Las noticias no pueden ser más alarmantes: en Venezuela, la crisis económica no da respiro y la crisis política va en aumento. El ambiente social no es el mejor. Con una población sometida cada día a mayores dificultades para sobrellevar su cotidianidad, y cada vez más polarizada, el futuro sobre la estabilidad política del país es poco tranquilizador.
El más reciente informe de su Banco Central confirma que 2015 cerró con una inflación del 180,9 por ciento, la misma que el FMI proyecta que alcanzará al 720 por ciento en el año que cursa (1). Su informe también indica que durante 2015 la economía se contrajo 5,7 por ciento, decrecimiento que no ha parado durante los últimos siete trimestres (2). Para el FMI, el mismo rondará el 8 por ciento al cierre del presente año.
Alarmante. Su contracción económica, profundizada por el desplome del precio del petróleo, implicó la pérdida durante el último año de 48 mil millones de dólares al pasar sus ventas de este producto de 75 mil millones en 2014 a 27 mil millones en 2015.
El inmenso impacto que representa este giro en sus ingresos permite revisar los factores estructurales de la crisis: un Estado rentista, dependiente del extractivismo; un Estado administrado desde una ampliada cultura del consumo, obligado a importar más del 80 por ciento de lo demandado por su sociedad y, por tanto, un aparato central que recibe en una mano la inmensa masa de dinero producto de sus exportaciones, la misma que debe entregar con la otra a sus proveedores de alimentos y otros productos básicos que no puede dejar de adquirir. Nivel de compras y reducción de ingresos que, ante la caída de sus exportaciones, lo obliga a gastar sus reservas internacionales al punto de que de los 45 mil millones de dólares que estas sumaban hace apenas dos años ahora solamente le quedan 12 mil millones, lo que proyecta un panorama gris sobre la capacidad que tendrá para cumplir en el corto plazo con sus acreedores de diverso cuño.
Una sociedad acostumbrada a recibir de ese Estado algo de la renta petrolera, vía consumo casi gratuito de gasolina, alimentos, divertimento, en fin, una sociedad que –no ahora sino desde décadas atrás– no siente ni estímulo ni obligación para ayudar a construir una base productiva con la cual potenciar su capacidad económica en el mediano y largo plazo, partiendo para ello de una relación armoniosa y no depredadora con la naturaleza, lo cual puede explicar el fracaso de los intentos oficiales al intentar una mayor producción agraria, para lo cual no ahorró en maquinaria y en la entrega de diversidad de apoyos a los campesinos.
Es claro que este Estado no es el producto de los 18 años de “Revolución Bolivariana”, que es el aparato heredado por la misma; pero lo que no se puede ocultar es su incapacidad para transformarlo, para impedir su crecimiento y mayor peso, dotándolo de una nueva base productiva desde la cual diversificar y multiplicar sus ingresos. Tal transformación tendría que haber estimulado y garantizado una nueva y protagónica participación del conjunto social en su administración, así como nuevas relaciones sociales con las cuales la comprensión misma de la sociedad sobre sus obligaciones y derechos hubiera vivido una honda transformación. Sin ese cambio político, económico y cultural, lo afrontado, ganado y vivido en el campo social por esta autodenominada ‘revolución’ no logra proyección de mediano ni de largo plazo.
Estancamiento y deterioro estatal ampliado en el presente al chocar sus ingresos con la evidente fragilidad de vivir de un solo producto; Estado ahogado por la creciente demanda de bienes y servicios de parte de sectores cada vez más amplios de su sociedad, los mismos que ven –y padecen– que lo recibido como pago por su trabajo diario ha perdido poder adquisitivo, fruto de la atroz devaluación que derrite al Bolívar, ingreso que ya no alcanza para cubrir de manera adecuada sus necesidades diarias (3), todo lo cual queda potenciado por el evidente deterioro de la base productiva y la imposibilidad de satisfacer desde ella al menos parte de tales demandas.
La crisis y la angustia diaria que exige un Gobierno con capacidad renovada de liderazgo no es precisamente la virtud del que encabeza Nicolás Maduro, entrado en un desgaste evidente, sin credibilidad en amplios sectores de sus gobernados, y sin imaginación ni economía suficientes para erigir y poner en marcha un conjunto de medidas que les brinden oxígeno a las mayorías sociales, vapuleadas por la crisis, pero, además, sin el espacio político ni el tiempo suficientes para levantar y poner en marcha un plan estratégico que enamore de nuevo a las mayorías sociales sobre el futuro que enfrentarán.
Es ésta una realidad estructural que se desnuda por el giro del ciclo económico. A la caída de sus ingresos, la respuesta fue la emisión desbocada de billetes sin soporte en la producción interna, lo que, sumado al diferencial cambiario, más la especulación en el mercado negro por la faltante de productos básicos para el hogar, disparó la inflación. Si bien esto de por sí ya lleva al límite a su economía, otros factores también entran en escena para agudizarla aún más: fuga de capitales, desmonte de empresas, paralización de otras como efecto del intenso verano que los afecta, secamiento de represas y racionamiento energético; contrabando al por mayor de diversidad de productos de primera necesidad por la extensa frontera con Colombia; manejo de la tasa de cambio que enriquece a unos pocos a partir de la especulación con la divisa norteamericana y debilitamiento del Bolívar –el cual sólo es fuerte en el decir oficial–, niveles de corrupción que acercan a la propia sociedad a una crisis ética que da espacio a los crecientes niveles de violencia que polarizan al tejido social; creciente migración de núcleos sociales con formación académica; subsidio del consumo interno de gasolina, así como del petróleo para varios países de la región. Todos estos factores no se pueden dejar de considerar para comprender la coyuntura económica y política que atraviesa el vecino de la frontera oriental.
Esperando del Estado
Los factores estructurales y del ciclo económico se unen para extender la alarma sobre la sociedad toda: escasez de productos de primera necesidad, encarecimiento de los mismos, acaparamiento y especulación en las redes de mercadeo y consumo privados, ampliación de las redes del llamado “mercado negro”, intensa campaña mediática que amplían la sensación de que el rumbo está perdido, conspiración e intrigas diversas (4), todo lo cual trae como consecuencia la real sensación de que algo falta, de que algo falla, de que el gobierno de turno no es capaz de garantizar aquello que Bolívar caracterizó como una de sus principales funciones: (producir la) “[…] mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social y mayor suma de estabilidad política” (5).
No es para menos. Las colas, largas y recurrentes hasta fundirse con el paisaje de todos los territorios son clara expresión de que algo no funciona bien. ¿Paisaje de país en guerra? Tal vez, pero no en un país en ‘normalidad’. Gente –miles de personas– que de manera recurrente está obligada a tomar turno en una calle a la espera de que sea el momento para recibir una ración básica de alimentos u otros productos para el hogar. Si bien esta distribución garantiza que todos reciban un poco, lo mejor no es que el Estado termine controlando los niveles de consumo de su población. Habría que diseñar otras vías para garantizar que todos accedan a un poco, como complemento de su salario mínimo. Igualmente, las colas se ven multiplicadas cuando la gente quiere adquirir otros productos en escasez, pero no incluidos dentro del racionado paquete estatal. Entre unas y otras, se van días enteros para miles de miles de personas que desesperan ante la ineficacia de un modelo social que hace agua por todos los costados.
Todo parece en caos. Así lo transmiten las grandes cadenas de comunicación, pero la realidad del país no está in extremis, como en reciente crónica quiere evidenciarlo Jacquelín Jiménez, religiosa y educadora popular, al narrar que, si bien faltan algunos productos básicos, el descontento no es tal, pues las filas para reclamar los productos no se transforman en alzamientos (6). Esta percepción olvida el castigo electoral sufrido recientemente por el oficialismo, claro indicador del creciente descontento con las políticas en boga. Desde Barquisimeto, otro observador de esta realidad llama la atención con lo que está en curso: “[…] la escasez está afectando todos los proyectos y dejando a cada familia a la intemperie, en una situación desesperada para conseguir los alimentos de cada día. La lista de productos que han sido desviados al mercado negro por el ‘bachaqueo’ (contrabando) es cada día mayor, y esto empieza a afectar la cohesión social, al punto de que no son pocos los que temen estallidos sociales” (7).
Hay que recordar que colas iguales, hasta hacerse norma, fueron cotidianas por décadas en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mucho más allá del inicial período de guerra y de la Segunda Guerra Mundial misma, y que igual paisaje fue impuesto entre los cubanos por efecto de la libreta, mecanismo a través del cual el Estado entraba a regular y controlar al máximo, impidiendo así que el mercado funcionara de manera normal allí donde no deba ser controlado, hasta distorsionarlo.
El mecanismo, expresión de lo que se pudiera calificar como una variedad de clientelismo institucionalizado, termina por facilitar el control estatal de la vida cotidiana, redistribuyendo la pobreza hasta el punto de parecer que ésta fuera la oferta socialista: iguales en la escasez y el ingreso mínimo, dispositivo que, como respuesta social, impulsa diversidad de resistencias, una de las cuales es la conformación del propio “mercado negro”, burla al poder del Estado, a su pretensión de controlarlo y dominarlo todo, mercado posible de leerse como espacio paralelo de oferta y negocio, manifestación de la imaginería popular que muchas veces supera los dominios de la burocracia estatal.
Precisamente el descontento sentido en las urnas venezolanas en sus más recientes comicios, con el cual la Asamblea Nacional pasó a manos de la oposición, ampliando así la agudización de la disputa por el poder entre dos modelos de sociedad claramente contrapuestos, es lo que llevó al presidente Nicolás Maduro a echar mano de todos los recursos que le ofrece la Constitución, hasta declarar el Estado de Excepción y de Emergencia Económica, que podría ampliarse de manera ilimitada en el tiempo (8), dejando en vilo –llegado el caso– todos los derechos civiles de su población, así como los compromisos electorales de final de año para elegir gobernadores, que, de llevarse a cabo, pudiera minar de manera profunda el poder territorial que aún ostenta la ‘revolución’.
La disputa de poder no es menor y lleva al Gobierno a permanecer en riesgo de ser depuesto vía revocatoria. El legalismo a que acude el poder no es de menor monta: esguinces y argumentos de todo tipo son esgrimidos ante el creciente descontento social y ante la iniciativa política que ha pasado a manos de la oposición, esguinces y legalismos que pudieran provocar una confrontación de calle más intensa, o la pérdida de la bandera democrática por los herederos de Chávez (9). Una posible negociación entre las partes queda a la orden del día, como lo propone Rubén Blades en carta reciente (10), lo cual puede dar la oportunidad de aliviar en algunos niveles la economía, la misma que es imposible de equilibrar en medio de una crisis política sin resolución efectiva.
¿Cuál será el giro que dé esta coyuntura? La resolución de este interrogante descansa en la actitud que finalmente tomen las Fuerzas Armadas, ya que, dentro de los factores de poder, ellas son el componente fundamental en Venezuela. Las recientes declaraciones del Mayor General (R) Clíver Alcalá Cordones, oficial muy cercano a Chávez, afirmando que “la guerra económica la origina un diferencial cambiario que promueve esa corrupción. La guerra económica la genera la cantidad de trámites y la discrecionalidad de los funcionarios en la administración pública”, y que al referendo no hay que temerle. “Tal vez los resultados de un revocatorio no sean favorables para el chavismo, pero podría unificarlo” (11), indican que la disputa ya está a su interior y que el paso de los meses, tal vez semanas, señalarán la inclinación que tome la balanza. Cualquiera que sea su inclinación, es claro que el modelo venezolano hizo agua y que vendrán días, como mínimo, de intenso ajuste económico y con un alto costo social, sin poder descartar días, meses y años de una confrontación que sacuda las entrañas de este territorio, con coletazos en sus territorios aledaños.
1 “Las proyecciones del informe indican que el PIB venezolano bien pudiera contraerse un 8 por ciento en 2016. Este porcentaje es mayor al 5,7 registrado en 2015. Para 2017, la proyección del FMI es de una contracción del 4,5. El FMI estima que la inflación en 2016 al final del período será de 720 por ciento”, http://prodavinci.com/2016/04/14/economia-y-negocios/que-dice-el-fmi-sobre-venezuela-monitorprodavinci-2/.
2 BCV: Inflación acumulada de 2015 cerró en 180,9% por ciento y PIB se contrajo un 5,7, www.bcv.org.ve/Upload/Comunicados/aviso150116.pdf.
3 “El salario mínimo es de 18 mil bolívares. Si se mide por el dólar a 300, sería de unos 600 dólares. Pero si se divide por el dólar real, el paralelo, se reduce a apenas 18 dólares. O sea, ¡nada! Por eso la gente se pelea por conseguir los productos a los precios regulados, porque es la única forma de que el dinero le rinda. La mayoría hace las colas, donde se deprime y enfurece, y cuando no tiene más remedio acude al bachaqueo”, Zibechi, Raúl, “En descomposición”, Brecha, mayo 27 de 2016.
4 Operación Venezuela Freedom-2, http://www.desdeabajo.info/mundo/item/28860-operacion-venezuela-freedom-2.html.
5 Bolívar, Simón, Discurso de Angostura, 15 de febrero de 1819. http://www.correodelorinoco.gob.ve/wp-content/uploads/2011/02/EE_CO523.pdf.
6 “Lo poco que producen las empresas gubernamentales es lo que se vende a bajo costo, con precios regulados por este gobierno desde hace cinco años, y hoy la mayoría hace grandes colas para acceder a ellos en justicia y empecinada defensa de esos bajos precios, como una forma de sostener a este gobierno; al mismo tiempo, también compramos a MUY alto costo las carnes, los productos de limpieza y las verduras que mágicamente suben cada día […]. Este noble pueblo aún no se ha puesto en la calle a manifestar por la falta de comida, todavía las grandes cadenas de información no tienen esa noticia ¿Por qué será?” (http://kaired.org.co/archivo/1971).
7 Zibechi, Raúl, ibíd.
8 http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/05/160513_venezuela_maduro_emergencia_economica_ps.
9 “Hoy en día se crean las condiciones para que reviente una situación violenta que no pudiese tener freno, sólo por el hecho de que esta camarilla se hace de los derechos constitucionales, los hace “‘opcionales’ o no, y de allí evita toda posibilidad de hacer funcionar el aparato liberal democrático, convirtiendo la situación en una clarísima tiranía”. Denis, Roland “Del componente Siria-Venezuela a Cliver Alcalá… la respuesta es kurda”, http://www.aporrea.org/actualidad/a228078.html.
10 Blades, Rubén, “Venezuela: mayo del 2016”, http://rubenblades.com.
11 http://www.eluniversal.com/noticias/politica/alcala-cordones-guerra-economica-genera-desde-seno-del-gobierno_309944.