá. Hay que pensar como otro. Por ello, los peores cerebros de un país, a mi juicio, no son los que se quedan allá, sino los que permanecen acá, funcionando con lógica de allá, deseando parecerse al otro. Por los intereses en juego, precisamente son ellos los que terminan siendo modelo.
En los gobernantes hay inconciencia del valor de la autonomía intelectual y, por lo tanto, del valor de la autonomía de la Universidad. Ignoran todo sobre ciencia y autonomía intelectual y universitaria, y ubican gente no capacitada en los escenarios de dirección investigativa y educativa.
Creo que el país tiene muchos recursos intelectuales, pero me parece que es indispensable que las cosas se piensen con un poco más de profundidad. La Universidad, más que nadie, tiene ese deber. Los jóvenes no saben leer, no porque no sean inteligentes, no porque no tengan capacidad de pensar, sino porque han sido formados de esa manera, han sido mutilados en su capacidad de ser. Se llega así al zombie, zombie completo.
*Abogado y docente univesitario.