Entre explosiones y alarmas que nada tranquilizan, el silencio de las heridas invisibles recorre la estepa ucraniana. Mientras los cuerpos sangran y las ciudades caen, la mente libra su propia batalla, una guerra silenciosa donde los sonidos del pasado resuenan sin cesar en un presente fragmentado por el trauma.
De entre los árboles se escapan unas notas de guitarra en mitad de la estepa cercana a Pokrovsk, en el óblast de Donetsk, en el este de Ucrania. En esta mañana de mayo de 2024, a la sombra de una red de camuflaje tendida sobre los árboles, unos quince hombres de todas las edades esperan su ración de comida, sentados en bancos de madera improvisados, con el uniforme puesto y el rostro cansado. A lo lejos, el ruido atronador de disparos de artillería y un helicóptero que pasa volando con violencia nos recuerdan que la línea del frente está a apenas unos veinte kilómetros de allí.
