Irán, el deshielo

¿Puede ser malo un acuerdo que moviliza en su contra a Benjamin Netanyahu, a los ultraconservadores iraníes, al lobby proisraelí que dicta su ley en el Congreso estadounidense y a Arabia Saudita? ¿Israel –un Estado que no firmó el Tratado de No Proliferación (TNP), que posee la bomba y que violó tantas resoluciones de las Naciones Unidas como ningún otro país en el mundo lo hizo– es acaso el mejor posicionado para dar lecciones al régimen iraní sobre todos estos puntos?

Según los términos del acuerdo interino de seis meses alcanzado el 24 de noviembre, Irán va a interrumpir su programa de enriquecimiento de uranio más allá del 5% a cambio de una suspensión parcial de las sanciones en su contra. En la región, es la mejor noticia desde el principio de las revueltas árabes.

El poderío de la coalición hostil a esta nueva situación sugiere, sin embargo, que este deshielo sigue siendo frágil. Los dos principales protagonistas presentan simultáneamente el compromiso que concluyeron como una concesión mayor de la parte adversa: Irán, dice Barack Obama, se doblegó al interrumpir su programa nuclear de propósitos militares; Estados Unidos, responde Teherán, admitió el derecho de los iraníes al enriquecimiento nuclear. Aunque menos sangrienta que la otra, esta guerra de comunicados satisface a los halcones de cada campo: a los partes de victoria estadounidenses, inmediatamente difundidos en Irán, responden otros tantos comentarios marciales, enseguida interpretados en Washington.

 

 

Marco destructor

 

Pero lo esencial es que después de treinta años de enfrentamientos –directos o por interpósito de algunos países–, Irán y Estados Unidos se aprestan a normalizar sus relaciones. El acontecimiento recuerda el encuentro de febrero de 1972, en plena Guerra de Vietnam, entre el presidente estadounidense Richard Nixon y Mao Zedong. Entonces, la geopolítica mundial se transformó. Y las relaciones económicas siguieron, al punto que Pekín financia ahora la deuda estadounidense y Shenzhen fabrica los iPhone de Apple.

La distensión entre Irán y el ex “Gran Satán” podría contribuir a solucionar los conflictos en Siria y en Afganistán. Once años después del lanzamiento de la “cruzada” de George W. Bush contra el “eje del mal” (1), Irak está destruido, Medio Oriente desestabilizado, Palestina bloqueada y una parte de África librada a las acciones armadas yihadistas. Sin embargo, el gobierno israelí, con la complicidad de Arabia Saudita y de los emiratos sunnitas del Golfo, adhiere ciegamente a este marco destructor, deseoso de que el Irán chiita permanezca diplomáticamente aislado y excluido del mercado petrolero.

 

Durante las negociaciones con Teherán, François Hollande y Laurent Fabius también trataron de dar largas al asunto, incluso de hacer fracasar una solución (2). El caso de Netanyahu es desesperado, pero por lo menos se puede formular el deseo de que durante los seis meses complicados que se anuncian el fantasma de Bush deje de influir sobre el Eliseo.

1 El 29 de enero de 2002, el presidente George W. Bush hablaba de un “eje del Mal que se arma para amenazar la paz del mundo” (Corea del Norte, Irán, Irak), y proclamaba: “Estados Unidos no permitirá que los regímenes más peligrosos nos amenacen con las armas más destructivas”.
2 Gareth Porter, “Lavrov Reveals Amended Draft Circulated at ‘Last Moment'”, 15-11-13, www.ipsnews.net

 

*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Florencia Giménez Zapiola

 

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:
El Diplo We would like to show you notifications for the latest news and updates.
Dismiss
Allow Notifications