En el epígrafe de este artículo, Bauman sitúa las poblaciones de la sociedad líquida, pertenecientes a la era digital, en las rutas de la trashumancia, el desplazamiento y en una “sin salida” que las arroja a un lugar del afuera de la esfera del sistema del mundo global: la exclusión. Como paradoja, al mismo tiempo el sistema de video vigilancia, los satélites que giran como prolongación instrumental del ojo humano, aspiran a hacernos totalmente visibles, bajo control. Ese Ojo es la muestra de una mutación en la civilización.
…La propagación global de la forma moderna de vida liberó
y puso en movimiento cantidades ingentes, y en constante aumento,
de seres humanos despojados
de sus hasta ahora adecuados modos y medios de supervivencia,
tanto en el sentido biológico como sociocultural del término.
Zygmunt Bauman
¿Son las revelaciones de Assange, Manning y Snowden el síntoma social del actual modelo de civilización, que sería la del saber reducido a objeto al servicio del control visual? Si situamos el no, el “no callar” de estos tres personajes, en el estatuto de síntoma, es decir, como formación de compromiso entre el cinismo de poseer ese saber y la advertencia del peligro que comporta la posesión de esta arma, podemos ir más allá de la disyunción en la que los ubica la pregunta ¿héroes o villanos?
En el mundo globalizado asistimos al espectáculo de una mutación en relación con el lugar de lo humano para las personas, mutación implícita en la misma noción de lo global, en tanto lo propio de ese sistema para el “montón” es estrangular, poco a poco, las opciones de cada uno de los individuos hasta arrojar al “afuera” –en el caso de los miembros de la sociedad– a numerosas personas que, como menciona Bauman: Entran en la serie de los nómadas “sin opción” hacia adentro, es decir sin posibilidad de inclusión social.
En palabras del mismo autor, “no hay salidas fácilmente disponibles ni para su reciclaje ni para su eliminación segura”. La imagen que da cuenta de esa “sin salida” es, por ejemplo, la de los confinados en el no lugar de los campos de refugiados. La sociedad globalizada produce pues lugares nuevos cuya paradoja particular es la del “no lugar” ni para la persona como individuo social de derecho ni para su estatuto de sujeto, muestra de ello son los desempleados fuera de lugar en la producción cultural.
Así pues, encontramos la lista de los “sin nombre” que engrosan la cifra de quienes erran: Los llamados “sin domicilio”, habitantes de la calle o “desechables”, los que emigran dentro de la precariedad por razones de la crisis del capital o por las guerras geopolíticas. Con el seguir de las cosas, será necesario agregar al listado sin nombres, además, los expulsados de su lugar por el cambio climático, acelerado este por el abuso de la explotación sin límites del planeta.
“Nuevos” encerrados
En contraste con el panorama hasta aquí visto, tenemos el topos de los encerrados en un lugar fijo. Tienen nombre propio y están confinados por revelar los secretos de los estados que rigen el mundo global. En este listado tenemos en primer lugar a Julian Assange, el creador de Wikileaks (del inglés leak, “fuga”, “goteo”, “filtración” [de información]), quien pone en jaque a varios gobiernos por la filtración de información referida a cuestiones de inteligencia y diplomáticas. En segundo lugar está el soldado Bradley Manning, a quien detuvieron y condenaron por entregar documentos secretos del Pentágono a Wikileaks. Y hace poco ingresó a esta serie, Edward Snowden: estuvo sitiado en un aeropuerto, en una zona de tránsito, sin lugar de asilo y sin pasaporte de identidad de ningún país.
Este ex empleado de la Agencia Nacional de Seguridad americana (NSA) resultó perseguido por divulgar información referente a dos programas secretos de vigilancia electrónica, autorizados por los gobiernos de Bush y Obama, que recogen datos telefónicos y de internet de particulares en Estados Unidos, Europa y otros países.
¿La denuncia de la existencia del ojo instrumental de control del sistema global, puesto en la estratosfera, qué mutación en la civilización presentífica?
El nuevo amo y su gran ojo planetario
La noticia que divulga la presencia del ojo del planeta global (revelada por Snowden) y su intrusión en la vida de particulares a través de programas de vigilancia, en función de la seguridad del estado, sitúa este evento como realización de la profecía que contiene la novela 1984 del inglés G. Orwell. Por anticipado, esta novela describe un régimen totalitario que espía día y noche la población, de manera tal, que pueda atrapar el más mínimo crimen del pensamiento contra el sistema.
En el relato, Winston Smith, burócrata del Ministerio de la Verdad, decide oponer resistencia a esa dictadura que alimenta la delación y condena el amor, motivo por el cual es detenido y “quebrado” mediante la tortura. Como resultado, Smith es convertido en un objeto de ese sistema: incluido en la exclusión. La denominación de “Big Brother” (gran hermano) para el sistema, como así lo nombra la novela, ha hecho su cauce y su causa, después de su publicación en 1949. Hoy, designa un estado totalitario, policiaco o cualquier práctica de vigilancia de los individuos a través de las nuevas tecnologías y satélites que giran sobre el planeta en todas direcciones; con fines mercantiles o de seguridad. Con la aspiración de hacernos totalmente visibles y transparentes, bajo control, ese ojo instrumental es la muestra de una mutación en la civilización.
Entre el Panopticón de Jeremías Bentham, en el siglo XIX, y el ojo planetario, en el XXI, el ojo pierde su condición de mirada humana: se revela como instrumento al servicio del poder. En el topos del panóptico, es el ojo humano del carcelero, localizado en un punto concéntrico del “adentro” –la prisión– desde el cual irradia su mirada vigilante a la zona de los reclusos, que está en la periferia de la circunferencia, sin que estos sepan cuándo son observados. Con el ojo planetario y artificial se va más allá de la función de la mirada humana del carcelero, limitada. Se muta hacia la aspiración de agregar una herramienta al poder que da la opción de poder verlo todo. Esta es la idea que sustenta al poder global. Ahí, en esa pretensión reside una nueva ideología: la de la cibercultura.
El nuevo amo del sistema global pretende hoy, entonces, tener el poder de ver y controlar todo a través de la opción que le da la tecnología de saberlo todo sobre los otros. Es más, en la época actual encontramos una nueva condición y estatuto del saber como expresión de la mutación en la civilización. Tal mutación, es nuestra hipótesis, apunta a borrar la huella que da cuenta de la incorporación del saber, en un sujeto, en función de la marca del significante y del cómo ha sido forjado por cada uno, según los pasos de su historia singular inscrita a su vez en la “Historia con mayúscula”; este modo de saber es el del sujeto del inconsciente en tanto este es el discurso del gran Otro del orden simbólico de la Historia, este saber, en la supuesta mutación de la historia, es reemplazado por el conocimiento de la sociedad de la información digitalizada.
La Cibercivilización
En el momento actual, el de la cibercivilización, se trata de otra forma del saber: el saber cifrado, stockable, acumulado en las redes y por tal razón accesible y transmisible en proporciones que antaño resultaban inéditas. El saber de la información toma así el estatuto de objeto que se codicia y disputa. Objeto en torno al cual, entran en escena figuras y formas nuevas, en el nudo del poder global.
La tecnología permite que la información digitalizada ya no sea objeto de secreto, puesto que por su misma condición de programa digital pasa fácil a ser del dominio público. Los secretos vienen a configurar el show mediático con el cual goza la sociedad global cuando aparecen como un espectáculo a los ojos de todos a través de las pantallas. En esta andadura la divulgación de los secretos de estado hace tambalear la estabilidad interior de los gobiernos y relaciones diplomáticas entre estados.
Hacer público un secreto es decisión del sujeto que contiene la información, el que detenta la información sabe que tiene el derecho de decir o de callar. Cabe aquí preguntar: ¿hasta dónde llega el alcance de la ideología de la transparencia que rige hoy la demanda de ver y decir todo? El síntoma que resultaría de esta mutación en la civilización corresponde, de manera paradójica, a la imposibilidad de callar; es decir, a la abolición del secreto. Para el psicoanálisis, la nuez de lo que nos humaniza reside en el derecho al secreto, al pensamiento íntimo.
1 Nótese que el logotipo de WikiLeaks es un reloj de arena en el que un planeta Tierra oscuro (la esfera) gotea (leaks) sobre otro más claro.
2 Bentham ideó el Panopticon por orden de Jorge III. Aun con las críticas; cárceles, escuelas y fábricas a partir de aquella época se construyeron con el modelo panóptico de vigilancia que analizó Michel Foucault en Vigilar y castigar.
* Psicoanalista
amolivk@etb.net.co
El recurso del secreto y la subjetividad
El psicoanálisis se ocupa de los efectos de los cambios de la civilización en la subjetividad. En este orden de ideas, a quienes lo ejercemos nos interesa no callar, esto es, no dejar pasar desapercibida la siguiente pregunta: ¿Qué se pone en juego en el hecho de que un sujeto no tenga el recurso del secreto, una vez nos es revelada la existencia de un ojo planetario del cual no podemos escapar? Para responder vayamos a una divertida historia explicada por Slavoj Žižek a los indignados congregados no hace mucho en Wall Street.
Un hombre de la antigua Alemania Oriental es deportado a Siberia. Antes de marchar, sabiendo que sus mensajes serán leídos por la censura, dice a sus amigos: “Establezcamos un código. Si recibís una carta mía escrita en tinta azul, todo lo que os cuente es verdad. Si está escrita en tinta roja, es falso”. Al cabo de un mes les llega una carta escrita en tinta azul: “Aquí todo es estupendo. Las casas son amplias y espaciosas; en las calles hay todo tipo de tiendas y espectáculos; en los cines podemos ver todas las películas de Hollywood; podemos conseguir y comprar todo lo que queremos; lo único que no podemos conseguir es tinta roja”.
Para la subjetividad —el lugar del sujeto— es necesario que falte la tinta roja, con ese dato en menos, creado por el juego del significante, al alcance del invento de cada uno en tanto sujeto del lenguaje, se produce el código que crea un velo, un escondite, un obstáculo a la demanda del Otro del sistema que exige ser transparente. Con este recurso, la verdad singular (de cada uno) puede escapar al ojo del controlador. Lo que nos humaniza, según el psicoanálisis, está dado por la inscripción en el orden del lenguaje que vehicula el valor equívoco del significante, mientras que el código numérico carece de tal cualidad. Una muestra del empleo de esa función del lenguaje se halla en el doble valor de los significantes (i.e. del código) ‘azul’ y ‘rojo’, en la historia anterior; gracias a esta virtud, con el valor equívoco de las palabras ‘azul’ y ‘rojo’ se produce un refugio, lugar, que da la opción de escapar al control total del Big Brother.
* Slavoj Žižek. Filósofo e historiador eslovenio que integra el pensamiento de Jacques Lacan con el marxismo.
El ojo digital más allá de la mirada humana
La tendencia del modelo de la tecnocultura es a reducir el saber a lo visual como medio de control; así podemos condensar la pretensión de la ideología de la sociedad digital, líquida. Es decir, solo existe lo que se ve y se muestra en la prueba del ojo digital. Un nuevo cogito trae consigo la mutación en cuestión, en la era de la cibermodernidad: “existo si me ven y solo existe lo que veo”. Este pareciera ser el nuevo punto de apoyo que hace girar el mundo global de la hipervisión del control en torno a una suerte de escenario o sociedad del espectáculo, en donde cada quien busca “15 minutos de celebridad”, en palabras de Andy Warhol. Con esto, además, se niega la existencia del pasado, la historia de la cultura.
¿A qué mutación en la subjetividad humana se tiende hoy con el ojo instrumental digital, numérico? Vayamos a una escena de la película El perro andaluz, en la que un ojo es rasgado con una navaja. Esa secuencia contiene una verdad: como instrumento biológico, el ojo humano no puede verlo todo; después de la rasgadura del ojo hecha con la navaja del lenguaje solo queda una visión parcial, llamada mirada humana, hecha con significantes, con palabras. Así entonces, los ciegos se orientan por medio del recurso simbólico del lenguaje.
Pareciera que la producción del ojo tecnológico extraplanetario tiene la función de desechar la perspectiva de la mirada humana y humanizante. En este sentido, la tendencia de la era digital conduce a dejar atrás la civilización de la mirada que interpone un velo entre la cosa inmunda del mundo. Entramos así en la era de la hipervisibilidad a través del ojo tecnológico. La realidad deviene pues un reality show, lo cual trae consigo la no distinción entre lo real y la realidad.
Desde el renacimiento, una función de la perspectiva fue producir un espacio de separación entre el sujeto que ve y la escena del mundo; muestra de ello es la ventana que aparece en los cuadros de los grandes maestros de la historia universal de la pintura. Ese espacio de separación entre el sujeto y la representación del mundo tiene lugar gracias a la perspectiva de la mirada humana; es un espacio psíquico, de fantasía, necesario como el agua al pez, y su forma es única (es decir, subjetiva de existir en su particularidad y no como un clon). Diríase que con el ojo digital prescindimos de ese recurso, lo cual trae consigo una precariedad en relación al lugar para el sujeto. El espacio de la sociedad líquida, digitalizada, sería entonces el de un sujeto sin lugar.
Ahora bien, en el reino del ojo digital se tiende a dar por obsoleto ese lugar del sujeto, así como a absorber lo real de la materialidad del trabajo del significante para producir la imagen como velo. El efecto en la subjetividad de la abolición del velo de la imagen analógica entre el sujeto y lo real de la cosa del mundo, es la caída de la representación y la función del juego de las identificaciones; con ello aparecen en la escena global las inusuales formas de violencia de quienes obedecen órdenes transmitidas en las redes, con el ánimo de efectuar matanzas en nombre de un mandamiento religioso, fundamentalista, nacional socialista u otro. Estos sujetos, que carecerían del lugar subjetivo del espacio para fantasear, están conminados a pasar al acto –la destrucción del otro y del otro del sistema que los persigue–, un paso que bien pudiera permanecer en el lugar de la ficción y en la fantasía.
En suma, ese amo, representado en el gendarme absoluto del ojo numérico en la estratosfera, pone a los habitantes del planeta en un espacio de persecución a través del control visual, en donde no hay lugar para el escondite y el secreto. Esto corresponde al conflicto que ya otros psicoanalistas, estudiosos de los fenómenos sociales contemporáneos, plantean como un factor psicotizante, propio de este momento de la civilización, presente en su empuje a la trasparencia, a hacer desaparecer el velo y el derecho al secreto, a la vida privada y a la intimidad.
La noticia que puede difundir –y no callar– el psicoanálisis consiste en que esa tendencia de la civilización actual no es más que creencia sostenida, probablemente, por el nexo que se cuece entre las sociedades de control y del espectáculo. Lo puesto en la escena por el control se hace a fin de difundir en la escena global la creencia en ese poder. En efecto, la aspiración del nuevo amo, el discurso capitalista global, al control total a través del ojo instrumental, es imposible: es la tecnología. Se trata más bien de un fantasma, una simulación intimidatoria para crear la idea del poder total del control, que de un control real.