La paz total. Despacio con el lenguaje

Por: Carlos Eduardo Maldonado

En una historia larga de violencia, muy larga –acaso desde los orígenes de la independencia de España y la conformación de la República–, de ahí que hablar de paz total es encomiable, pero conceptualmente problemático. Muchas veces, el lenguaje nos lleva por delante.

Ya desde su discurso el día del triunfo electoral y mucho más cada vez, Gustavo Petro expresó la idea de una paz total, una idea que ha subrayada, ampliada, gradualmente justificada. Teóricamente, se trata de llegar a negociaciones y acuerdos, de manera prioritaria con los grupos paramilitares y con las guerrillas, incluidas las “disidencias”), lo que al mismo tiempo implica fortalecer los acuerdos de paz y proteger a los excombatientes y firmantes del acuerdo de La Habana.

Pero, al mismo tiempo, la idea se va ampliando y nutriendo vinculando la paz total con los temas de medioambiente y la protección de la naturaleza, notablemente.

La idea (eso: la idea) es la de alcanzar un país sin otras Fuerzas, que las oficiales del Estado, que tengan armas y hagan uso de ellas. Exactamente en este marco cabe recordar los rumores según los cuales también se pretendería la prohibición del porte y uso de armas por parte de particulares (= ciudadanos). Todo lo cual no está muy lejano a una securitización de la paz. Sólo que a esto le hace falta mucha antropología, mucha sociología, mucha psicología y mucha filosofía y ecología. Este es un buen ejemplo de la política en proceso: un discurso da lugar a una serie de ideas, y éstas gradualmente se van articulando en una especie de episteme. En este proceso contribuyen activamente los equipos de asesores, las lecturas, las discusiones, en fin, las decisiones sobre lo que se comunica y cómo se hace. Si de un lado, como genéricamente se ha dicho siempre, la política es el arte de lo posible, de otra parte, al mismo tiempo, es el arte de la improvisación creativa. (Que en música, notablemente, es un arte: el impromptus).

Una observación puntual. Se trata de la antípoda discurso versus episteme. En su sentido primero, el discurso es el resultado de la exposición de una serie de ideas improvisadas, y de mucha opinión –así tenga alguna elaboración previa–. No en vano, clásicamente, la oratoria y la retórica acompañan y nutren la actividad política. No solamente hay que saber y ver bien las cosas; además, es preciso saber comunicarlas. El capítulo técnico es el marketing político. La democracia es el imperio de la opinión. Y, à la limite, el estado de opinión. Cada quien se siente inclinado, y se le adscribe el derecho para expresar sus pareceres.

Sin embargo, la opinión es el fundamento mismo de las dictaduras y los regímenes violentos. La tarea política consiste en transformar la opinión en concepto. Ni siquiera en cualificar la opinión.

La expresión es novedosa, y en el momento social e histórico, afortunada. Con todo, ¿ha existido en alguna parte una paz total? No es necesario que la respuesta sea afirmativa, pues entonces lo que emerge es la capacidad de apuesta, de riesgo, de desafío. Este es el verdadero valor de la idea de paz total. Que no encuentra parangones. La mejor aproximación quizás sería la idea de la paz imperfecta (1), para no mencionar la consabida paz perpetua de Kant (que en rigor corresponde a la paz de los cementerios, la paz de los muertos).

Pensar la paz, por sí misma, no es suficiente (2). Es preciso siempre pensar y hacer posible, por todos los medios factibles, a la vida misma. En otras palabras, se trata de distinguir –no contraponer–, los medios de los fines. La paz, así sea total, es tan sólo un camino para la verdadera finalidad, que es el cuidado, la afirmación, la exaltación y el posibilitamiento de la vida.

“Camino” que en griego se dice hodós, de tal suerte que ir por el camino o atravesarlo (meta) da lugar al método (meta hodós = método); es decir, un poner en marcha, adentrarse en las cosas, incluso ir a la deriva. Pues bien, eso es exactamente lo que, en su expresión cotidiana, es el discurso político. Todo discurso en general.

La sabiduría enseña que se puede –in extremis– decir lo que se quiera, pero que lo importante son las acciones. Con todo y el reconocimiento de que muchas veces hacemos cosas con palabras y que, en el peor de los casos, los problemas reales se resuelven como problemas del lenguaje.

El discurso debe ir sostenido por una episteme, pero esta descansa, ulteriormente, en la palabra escrita; que es tanto la memoria como la garantía de la palabra hablada. Los políticos, en general, no están para pensar, sino para hacer. La verdadera propuesta por la paz está de cara al cuidado de la vida, una ética de la vida, una política para la vida. Que es una sola y misma cosa con una ética y una política para con la naturaleza.

En cualquier caso, es claro que el primer objeto de trabajo, en política o en ciencia como en la vida es el lenguaje, no la cosa, inmediatamente. Nadie puede transformar las cosas si, al mismo tiempo, no transforma el lenguaje. Clave. Se dice fácil, pero es difícil. Todo, una sola y misma cosa. ã

1. Cfr. F. Muñoz, La paz imperfecta, Instituto para la Paz y los conflictos: Granada: Universidad de Granada, 2001.

2. Maldonado, C. E., “Pensar la paz no es suficiente”, en: Revista Unipluriversidad, vol. 8, No. 2, pp. 72-80, 2018; doi: 1017533/udea.1657-4249-17-2-07; disponible en: https://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/unip/article/view/334013

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